Pasaba el mediodía, no mucho antes del tercer llamamiento a la oración,
cuando Ammar ibn Khairan cruzó la puerta de las Campanas y entró en el palacio
de Al-Fontina, en Silvenes, para matar al último de los califas de Al-Rassan.
Al entrar en la Corte de los Leones, se topó con los tres juegos de
puertas dobles y se detuvo frente a las que conducían a los jardines. Había
eunucos guardando esas puertas. Conocía sus nombres, ya había tratado con
ellos. Uno asintió discretamente hacia él; el otro mantuvo la mirada apartada.
Prefería al segundo. Abrieron las pesadas puertas y entró. Las oyó cerrarse
tras él.
En el calor del día los jardines estaban desiertos. Todos aquellos que
aún permanecían dentro del decadente esplendor del Al-Fontina habrían buscado
la sombra de las estancias más recónditas. Estarían dando sorbos a vinos dulces
fríos o utilizando las cucharas exageradamente largas diseñadas por Ziryani para
degustar los sorbetes que se mantenían congelados en las profundas bodegas con
nieve bajada de las montañas. Lujos de otros tiempos destinados a hombres y
mujeres muy distintos de los que ahora ahí vivían.
Mientras pensaba en ello, Ibn Khairan caminaba silenciosamente por el Jardín
de las Naranjas y atravesaba el arco de herradura en dirección al Jardín del
Almendro, para luego pasar bajo otro arco que daba al Jardín del Ciprés, con su
árbol, único y perfecto, reflejado en tres albercas. Cada jardín era más pequeño
que el anterior, y todos ellos de una belleza desgarradora. Como una vez había
dicho un poeta, el Al-Fontina se había construido para romper el corazón.
Al final del largo recorrido llegó al Jardín del Deseo, el más pequeño
de todos y el que más se asemejaba a una joya. Y allí, vestido de blanco y
sentado solo y en silencio sobre el ancho borde de la fuente estaba Muzáfar,
según lo convenido.
Ibn Khairan hizo una reverencia bajo el arco, un hábito profundamente arraigado.
El anciano ciego no pudo verla. Tras un instante, dio un paso adelante y pisó
deliberadamente el camino que conducía a la fuente.
Guy Gavriel Kay, Los Leones deAl-Rassan
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