domingo, 30 de septiembre de 2018

LA FLOR MÁS GRANDE DEL MUNDO


Las historias para niños deben escribirse con palabras muy sencillas, porque los niños, al ser pequeños, saben pocas palabras y no las quieren muy complicadas. Me gustaría saber escribir esas historias, pero nunca he sido capaz de aprender, y eso me da mucha pena. Porque, además de saber elegir las palabras, es necesario tener habilidad para contar de una manera muy clara y muy explicada, y una paciencia muy grande. A mí me falta por lo menos la paciencia, por lo que pido perdón.
Si yo tuviera esas cualidades, podría contar con todo detalle una historia preciosa que un día me inventé, y que, así como vais a leerla, no es más que un resumen que se dice en dos palabras… Se me tendrá que perdonar la vanidad de haber pensado que mi historia era la más bonita de todas las que se han escrito desde los tiempos de los cuentos de hadas y princesas encantadas…
¡Hace ya tanto tiempo de eso!
En el cuento que quise escribir, pero que no escribí, hay una aldea. (Ahora comienzan a aparecer algunas palabras difíciles, pero quien no las sepa, que consulte en un diccionario o que le pregunte al profesor.)
Que no se preocupen los que no conciben historias fuera de las ciudades, ni siquiera las infantiles: a mi niño héroe sus aventuras le esperan fuera del tranquilo lugar donde viven los padres, supongo que también una hermana, tal vez algún abuelo, y una parentela confusa de la que no hay noticia.
Nada más empezar la primera página, sale el niño por el fondo del huerto y, de árbol en árbol, como un jilguero, baja hasta el río y luego sigue su curso, entretenido en aquel perezoso juego que el tiempo alto, ancho y profundo de la infancia a todos nos ha permitido…
Hasta que de pronto llegó al límite del campo que se atrevía a recorrer solo. Desde allí en adelante comenzaba el planeta Marte, efecto literario del que el niño no tiene responsabilidad, pero que la libertad del autor considera conveniente para redondear la frase. Desde allí en adelante, para nuestro niño, hay sólo una pregunta sin literatura: “¿Voy o no voy?” Y fue.
El río se desviaba mucho, se apartaba, y del río ya estaba un poco harto porque desde que nació siempre lo estaba viendo. Decidió entonces cortar campo a través, entre extensos olivares, unas veces caminando junto a misteriosos setos vivos cubiertos de campanillas blancas, y otras adentrándose en bosques de altos fresnos donde había claros tranquilos sin rastro de personas o animales, y alrededor un silencio que zumbaba, y también un calor vegetal, un olor de tallo fresco sangrado como una vena blanca y verde.
¡Oh, qué feliz iba el niño! Anduvo, anduvo, hasta que los árboles empezaron a escasear y era ya un erial, una tierra de rastrojos bajos y secos, y en medio una inhóspita colina redonda como una taza boca abajo.
Se tomó el niño el trabajo de subir la ladera, y cuando llegó a la cima, ¿qué vio? Ni la suerte ni la muerte, ni las tablas del destino… Era sólo una flor. Pero tan decaída, tan marchita, que el niño se le acercó, pese al cansancio.
Y como este niño es especial, como es un niño de cuento, pensó que tenía que salvar la flor. Pero ¿qué hacemos con el agua? Allí, en lo alto, ni una gota. Abajo, sólo en el río, y ¡estaba tan lejos!…

No importa.
Baja el niño la montaña,
Atraviesa el mundo todo,
Llega al gran río Nilo,
En el hueco de las manos recoge
Cuanta agua le cabía.
Vuelve a atravesar el mundo
Por la pendiente se arrastra,
Tres gotas que llegaron,
Se las bebió la flor sedienta.
Veinte veces de aquí allí,
Cien mil viajes a la Luna,
La sangre en los pies descalzos,
Pero la flor erguida
Ya daba perfume al aire,
Y como si fuese un roble
Ponía sombra en el suelo.

El niño se durmió debajo de la flor. Pasaron horas, y los padres, como suele suceder en estos casos, comenzaron a sentirse muy angustiados. Salió toda la familia y los vecinos a la búsqueda del niño perdido. Y no lo encontraron.
Lo recorrieron todo, desatados en lágrimas, y era casi la puesta de sol cuando levantaron los ojos y vieron a lo lejos una flor enorme que nadie recordaba que estuviera allí.
Fueron todos corriendo, subieron la colina y se encontraron con el niño que dormía. Sobre él, resguardándolo del fresco de la tarde, se extendía un gran pétalo perfumado, con todos los colores del arco iris.
A este niño lo llevaron a casa, rodeado de todo el respeto, como obra de milagro. Cuando luego pasaba por las calles, las personas decían que había salido de casa para hacer una cosa que era mucho mayor que su tamaño y que todos los tamaños.
Y ésa es la moraleja de la historia.
Éste era el cuento que yo quería contar. Me da mucha pena no saber narrar historias para niños. Pero por lo menos ya conocéis cómo sería la historia, y podréis explicarla de otra manera, con palabras más sencillas que las mías, y tal vez más adelante acabéis sabiendo escribir historias para los niños…
¿Quién me dice que un día no leeré otra vez esta historia, escrita por ti que me lees, pero mucho más bonita?…

José Saramago

viernes, 28 de septiembre de 2018

FUERA DE LA BURBUJA


Enviado por Silvia:

Nicolás ha decidido que ya está bien de que lo que mole sea ser el primero en algo. ¿Por qué no mola ser el séptimo, por ejemplo? ¿Por qué es tan malo eso de ser «del montón»? No se trata de reivindicar a los que quedan los últimos, ni nada de eso: ya hay muchos libros y pelis sobre perdedores (que, además, siempre acaban siendo los primeros, como si eso fuera lo más importante). Y como Nico es un tipo activo, decide hablar con varios amigos que también son «del montón», para, entre todos, hacer... algo, no saben qué. Un montón.

