jueves, 17 de agosto de 2017

ÉRASE UNA VEZ UNA CIUDAD ENVUELTA EN NIEBLAS

 

No cabría otra manera de comenzar este relato.

Érase una vez una ciudad envuelta en nieblas que comenzaba a convertirse en la capital del mundo moderno. Érase una vez, en esa ciudad, un teatro antiguo, y cerca de él, una taberna, y en la taberna, un muchacho de corazón luminoso que soñaba con mantener la luz en su interior cuando el tiempo viniera a señalarlo como adulto.

Érase una vez Aurelius Wyllt.

Aurelius era uno de esos niños huérfanos que tanto abundan en los cuentos de hadas. Sin duda, un detalle como ese, y la narración de sus párvulas andanzas en el hospicio de Saint Peter, podrían ayudarle a ganarse la simpatía del lector, lo cual nunca está de más al comienzo de cualquier historia. No obstante, pecaríamos de melodramáticos —puede que de absolutos embusteros— si empezáramos incidiendo de esta manera en su origen, sin añadir ningún comentario más al asunto.

Lo cierto es que Aurelius fue acogido por una nueva familia a los pocos meses de ser abandonado en el hospicio, y jamás llegó a echar de menos a sus progenitores. Podría decirse que aunque fue uno de los muchos niños a los que el destino dejó sin amparo en aquellos tiempos crueles, también fue uno de los pocos que logró sobrevivir a su propia mala suerte.

Aunque para relatar con propiedad los inicios de nuestro protagonista en el mundo, puede que sea necesario remontarnos todavía más atrás en el tiempo. Quizá necesitemos conocer también algunos capítulos, aunque sea de pasada, de la vida del hombre que se convertiría en su padre adoptivo.

José Antonio Fideu, Los Últimos Años de la Magia

PREMIO MINOTAURO 2016

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