En la mitad de agosto mamá, papá
y yo nos fuimos a Londres, que es la capital de Inglaterra porque hablan en
inglés y siempre llueve y también porque allí vive Mary Poppins cuando tiene
trabajo. Yo no había viajado nunca en avión y como mamá era azafata, conocía a
mucha gente y me dejaron sentarme con el piloto, que tenía un bigote rojo y se
reía como un pirata porque era australiano, que es como un inglés aunque de más
lejos.
Papá estaba de mal humor y a lo
mejor triste. Mamá ya no iba a volver a casa, porque se iba a trabajar a Dubái,
y no se ponían de acuerdo nunca: papá decía que no y mamá que sí; papá que no
quería, mamá que sí, y así todo el rato desde primavera, por eso mamá llevaba
tantas maletas y nosotros solo una bolsa de deporte muy pequeña que pusimos en
el armario del techo del avión.
Cuando llegamos a Londres ya no
había sol y llovía un poco, pero así fue mejor porque no hacía calor y mamá se
rio mucho cuando papá empezó a hablar en inglés y la señora de la taquilla del
tren no le entendía y puso las cejas así, como los payasos, pero en señora
negra con cosas de colores en el pelo. Entonces fuimos al hotel y todo tenía
alfombras para que no se manchara el suelo, hasta el ascensor, y papá dijo:
–Desde luego, mira que son estos
ingleses con tanta alfombra. Pero si hay alfombras hasta en las paredes.
El hombre que vivía en el
ascensor con el uniforme de botones grandes se rio un poco, pero no mucho,
porque era argentino como el señor Emilio, y dijo:
–Los ingleses, ya sabe, che.
Y ya está.
Luego fuimos al Big Ben, que es
el mismo reloj gordo con agujas que sale en Peter Pan cuando vuelan por la
noche, y al museo donde duermen las momias antiguas y donde también pasean
muchos japoneses, pero era tan grande y había tantas cosas que al final mamá
dijo:
–¿Os apetece que comamos en un
vietnamita, chicos?
Papá dijo: «Bueno», pero muy
serio, y mamá me miró y también hizo así con los hombros, como cuando la
señorita Sonia pregunta algo en clase y no sabemos qué decir aunque no sea
culpa nuestra porque todavía no lo hemos dado.
Entonces nos metimos por una
calle muy larga y luego torcimos por otra y ya llegamos.
Papá me contó que los
vietnamitas son hombres chinos pero más educados y que viven más felices porque
cocinan cosas picantes que les queman en la lengua para que coman con la boca
cerrada. Mamá se reía mucho todo el rato y yo también, pero papá casi nada. Es
que como a él no le sale nunca bien lo de los palillos, tenía un trozo de
pescado que se le escapó volando a la mesa de al lado y el señor vecino, que
llevaba un turbante naranja como el de Aladino y una barba blanca muy larga,
dijo muchas cosas muy rápido como enfadado y luego también se rio, aunque ahora
no me acuerdo muy bien, es que como íbamos a montarnos en la noria y se hacía
tarde me daba miedo que cerraran, porque mamá siempre dice que los ingleses lo
hacen todo muy pronto para poder tomar el té en casa a las cinco con sus gatos.
De ese día solo me acuerdo de la
noria con mucha gente y de nada más.
Al día siguiente fuimos al
parque donde se conocieron los perros de 101 dálmatas, bueno los padres
dálmatas, y comimos pescado con patatas fritas en un puesto de la calle que
olía raro. También fuimos en un barco de cristal por el río y cuando nos
bajamos mamá le dijo a papá:
Entonces cogimos el autobús rojo
de dos pisos como los que salen en las películas pero de verdad y nos bajamos
delante de unos grandes almacenes que eran como El Corte Inglés aunque más
ricos, con coches de oro en la puerta y un restaurante muy grande con camareras
rubias. Cuando terminamos de tomar el té con un pastelito cada uno, papá pidió
la cuenta y la señorita rubia se la trajo en una cajita. Papá abrió la cajita y
se puso muy rojo, como cuando se enfada mirando el fútbol por la tele. Luego
abrió la boca y se le hizo una O muy grande. También dijo, gritando un poco:
–Pero, bueno… ¿se puede saber…?
Mamá le puso la mano en el brazo
y torció así la cabeza, a un lado.
–Déjalo, Manu.
–Pero, pero… –dijo papá.
Y entonces mamá le miró muy
seria y dijo muy bajito:
–No lo estropees.
Después hicimos más cosas y
también dormimos en el hotel y al día siguiente era el último porque era
domingo, ¡y por fin fuimos a ver a Mary Poppins!
Yo tenía muchos nervios y se me
escapó un poco el pis mientras esperábamos en la puerta llena de luces del
teatro, con un cartel muy grande donde estaban Mary con Bert en la escena de
los caballitos del tiovivo y también muchos niños y madres y padres, pero en
inglés.
Entonces entramos y enseguida que
el señor indio con gafas nos acompañó a nuestro sitio, se levantó la cortina y
empezó a sonar la música. Luego salieron Mary Poppins y la veleta, y el
paraguas de cotorra y la casa que se abría por el tejado, y mamá y yo nos
pusimos a cantar, ella en inglés y yo no, porque nos sabíamos todas las
canciones de tanto ensayarlas en casa. Todo pasó tan rápido que de repente Mary
Poppins voló colgada de un cable desde el escenario hasta el techo y se marchó,
y todos saltábamos y gritábamos y algunos niños lloraban y otros se reían
mucho, y mamá me abrazaba muy fuerte porque nos daba pena que se marchara, y
bueno.
Después fuimos a ver a Mary
Poppins a su cuarto lleno de espejos. Cuando entramos, olía muy bien. Me dio
dos besos y dijo cosas en inglés, que mamá tradujo todo el rato, hasta que Mary
me sentó en su falda y dijo:
–Ah, yo adora Espania, me gusta
la gentes y Torremolainos y Benalmadena porque todo es mucho alegre en verano y
gente ríe siempre muy simpática. –Se calló y se retocó un poco el sombrero. Y
también dijo–: Tienes que ser bueno con tus padres, William, muy bueno. Ellos
quererte siempre, ¿sí?
Le dije que sí y ella me
alborotó el pelo y ya está.
Bueno, no, porque cuando ya nos
íbamos, me dijo:
–Y no olvides nunca: cuando
tengas problema gordo o pena, acuerda de Mary Poppins, di la palabra mágico muy
fuerte para que yo oiga bien y todo, todo, cambia siempre, ¿sí? –Me miró por el
espejo y me guiñó el ojo, así, y cantó–: ¡Supercalifragilistikespialidosuuuuus!
Salí del teatro muy contento y cantando de la
mano de papá, pero enseguida llegó la parte mala, porque se había hecho tarde y
teníamos que darnos prisa para ir al aeropuerto. Es que volvíamos en un avión
de noche porque como mamá y papá no son ricos, pues claro. Mamá nos acompañó a
la estación. Ella se quedaba en Londres porque al día siguiente se marchaba en
su avión pequeño a trabajar a Dubái y durante todo el camino en el metro papá
no dijo nada y mamá tampoco, y yo tenía un dolor aquí, como de barriga pero
diferente.
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