miércoles, 23 de agosto de 2017

LA FAMOSA LIBRERÍA SHAKESPEARE AND COMPANY


La famosa librería Shakespeare and Company era uno de los pocos sitios de París en los que aún se respiraba algo de libertad. Klaus estaba paseando aquella grisácea mañana del invierno de 1941, cuando se encontró de frente con la librería en la Rue de l’Odéon. Había escuchado todas las leyendas que circulaban acerca de aquel mítico lugar y de la no menos mítica propietaria, Sylvia Beach. Aquella mujer era mucho más que una simple librera, su pequeña editorial había publicado por primera vez una obra magistral de El Ulises de James Joyce. Un libro prohibido en Alemania por considerarse una de las obras degeneradas de la cultura occidental. El cartel negro sobre un gran fondo de madera marrón no destacaba mucho, como si la librera prefiriera pasar desapercibida, pero todos los amantes de la buena literatura conocían aquel lugar. Sylvia había sido amiga de Ernest Hemmingway, Ezra Pound, F. Scott Fitzgerald, Sherwood Anderson y James Joyce, pero Klaus imaginaba que Sylvia era consciente de que corrían malos tiempos para la literatura.

Klaus Berg había sido profesor de literatura francesa en la Universidad de Hamburgo hasta que la nazificación de la educación le sacó de las aulas, para convertirle en un simple profesor de clases particulares de francés. La desgracia se había cernido sobre él desde aquella fatídica noche del 6 de abril de 1933, que se había grabado a fuego en su mente. No podía evitar recordarlo cada vez que veía una librería. Los libros apilados en grandes montañas, los estudiantes arrojando a las llamas todo el conocimiento de la civilización mientras cantaban viejas canciones ancestrales que hablaban sobre la raza y la nación.

El oficial de las Wehrmach apartó de su mente aquellos recuerdos e intentó volver a disfrutar de aquella mañana templada y gris parisina. Klaus se puso a ojear las mesas de libros de la calle. Sus ojos saltaban de un título a otro, como un desesperado náufrago que había llegado de nuevo a casa tras un largo viaje. Apenas media docena de transeúntes perdían su tiempo mirando los lomos gastados de aquellos viejos libros cuando Klaus notó la presencia de otro oficial alemán. Aquel hombre imponía con su largo abrigo de cuero negro. Su uniforme de las SS amedrentó al resto de lectores, que dejaron discretamente las mesas y se alejaron de la librería. Klaus intentó concentrarse en su búsqueda, pero a él también le asustaban los hombres de negro. Cuervos de mal agüero los llamaba su padre, cuando los veía desfilar por la calles de Hamburgo.

Mario Escobar, El Club Verne

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