Lo que no se esperan es que los guays de la clase (esos que siempre quedan los primeros) se piquen, y que les metan a su pesar en una competición de rap, y que unos empiecen a ligar con otros, y que las cosas se líen tanto...

                Este libro, una de las pocas incursiones de Belén Gopegui en la literatura juvenil, se centra en la preocupación del ser humano por pertenecer a un grupo y encontrar a otros iguales o parecidos a nosotros.

                Esta va a ser la mayor preocupación de Nico, nuestro protagonista, cuando decide crear con unos amigos su “montón”, que cuenta su historia en primera persona, aunque a veces se dirige directamente al lector para implicarle en su historia y sus reflexiones. Quiere dar protagonismo a los del montón, a los que no destacan ni por arriba ni por abajo, a pesar de que tengan unas determinadas habilidades.   

                Es de destacar el empleo de rap, en cuyas letras van a aparecer las reflexiones e ideas de este grupo de adolescentes:

Ya no sé qué es lo que quiero;
hoy lo saco del tintero
todo lo que me ha pasado,
por qué estoy tan enfadado.
Estoy bien con mis amigos
y hasta con mis enemigos,
que ni siquiera lo son,
solo es rara situación
o relación:
los de arriba y el montón.
Cuando empecé todo esto,
no quería
las medallas de repuesto
ni batallas ni concursos,
sino reírnos a gusto
en un rincón
del frontón,
sin sentir
que este mundo se divide
con barreras y murallas
y que vayas donde vayas,
lo que vales se decide,
¡pero no?
A mí no me pongas precio,
que es desprecio.
Soy persona
que razona
y que reacciona.

