Me gusta,
cuando me levanto, abrir la ventana, mirar al patio y ver cómo el Árbol de las
Cuatro Estaciones empieza a sacar las primeras hojas. Quizá el día es soleado,
quizá es nuboso. Pero lo importante es que estas hojas pequeñitas me dicen de
alguna manera que todo vuelve a empezar.
Después, al
mediodía, las hojas ya han crecido todas y el árbol está espléndido, verde y
brillante. Después de comer salgo al patio y cojo algunos frutos, porque a esa
hora ya están maduros, amarillos, olorosos. Y si te distraes y te olvidas de
recogerlos, por la noche han caído ya al suelo y no pueden aprovecharse.
Una vez pensé
que eso de ir a buscar los frutos cada día era como tener una gallina y recoger
los huevos. Se lo dije al árbol, pero me pareció que no le hacía mucha gracia.
Por la tarde,
las hojas del Árbol de las Cuatro Estaciones se van volviendo amarillentas y
después rojizas, como si se avanzaran a la puesta de sol. Pero eso dura poco
rato, porque enseguida todas las hojas empiezan a caerse, una tras otra.
Ayer por la
noche, mientras barría el patio para recoger las hojas del día, me quedé quieto
un momento, miré al árbol y pensé que a él los años le pasan muy deprisa. Como
a mí los días.
Salvador Comelles, Árboles
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