Se supone que
debo contaros cómo me convertí en un cerebro metido en una caja.
Bueno, es un
comienzo un poco siniestro, ¿no os parece?
Además, lo
cierto es que no sé cómo lo hicieron, me refiero a las técnicas que emplearon.
No es que me despertara convertido en un cerebro fuera de mi cuerpo y me
enseñaran un vídeo informativo sobre cómo lo habían hecho por si acaso me
picaba la curiosidad. «Ésta es la parte en la que le cortamos los vasos
sanguíneos y los nervios del sistema nervioso periférico —explicaría el
vídeo—. Aquí extraemos el cráneo y la columna vertebral, y aquí le atiborramos
el cerebro de unos sensores microscópicos acojonantes para registrar sus
pensamientos. Preste atención porque luego le haremos un examen.»
¡Por Dios, qué
mal se me da esto!
No soy
escritor ni orador. Tampoco me dedico a contar historias. Soy piloto de nave
espacial. Me gustaría dejarlo claro antes de continuar. La Unión Colonial me
pidió que os contara lo que me había pasado porque consideraba que la información
podría resultaros útil. Pero, como comprenderéis, esto no va a ser la típica
obra literaria. Va a estar lleno de saltos adelante y atrás en el tiempo.
Seguro que me pierdo mientras os cuento mi historia y tendré que volver atrás,
y entonces volveré a perderme. Estoy escribiendo mi historia sin darle
demasiadas vueltas en la cabeza.
Bueno,
metafóricamente, puesto que ya no tengo cabeza. Estoy casi seguro de que la
tiraron a una incineradora o le hicieron algo por el estilo.
¿Veis a qué me
refiero?
Alguien va a
tener que editar lo que escriba si quieren que tenga sentido. «Esto es para
usted, pobre editor anónimo de la Unión Colonial: mis saludos y mis disculpas.
Le juro que no es mi intención complicarle la vida. Lo que pasa es que no sé
qué quieren realmente ni cómo quieren que lo haga.
»“Usted
cuéntelo todo —me dijeron—. Póngalo todo por escrito. No se preocupe, nosotros
lo ordenaremos.” Así que supongo que ahí es donde entra usted, anónimo editor.
Suerte con el orden a seguir.»
Y si estáis
leyendo esto, estoy seguro de que el editor hizo un trabajo excelente.
¿Por dónde
demonios empiezo? No creo que a ninguno de vosotros os interese una mierda mi
infancia. Fue feliz, como todas; no pasó nada fuera de lo normal y tuve unos
padres y unos amigos decentes. En los años de colegio tampoco ocurrió nada
destacable; tuve los típicos picos de estupidez y de libido y de vez en cuando
empollé para los exámenes. Sinceramente, no creo que a nadie le apetezca oírme
hablar de ello. A mí apenas me interesa, y eso que lo viví.
De manera que
creo que empezaré por la entrevista de trabajo.
Sí, me parece
un buen comienzo. Esa entrevista me proporcionó el trabajo que me convirtió en
un prodigio sin cabeza.
A toro pasado,
casi preferiría no haber conseguido el curro.
¡Ah! Quizá
debería deciros mi nombre. Sólo para que quede constancia.
Me llamo Rafe,
Rafe Daquin.
Me llamo Rafe
Daquin y soy un cerebro metido en una caja.
Hola.
John Scalzi, El final de todas las cosas
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