jueves, 27 de septiembre de 2018

PLATERO


El 1 de agosto, por la tarde, una docena de niños revoltosos suben a zancadas las escaleras del piso de Velázquez. Los reciben con los brazos abiertos Zenobia, su esposo, Luisa y Matilde. Algunos son muy pequeños, de apenas cinco o seis años. En sus rostros se aprecian los surcos que el destino ha grabado en sus vidas en estos últimos días: miedo, desamparo, hambre...
Muchos jamás han visto una vivienda con tantas comodidades y lujos, y no dejan de corretear de un cuarto a otro, como un enjambre de abejas, sin que sea posible poner orden para organizarlo todo. Algunos se han metido en el baño y no dejan de abrir grifos y vaciar la cisterna una y otra vez. Las tres mujeres intentan hacerse con ellos, que parece que enloqueciesen, como si todo el vigor del mundo corriese por sus venas.
-Ayúdanos, por favor -le suplica Zenobia al poeta, que contempla, divertido, la escena desde un rincón.
Juan Ramón coge a uno de los pequeños en el regazo y se acomoda en una silla. Comienza a recitar algunos versos con ese acento suyo tan particular. Inicialmente, los niños no le prestan atención, pero poco a poco se van calmando y, uno a uno, se sientan a su alrededor sobre el suelo alfombrado para escucharlo, como si su voz fuese un reclamo irresistible. Matilde asiste a la escena sorprendida,mientras Zenobia y Luisa sonríen. Cuando los tiene a todos a su alrededor, antes de que vuelvan a desbocarse, Juan Ramón consigue hechizarlos por completo.
-¿Sabéis quien es Platero?
¡No! -chillan a la vez.
-¡Un fascista! -grita al fondo uno de los mayores, y niños y adultos rompen a reír, aunque en el rictus del poeta y de Zenobia se vislumbra cierto horror.
-No, no, Platero es un burro -les aclara Juan Ramón-. ¿Queréis que os cuente su historia?
-¡Síiii!
-«Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Solo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto, y se va al prado...».
Mientras el poeta prosigue con su relato, las mujeres se ponen manos a la obra y organizan los cuartos y los colchones atendiendo a las edades y necesidades de los niños. Al concluir van a la cocina, donde han preparado unas bandejas con la merienda y unos vasos de leche, y las sacan al salón ante la indiferencia de los pequeños, hipnotizados con la historia de Platero y con el acento andaluz del poeta, que les hace mucha gracia. Matilde no tarda mucho en mostrarse encandilada y Zenobia le hace un gesto a su esposo para que vaya terminando.
-«¡Cantad, soñad, niños pobres! Pronto, al amanecer vuestra adolescencia, la primavera os asustará, como un mendigo, enmascarada de invierno -concluye el poeta su relato-. En fin, tenemos que ir terminando».
-¡No? ¡Más! -gritan todos con indignación.
-Descuidad, mañana leeremos el siguiente capítulo.
-¿Y cómo se titula? -pregunta uno.
-«El eclipse» -responde Juan Ramón.
-¿Y eso qué es?
-Mañana os lo explicaré -ataja Juan Ramón, que no quiere prolongar la conversación, a la vista de la impaciencia de su mujer (...)
Nicasio lo ayuda a llegar a un edificio situado unos portales más allá. Entra con él y lo guía escaleras arriba. Por el hueco baja un formidable estruendo de voces infantiles, bromas y risas.
Entre sofocos, el hombre llama a la puerta de una vivienda. Esta se abre con prontitud y surge un niño que enseguida se abalanza sobre él.
-¡Platero, Platero! -le grita apretándole las piernas.
Nicasio tiene que agarrarlo para que el ímpetu del niño no lo tire. Enseguida se juntan en el pasillo un montón de niños de las más variadas edades. Nicasio no entiende cómo este hombre de aspecto tan débil pudo concebir a tan ruidosa prole. Es entonces cuando la ve. inocente y lozana como una virgen en un retablo, Matilde sostiene a uno de los pequeños en brazos y le sonríe.
-¿Se encuentra bien el señor?  -pregunta ella a Juan Ramón, al borde del desvanecimiento entre el tumulto de los muchachos.
-Sí, si, gracias a este amable mozo que se llama... Sin él no sé qué habría sido de mí.
-Nicasio. Fue un placer ayudarlo -contesta ufano ante la presencia de Matilde.
-Pase si quiere. Los niños me esperan y no puedo faltar a mi cita antes de acostarlos. Ya ve cómo se ponen los inocentes.
Nicasio lo acompaña al butacón que preside el salón y lo ayuda a sentarse.
-Ya ve, el trono del poeta -comenta Juan Ramón con resignación.
Todo el rebaño infantil se sienta alrededor de él sobre la alfombra.
-Un vaso de agua, hija mía -le pide a Matilde.
Ella, con descaro, coloca el niño en los brazos de Nicasio, que no sabe muy bien qué hacer con él, y se va a la cocina.
Juan Ramón bebe a pequeños sorbos del vaso, aclara la garganta, toma el libro y comienza la lectura para sus encandilados oyentes.
-«El claro viento del mar sube por la costa roja, llega al prado de la atalaya, ríe entre las tiernas florecitas blancas; después se enreda por los pinares sin limpiar y mece, hinchándolas como velas sutiles, las encendidas telas de araña celestes, rosas de oro... Toda la tarde es ya viento marinero...».
Con el niño en brazos, Nicasio cae también bajo el embrujo del sentido relato, pero aún más bajo la mirada azabache de Matilde, que no se pierde ninguna de las mágicas palabras del poeta, como si quisiese apresarlas para siempre. «Ella sí que es viento marinero, florecita, tela de araña celeste», piensa el chico. La joven descubre la mirada anhelante de Nicasio y el arrebol se extiende como una fogata por su rostro. Un estremecimiento simultáneo recorre sus cuerpos precoces y los sorprende con una nueva sensación, extraña pero placentera. Juan Ramón, sin dejar de leer a su exigente público, sonríe al advertir esa corriente eléctrica que atraviesa a los jóvenes y que preñó el aire del anochecer de una tenue fragancia de tormenta. Sabe que su fuerza, la fuerza de ese amor que brota como una flor esplendorosa, puede alumbrar los rincones más sombríos del alma humana, incluso en estos tiempos oscuros que les ha tocado vivir(...)
Los niños no paran de travesear y revolotear todo el día. Solo la hora de la lectura del poeta es sagrada para ellos. Cuando ven que toma el libro y se acomoda en su butacón, todos se calman y escuchan con atención las aventuras y desventuras del burrito Platero. El día que Juan Ramón les relata con dulzura su muerte, lloran desconsolados; incluso Matilde busca consuelo sobre el pecho de un emocionado Nicasio, que intenta no soltar una lágrima.
Uno de los más pequeños incluso se abalanza sobre Juan Ramón, golpeándole con sus pequeñas manos.
-¡Lo has matado, lo has matado! -le recrimina entre sollozos.
Zenobia entra y los encuentra a todos llorando; momentáneamente, se asusta, temerosa de que le haya ocurrido algo a alguno de los niños, pero al conocer la causa de tanta tristeza, fulmina a su esposo con la mirada.
Por la noche, los Jiménez cenan en silencio en la calle Padilla. Él come con total parsimonia, ajeno al enfado de Zenobia. Ella intenta contenerse, pero al final estalla.
-Ha sido una crueldad leerles a los niños la muerte de Platero.
-¿Crueldad, dices? La vida es cruel, y la guerra, y el amor... No veo por qué habría de mentirles.
-No digo que les mientas, solo que...
-¿Dulcificar la cicuta el poeta?

miércoles, 26 de septiembre de 2018

PLÁNTALE CARA



—¿Quién es ese tío, Ada?
Nico me esperaba en la puerta de los aseos. Estaba muy enfadado. Su cara y su lenguaje corporal me recordaron a aquel día en la cocina.
Fría por fuera; temblando por dentro.
—¿A ti qué más te da quién sea? —le dije, tratando de esquivarlo y regresar con Bruno.
—¿Cómo que a mí qué más me da, niñata? —me respondió, agarrándome fuertemente el brazo—. Eres mía y de nadie más, ¿me oyes?
De nuevo volví a sacar fuerzas de donde no las tenía. Jamás sería propiedad de otra persona que no fuese yo misma, y aquella noche estaba bien dispuesta a dejárselo muy claro.
Fría por fuera. Temblando por dentro.
La fuerte presión de su mano rodeando mi brazo.
Fría por fuera. Haciendo acopio de fortaleza por dentro.
Aquella cara de cínico tratando de someterme.
Fría por fuera. De pronto, un témpano de hielo por dentro.
—Vamos a ver, Nicolás. Yo no sé qué te ha dado conmigo. Ni siquiera sé cómo pude acabar con un hombre como tú, si a lo que tú eres se le puede llamar hombre. No te quiero en mi vida ni cerca de ella. Puedes hacer lo que te plazca, pero ten bien claro que nunca te pertenecí ni nunca jamás te perteneceré. Y sí, ya... —Lo interrumpí porque sabía lo que iba a decir, su asquerosa sonrisa lo delató—. Ya sé que no era eso lo que gritaba la otra noche en la cama. No sé qué coño grité... porque aún no me explico cómo pude permitir que acabaras cruzando de nuevo el umbral de mi casa. Y ¿sabes qué? Que voy a dejar de darle vueltas a lo de la otra noche. Estás aquí ahora mismo porque el destino me ha puesto frente a ti para que te mande a tomar por culo. Así que, ya sabes, vete a comer mierda tú solo que este «coñito» va a seguir siendo libre y feliz.
En ese momento apareció Bruno y me preguntó si todo iba bien.
—Sí, no te preocupes, ya volvía a la mesa.
Agarré la mano que me inmovilizaba el brazo y me solté de su presa. Me sentí tremendamente bien. Aquella noche acabé de ser consciente de lo cobarde que era en realidad Nico. Se echaba para atrás en cuanto le plantaba cara; lo había hecho hacía un año en mi cocina y volvió a hacerlo en el Alexis. Era como si sólo supiese manejar emociones como el miedo o la sumisión. No sé de qué otra manera explicarlo. De ese modo, la noche anterior pasó a formar parte de un mal sueño.

