En realidad estos cuatro peces no
eran peces, eran pescadores. Todos los días salían a echar las redes al mar en
busca de buenas capturas y llegaban a puerto con el barco cargado. Eran los
cuatro pescadores más famosos del pueblo. Así era un día y otro día, hasta que
dejó de ser. Una tarde regresaron con el barco vacío, ni una mísera sardina
había caído en sus redes. El desastre se repitió a lo largo de varios meses:
mientras que otros pescadores atracaban en el puerto con los barcos llenos,
ellos seguían sin capturar nada. Un día, algo grande cayó en la red, algo tan
grande que los arrastró y acabaron hundidos en el fondo del mar. Pero en lugar
de morir, se convirtieron en cuatro peces de las profundidades abisales, de esa
zona tan profunda a la que apenas llega la luz. Cuatro peces de enormes bocas y
ojos saltones en busca de un débil rayo que iluminase aquella masa de agua
negra.
El caso es que no podían
soportar tanta oscuridad y rogaron al rey del mar para que los librase de aquel
suplicio. Neptuno solo les dio una opción: les cambiaba la vida por la luz.
Aceptaron sin pensar: no deseaban seguir viviendo en las tinieblas. Se convirtieron
en cuatro peces de piedra pero a plena luz del día y rodeados de gente. Por eso
sonríen.
Rosa Huertas, La Sonrisa de los Peces de Piedra
XIV PREMIO ANAYA DE LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL, 2017
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