Cuando Matías
no podía zafarse de la vigilancia del encargado del Capitol para colar a
Nicasio en la sala, el chico paseaba una y otra vez de un extremo a otro de la
Gran Vía. Aquello resultaba casi tan interesante como el cine: de los
escaparates de los Almacenes Rodríguez a la joyería Aldao; de los modernos
expendedores de bebida y comida del Tánger, el primer bar automático de la
ciudad, a las cristaleras de la elegante y selecta coctelería Chicote; las
calles, atestadas de automóviles y tranvías que se detenían cada dos por tres
vomitando gente. Nicasio, hipnotizado por completo, miraba la extraña y diversa
fauna que poblaba las aceras más anchas y transitadas de toda la ciudad: carteristas,
bohemios, cupletistas, timadores, mucamas, ricachones, sablistas, mendigos,
grupitos de taquimecas y mecanógrafas, mozos juerguistas, airados anarquistas y
comunistas solidarios repartiendo sus folletos a los transeúntes o llamando a
la huelga con verbo incendiario, pues no había día en que no se convocase una:
de albañiles, de ascensoristas, de camareros, incluso de toreros.
.
En la Gran Vía
se juntaba de todo, lo mejor y lo peor: gente de mal y de buen vivir, gente de
baja y de alta estofa, carlistas, revolucionarios, falangistas, libertarios,
reaccionarios... Algunos de ellos compartían un objetivo común: cambiar el
mundo para hacerlo más justo e igualitario, decían, aunque divergían en los
medios para alcanzar tal fin. Mientras, la mayoría se divertía sin descanso
aguardando que este cambio se produjese, por las buenas o por las malas, por
las urnas o por las armas.
Nicasio
tampoco apartaba los ojos de los carteles y de los afiches que con fotogramas
de las películas colgaban en la entrada de los cines de la competencia, el
Rialto, el Callao o el Actualidades, pues para él el Capitol se había
convertido en su propia casa, en la única que ahora podía considerar como tal.
Al finalizar
las sesiones le gustaba sentarse al lado de la entrada y escuchar al público
que salía comentando la película. Nicasio cerraba los ojos y trataba de
proyectar en sus retinas las mejores escenas de esos filmes que no había visto
y que daba en imaginar.
Marcos Calveiro, Días Azules, Solde la Infancia
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