Clara Peñalver, Cómo Matar a una Ninfa

martes, 25 de septiembre de 2018

NADIE NOS OYE


         Este apasionante thriller de Nando López nos sumerge con realismo en algunos de los conflictos más acuciantes de nuestra sociedad.

Tras perder el partido más importante de su vida, un joven de diecisiete años aparece muerto a causa de una terrible paliza.

No hay testigos ni pruebas que señalen a los culpables, aunque los recientes enfrentamientos entre el Zayas y el Távora, los dos institutos de la zona, apuntan a que se trata de un nuevo episodio en la escalada de violencia entre ambos centros por motivos xenófobos, pues la mayoría de los estudiantes del Távora son de origen magrebí.

Sólo dos personas próximas a la víctima poseen las claves para desentrañar lo sucedido: Quique, uno de sus compañeros de clase y miembro de su mismo equipo de waterpolo, el Stark; y Emma, una psicóloga contratada por el club para asesorar a sus jugadores adolescentes. A partir de ellos comprenderemos unos hechos sobre los que pesan demasiados miedos, demasiados fantasmas, demasiados silencios

                Llamativo el título que alude a esa falta de comunicación por la que se pueden agravar los problemas: por una parte, que nadie de nuestro entorno sea capaz de interesarse por nuestras inquietudes, nuestras dudas; por otra, nuestra incapacidad de manifestarlas en voz alta, de gritarlas, de proclamarlas; o guardar en silencio aquello que nos atormenta y que no somos capaces de asimilar o comprender. Pues con esos silencios es muy fácil que los demás tengan una idea equivocada de lo que somos, de lo que nos gusta, de los valores en los que creemos.

                Nando nos devuelve a un entorno educativo como en Los Nombres del Fuego o La Edad  de la Ira, y en él los personajes de la novela con sus silencios y sus palabras nos transmiten su realidad: el machismo, la violencia de género, el racismo, la traición al amigo, la homofobia, el temor a ser rechazado o quedarse solo, la incomprensión, la amistad…

                Tenemos tres personajes centrales: los dos narradores, Emma y Quique, y la víctima, Asier, y es la investigación de su muerte la que hace que los secretos afloren; los latentes, los que estaban a la vista, primero (machismo, racismo, amistad); luego, los ocultos, los que los personajes intentan esconder. Con un ritmo ágil, dinámico, gran parte de la novela avanza, más que por la acción, por las constantes reflexiones que se hacen los narradores.

                Emma, la psicóloga, que viene huyendo de su pasado, pues uno de los casos que llevaba en su punto de violencia de género ha terminado con tres muertos. Quique, cuyo padre es jefe de estudios en el Távora, el instituto rival, y cuya madre murió en el 11-M, no para de rayarse y ve cómo sus mejores amigos le ocultan lo que hacen y se muestran fríos y distantes. Javi, cuya actitud a veces chulesca esconde sus inseguridades, sus miedos y su determinación. Vero, que hasta su llegada al Zayas y al Stark ha querido pasar desapercibida, pero ahí es una de las estrellas, aunque en realidad está destrozada por dentro por lo ocurrido el último verano. Izan, una de las estrellas del equipo masculino, que quiere manipular a los demás con su rabia desenfrenada. Marta, la recién llegada, por cuyos huesos Quique suspira… Esos son algunos de los personajes, de los cuales es difícil hablar sin soltar algún spoiler.

                ¡Ah, por cierto! El nombre del equipo no tiene nada que ver con la saga Juego deTronos de G. R. R.  Martin, aunque hay bastantes referencias (Emma esperando el fuego purificador de un dragón, por ejemplo).

                Leed el libro y sabréis de dónde viene ese Stark.

lunes, 24 de septiembre de 2018

CRÍTICA LITERARIA



De Clovis Fossey a Juliet
4 de marzo de 1946

Estimada señorita:
Al principio, yo no quería ir a ninguna reunión literaria. Tengo mucho trabajo en la granja, y no quería perder el tiempo leyendo sobre gente que nunca existió, haciendo cosas que nunca hicieron.
Luego, en 1942 empecé a cortejar a la viuda de Hubert. Cuando salíamos a pasear, ella caminaba con paso firme unos palmos por delante de mí y nunca me dejaba que la cogiera del brazo. A Ralph Murchey sí le dejaba cogerla del brazo, por eso supe que algo fallaba en mi manera de declararme.
Ralph fanfarronea mucho cuando bebe. Le dijo a todos los de la taberna: «A las mujeres les gusta la poesía. Una palabra dulce al oído y se derriten». Esa no es manera de hablar de una dama, y entonces supe que él no quería a la viuda de Hubert por ella misma, como hacía yo. Él sólo quería su tierra de pastura para sus vacas. Así que pensé: «Si son poemas lo que quiere la viuda de Hubert, ya le encontraré unos».
Fui a ver al señor Fox a su librería y le pedí poemas de amor. Por esa época no tenía muchos libros (la gente los compraba para quemarlos, y cuando finalmente se dio cuenta, cerró la tienda para siempre), así que me dio algunos de un tal Catulo. Era romano. ¿Usted sabe el tipo de cosas que decía en los versos? Yo no podría decirle aquellas palabras a una buena dama.
Él iba detrás de una mujer, Lesbia, que lo rechazó después de haberse acostado con él. No me sorprende que lo hiciera, a él no le gustaba que ella acariciara el pequeño gorrión aterciopelado que tenía. Estaba celoso de un gorrión de nada. Se fue a casa y se puso a escribir sobre su angustia al verla a ella estrechar al pajarillo contra su pecho. Se lo tomó muy mal, y después de eso nunca más le gustaron las mujeres y se dedicó a escribir poemas mezquinos sobre ellas.
También fue un auténtico sinvergüenza. ¿Quiere ver un poema que escribió cuando una mujer perdida le cobró por sus favores? Pobre chica. Se lo copio para usted.

Ameana, joven bien follada,
me ha pedido diez de los grandes,
esa joven de nariz repulsiva,
la querida del manirroto de Formias.
¡Parientes que estáis a su cuidado,
convocad a médicos y amigos!
La muchacha no está bien de la cabeza
ni pregunta a su espejo qué cara tiene.

¿Eso son muestras de amor? Le dije a mi amigo Eben que nunca había visto algo tan rencoroso. Él me dijo que lo que pasaba era que no había elegido bien los poemas. Me llevó a su casa y me dejó un pequeño libro suyo. Era la poesía de Wilfred Owen. Fue capitán durante la Primera Guerra Mundial, sabía cómo eran las cosas y las llamó por su nombre. Yo también estuve allí, en Paschendale, y conocí lo mismo que él conoció, pero nunca supe ponerlo por escrito.
Bueno, pensé que después de todo debía de haber algo en la poesía. Empecé a ir a las reuniones, y estoy contento de haberlo hecho, si no, ¿cómo habría llegado a leer las obras de William Wordsworth? Habría seguido siendo un desconocido para mí. Me aprendía muchos poemas suyos de memoria.
Al final me gané el corazón de la viuda de Hubert, mi Nancy. Una tarde la llevé a pasear por los acantilados y le dije: «Mira eso, Nancy. La dulzura del cielo está en el mar. ¡Escucha! El ser poderoso está despierto». Me dejó que la besara. Ahora es mi mujer.
Sinceramente,
CLOVIS FOSSEY

P.D. La señora Maugery me dejó un libro la semana pasada. Es una antología de poesía que se titula The Oxford Book of Modern Verse, 1892-1935. Dejaron que un hombre llamado Yeats hiciera la selección. No debieron hacerlo. ¿Quién es, y qué sabe él de poesía?
Busqué por todo el libro algún poema de Wilfred Owen o de Siegfried Sassoon. No encontré ni uno, ni uno. ¿Y sabe por qué? Porque este tal señor Yeats dijo: «Deliberadamente he decidido no incluir ningún poema de la Primera Guerra Mundial. Les tengo aversión. El sufrimiento pasivo no es tema para la poesía».
¿Sufrimiento pasivo? ¡Sufrimiento pasivo! Quise fundirme. ¿Qué es lo que le pasa al hombre? El capitán Owen escribió un verso: «¿Qué fúnebres tañidos se ofrendan para estos que mueren como reses? Sólo la ira monstruosa de los cañones». ¿Qué hay de pasivo en esto?, me gustaría saber. Así es exactamente como murieron. Lo vi con mis propios ojos, y al diablo con el señor Yeats.
Suyo sinceramente,
CLOVIS FOSSEY

Mary Ann Shaffer y Annie Barrows,

domingo, 23 de septiembre de 2018

POR DONDE UN DÍA PASEÓ POE



Divagan eternamente las sombras en esta tierra,
Soñando con siglos que se fueron para siempre;
Grandes olmos se alzan solemnes entre lápidas y túmulos
Desplegando su alta bóveda sobre un mundo oculto de otro tiempo.
Una luz del recuerdo ilumina todo el escenario,
Y las hojas muertas hablan en susurros de los días idos,
Añorando imágenes y sonidos que ya no volverán.

Triste y solitario, un espectro se desliza a lo largo
De los paseos por donde sus pasos le llevaban en vida;
Pero no es visible a los ojos de cualquiera, a pesar de que su canto
Resuena a través del tiempo con una extraña fascinación.
Sólo los pocos que conocen el secreto de su magia
Pueden encontrar entre estas tumbas la sombra de Poe.

H. P. Lovecraft

Where Once Poe Walked

Eternal brood the shadows on this ground,
Dreaming of centuries that have gone before;
Great elms rise solemnly by slab and mound,
Arched high above a hidden world of yore.
Round all the scene a light of memory plays,
And dead leaves whisper of departed days,
Longing for sights and sounds that are no more.
Lonely and sad, a specter glides along
Aisles where of old his living footsteps fell;
No common glance discerns him, though his song
Peals down through time with a mysterious spell.
Only the few who sorcery’s secret know,
Espy amidst these tombs the shade of Poe.

viernes, 21 de septiembre de 2018

BERSERK



            Enviado por Alberto (B1CH)

es un manga creado por Kentaro Miura y posteriormente adaptado en un anime, con un estilo épico fantástico y de fantasía oscura.

Historia ambientada en una época medieval con tintes de la Europa medieval, en el cual se cuenta la historia de Guts (traducido como Gatsu en las primeras ediciones en castellano), un mercenario huérfano que acompañado del elfo Puck, caza demonios llamados «Apóstoles». La historia se divide en dos partes: la primera (que va del volumen 4 al volumen 13) cuenta su infancia y cómo conoce a Griffith, líder de un grupo mercenario llamado «la Banda del Halcón». La segunda parte (volúmenes del 1 al 3 y 14 al 39, publicándose) es su historia tras el fatídico Eclipse, la caza de los Apóstoles y su búsqueda de venganza contra Griffith.

Berserk es una novela con ilustraciones japonesa, lo cual ayuda por si no tienes mucha imaginación o te cuesta introducirte en el mundo que la novela te plantea, ya que ella misma te aporta imágenes para que solo tengas que imaginarte mínimos movimientos y, además, como siempre se dice, “una imagen vale más que mil palabras” y con esto me refiero a que con esas ilustraciones te pueden mostrar más que un libro con diez páginas de texto escritas tan solo defiendo el espacio, un personaje o un movimiento.

Su historia es fantástica, la forma en la que te atrae, como te va introduciendo poco a poco las cosas, dándote así margen para que tu formules tus propias teorías, Las cuales más tarde va a demostrarte lo simples que son, ya que en este primer volumen para solucionar un problema anteriormente planteado te plantea otros dos o tres nuevos.

Contiene también personajes únicos, personajes con rasgos y carácter únicos, como puede ser el caso de Guts con esa antipatía con la que quiere alejarse de todo el mundo, quedándose seguro que no le van a buscar más tarde, pero que, si te paras a pensar, tal vez tenga un porque, y ese porque sea el no querer poner en peligro a la gente que le importa. Ese “no me acompañes porque eres débil” que le dijo a Vargas tal vez era simplemente para protegerlo ya que no buscaba que este, que apenas se podía mantener se jugase la vida por conseguir algo lo cual Guts sabía que podía conseguir perfectamente solo. Provocándote la intriga por el pasado de los personajes, como: ¿Qué le paso a Guts en el ojo? ¿Por qué le falta el brazo izquierdo a Guts? ¿Qué relación mantenía con el miembro de la mano de Dios al que quiere matar? ¿Por qué se separó Puck de los suyos?

También puede resultar curioso los sentimientos que muestran los personajes, como ese jefe de los bandidos o el gobernador rogando por sus vidas tras ver que alguien les ha superado y que pueden perder su vida o la cara de miedo de Guts (el cual simpre iba con la misma expresión facial) al ver llegar a ese hombre con traje de águila plateada junto a los otros cuatro miembros.

Lo que más llama la atención es, el límite de Guts, ya que en esta última batalla casi pierde la vida y que solo su vitalidad, sus ganas de querer acabar con todos los que han sacrificado a un ser querido por poder no le va a servir.

Pero, la historia no es lo único que tiene, los dibujos que tiene son maravillosos, mejorando a lo largo que avanza el libro y no perdiendo ni el mínimo detalle, desde pequeñas rajas en las baldosas hasta los huecos de las muelas, liberando todo el potencial de las caras de locura, pánico, odio, desesperación, terror… que se pueden ver reflejadas en los personajes.

Como resumen; se trata de una gran historia con muchos personajes, tramas e intriga, donde todo lo que pienses va a ser una basura comparado con lo que después te vas a encontrar en la obra, con unos personajes que no son para nada planos y que no son lo que a primera vista parecen. Y que, para colmo, todo esto viene acompañado de unas impresionantes ilustraciones que le dan más poder a la historia, ya que no te tienes que imaginar lo que sucede, la situación de algún personaje o los sentimientos que le invaden. Ya que todo eso te lo muestra el libro y le da la fuerza que él considera necesaria.

jueves, 20 de septiembre de 2018

CUATRO HISTORIAS



«Es solo un sueño», se dijo Conor, en el jardín trasero de su casa, mirando hacia arriba la silueta del monstruo recortada contra la luna. No se acababa de creer que hubiera bajado la escalera de puntillas, hubiera abierto la puerta de atrás y hubiera salido.
Seguía sintiéndose tranquilo. Lo cual era extraño. Esa pesadilla (porque seguro que era una pesadilla, por descontado que lo era) era tan distinta a la otra…
Para empezar no había terror, ni pánico, ni oscuridad.
Y sin embargo allí estaba el monstruo, tan claro como la noche más clara, diez o quince metros por encima de él, respirando pesadamente en el aire de la noche.
—Es solo un sueño —dijo otra vez.
—Pero ¿qué es un sueño, Conor O’Malley? —El monstruo bajó la cabeza hasta la cara de Conor—. ¿Quién dice que no es todo lo demás lo que es un sueño?
Cada vez que el monstruo se movía, Conor oía el crujido de la madera, como un quejido de su cuerpo gigantesco. Veía la fuerza de sus brazos, enormes cordadas de ramas que se retorcían dando forma a los músculos del árbol, unidos al enorme tronco que era el pecho, todo coronado por una cabeza y unos dientes que podría hacerlo trizas de un mordisco.
—¿Qué eres? —preguntó Conor abrazándose el cuerpo con fuerza.
—No soy un «qué» —refunfuñó el monstruo—. Soy un «quién».
—¿Quién eres entonces?
El monstruo abrió mucho los ojos.
—¿Que quién soy? —dijo, y luego gritó—. ¿Que quién soy?
Parecía que el monstruo seguía creciendo, cada vez era más alto y más ancho. Un viento súbito los rodeó, y el monstruo abrió los brazos tanto que parecía que le llegaban a horizontes opuestos, tanto que parecían lo bastante grandes como para abarcar el mundo.
—¡He tenido tantos nombres como años tiene el tiempo! —dijo con un rugido—. ¡Soy Herne el Cazador! ¡Soy Cernunnos! ¡Soy el eterno Hombre Verde!
El monstruo bajó uno de los brazos, atrapó a Conor y lo elevó en el aire; el viento se arremolinó en torno a ellos haciendo que las hojas que formaban la piel del monstruo se agitaran airadamente.
—¿Que quién soy? —rugió de nuevo—. ¡Soy la espina dorsal que sostiene las montañas! ¡Soy las lágrimas que lloran los ríos! ¡Soy los pulmones que respiran el viento! ¡Soy el lobo que mata al gran ciervo, el gavilán que mata al ratón, la araña que mata a la mosca! ¡Soy el gran ciervo, el ratón, la mosca que son comidos! ¡Soy la serpiente del mundo que se devora la cola! ¡Soy todo lo que no está domesticado y no se puede domesticar! —Acercó a Conor uno de sus ojos—. Soy esta tierra salvaje, y he venido a por ti, Conor O’Malley.
—Pareces un árbol.
El monstruo lo apretó hasta que Conor empezó a gritar.
—No echo a andar todos los días, muchacho, solo cuando es cuestión de vida o muerte. Y espero que se me escuche.
El monstruo aflojó la presión y Conor pudo respirar de nuevo.
—Vale, ¿y qué quieres de mí?
El monstruo esbozó una sonrisa diabólica. El viento se aplacó y sucedió la calma.
—Por fin —dijo—. La razón por la que he echado a andar.
Conor se puso tenso, de pronto tenía miedo.
—Esto es lo que pasará, Conor O’Malley —continuó el monstruo—: Vendré a ti de nuevo otras noches y… —Conor sintió que se le encogía el estómago, como si se estuviera preparando para recibir un golpe— te contaré tres historias. Tres historias de otras veces en las que tuve que echar a andar.
Conor pestañeó. Luego volvió a pestañear.
—¿Me vas a contar historias?
—Así es —dijo el monstruo.
—Bueno… —Conor miró a un lado y a otro sin dar crédito—. ¿Y qué clase de pesadilla es esa?
—Las historias son lo más salvaje de todo —tronó la voz del monstruo—. Las historias persiguen y muerden y cazan.
—Eso dicen siempre los profesores —dijo Conor—. Y tampoco los cree nadie.
—Y cuando yo haya terminado mis tres historias —continuó el monstruo, como si Conor no hubiera hablado—, tú me contarás a mí una cuarta.
Conor se revolvió en la mano del monstruo.
—No se me dan bien las historias.
—Tú me contarás a mí una cuarta —repitió el monstruo—, y será la verdad.
—¿La verdad?
—No una verdad cualquiera. Tu verdad.
—Vale —dijo Conor—, pero dijiste que antes del final pasaría miedo, y eso no da nada de miedo.
—Sabes que no es cierto —dijo el monstruo—. Sabes que tu verdad, esa verdad que escondes, Conor O’Malley, es lo que más miedo te da en el mundo.
Conor dejó de revolverse. No se referiría a… No podía ser que se estuviera refiriendo a… No podía ser que supiera eso.
No. ¡No! No le contaría nunca a nadie lo que pasaba en la pesadilla de verdad. Ni en un millón de años.
—Me la contarás —dijo el monstruo—. Pues esa es la razón por la que me has llamado.
Conor se sintió todavía más confundido.
—¿Que yo te he llamado? Yo no te llamé…
—Me contarás la cuarta historia. Me contarás la verdad.
—Y si no te la cuento ¿qué? —dijo Conor.
El monstruo volvió a esbozar su sonrisa diabólica.
—Entonces te comeré vivo. —Y abrió la boca hasta lo indescriptible, tanto que podría comerse el mundo entero, tanto que podría hacer que Conor desapareciera para siempre…

miércoles, 19 de septiembre de 2018

EMPODERAMIENTO



En el sofá, mamá sonreía, ilusionada, imaginándose la sensación que iba a causar vestida para la boda con su estilismo sorpresa, y de nuevo tuve que disimular una sonrisa, aunque bien podría haberme ahorrado el esfuerzo, porque mamá ve ya tan poco que apenas aprecia los matices en las expresiones ajenas. «Empoderada», había dicho. Esa es una de las palabras que, en su léxico particular, exprime desde hace unos meses a tutiplén y que tía Inés detesta sobre todas las cosas. Esa y algunas más con que la abruma la actualidad —«transversal», «resiliencia» y «zona de confort», por ejemplo—. Aunque «empoderada» supera con creces al resto porque llegó por error y quien ayudó a corregirla con un éxito más o menos discutible fue ni más ni menos que el doctor Armadillo, su nuevo traumatólogo.
Lo que ocurrió fue que hace unos meses mamá se cayó en la calle. No fue una buena caída. Como apenas ve, tropezó con uno de los escalones de la plaza mientras paseaba a Shirley y se fue de bruces al suelo, aterrizando sobre manos y rodillas. Al cabo de un par de días, una rodilla seguía inflamada y el dolor no remitía, así que decidimos asegurarnos y que la viera un especialista.
La consulta no empezó con buen pie. En cuanto entramos, el médico, un tipo con cara de poco interés por lo que tenía entre manos y cierta mirada de desidia, bromeó, con más sorna que otra cosa, al ver aparecer a mamá escoltada por toda su prole. Ella, ajena al tono del hombre, estuvo encantada con la observación y, volviéndose hacia nosotros, que estábamos de pie a su espalda, nos presentó (…)
Diez minutos más tarde, mientras esperábamos en silencio a que el doctor nos extendiera una petición para hacerle una radiografía de la rodilla, mamá, que parecía haberse quedado totalmente absorta en algo que ocurría al otro lado de la ventana, se inclinó hacia delante y dijo:
—Doctor, ¿usted sabe lo que es el empotramiento?
El hombre, que parecía estar también en sus cosas mientras esperaba a que la impresora diera señales de vida, dejó de garabatear en su libreta de recetas y miró a mamá como si no la hubiera oído bien.
—¿Cómo dice?
Mamá se inclinó un poco más hacia delante.
—Lo del empotramiento, ¿cómo es? —dijo. Luego, al ver que Emma y yo nos mirábamos con cara de póquer, puso los ojos en blanco y se explicó—. Ya sabe. Lo de las mujeres empotradas.
La explicación no ayudó. Emma bajó la vista y yo intenté pensar en algo triste, pero no terminé de conseguirlo y se me escapó una carcajada mal contenida que quise transformar en suspiro y que terminó en tos. Silvia estaba lívida.
—La verdad, no sé exactamente a qué... —empezó el doctor, rojo como un tomate.
Mamá captó que ese principio de explicación no auguraba la respuesta a su duda y decidió intervenir a tiempo.
—Es que, en la radio, la señora de las mañanas siempre saca lo del empotramiento. Bueno, no es solo ella. En las tertulias del chico enanito del canal 24 horas también lo sacan mucho, sobre todo una mujer pelirroja y un poco gordita que habla así, como raro. Que si hay que empotrar, que si el empotramiento... Mi amiga Inés, que sabe mucho de sociología porque ha sido profesora de religión durante cuarenta años, dice que todo es por las feministas, las chiquitas del Fetén. Ya sabe: las de los pechitos al aire que odian a los curas y se rebozan en la tomatina... pero el otro día, en mi curso de memoria, alguien comentó que es una... una especie de moda que viene de Inglaterra.
El doctor miraba a mamá sin pestañear. Al ver que ella guardaba silencio, abrió la boca para decir algo, pero pareció pensarlo mejor y volvió a cerrarla. Mamá asintió y volvió a lo suyo.
—Aunque quién sabe, ¿no? —dijo, volviéndose hacia la ventana—. Bien pensado, tiene sentido. Debe de ser por toda esa carne enlatada de potro que comen los ingleses, o sea, como aquí los vegetarianos con el huevo pero con potros.
Ni el doctor ni nosotros dijimos nada. Él, porque estaba tan atónito que ni siquiera parpadeaba. Nosotros, porque sabíamos que cuando mamá se mete por esos callejones hay que dejar que busque sola la salida.
Tardamos cinco minutos más en descubrir que el «empotramiento» de mamá era en realidad el «empoderamiento» que salpica las tertulias y programas que escucha a todas horas en la radio, y otros cinco fueron los que tardó el doctor en explicarle el significado de la palabra.
Cuando él por fin terminó de hablar, mamá puso cara de satisfacción y resumió, encantada:
—Ah, ya lo entiendo. «Empoderada» es como decir «mejor que bien», ¿no?
El doctor asintió despacio con un gesto que fue de alivio y terminó de escribir la receta. Mientras se imprimía la petición, mamá, que se había quedado muy callada, inclinó un poco la cabeza a un lado y frunció el ceño antes de preguntar:
—Pero, entonces... ¿lo del empotramiento qué es?
Así fue como, desde ese día, si ve algo que la sorprende para bien, mamá automáticamente lo empodera o, en su defecto, lo empotra, según de dónde sople el viento, la claridad mental disponible y según sea adjetivo, adverbio o tiempo verbal. «Empoderado» —o «empotrado»— es «bueno». O mejor: es el resumen de todo lo bueno que barrunta su imaginación. La concursante ucraniana que se ha aprendido la Enciclopedia Británica de memoria y ha batido el récord de semanas participando en el programa de cifras y letras que mamá ve todas las noches antes del telediario está «muy empotrada». Una mandarina especialmente dulce, también. Sin embargo, lo que antes la fascinaba, ahora «me empodera». Y no hay más. O sí. Está también el resto, o lo que es lo mismo, lo «transversal». «Transversal» es aquello que no sabe explicar y que la enturbia, esa muletilla salvavidas de la que echa mano a menudo, unas veces con más acierto que otras. Si no sabe cómo definir una situación, un encuentro, una noticia... si por cualquier motivo se atasca en lo que quiere describir, sea lo que sea, allí aparecen indefectiblemente sus empoderamientos, sus empotramientos y, especialmente, su «transversal». En estas últimas semanas de más estrés por la boda de Emma, utiliza esas palabras para casi todo, y les ha empezado a sumar otras reinterpretaciones del lenguaje que en la mayoría de los casos nos hacen gracia, pero que tanto Silvia como tía Inés están empezando a ver con cierta preocupación. Tía Inés dice que la culpa de tanta expresión nueva la tiene Marco, el coach colombiano que Silvia le ha puesto a mamá para «enderezarla un poco y ayudarla a sacarle la rabia que —según ella— tiene enquistada contra papá». Silvia, por su parte, está convencida de que el único culpable es el transistor que mamá lleva colgando de la muñeca como una granada de mano y que la acompaña encendido a todas partes junto con su adorada Shirley. Debates, noticias, magacines... en casa de mamá se come, se cena, se habla y se duerme la siesta con la radio. La radio es ruido, y mamá no sabe vivir sin él porque desde que vive sola el silencio no la acompaña bien y le alarga demasiado los días.

Alejandro Palomas, Un Amor
PREMIO NADAL DE NOVELA 2018

martes, 18 de septiembre de 2018

AURORA O NUNCA

En las peores noches de tormenta un misterioso navío emerge de las profundidades del mar y aparece en las costas de Aurora. Esta tenebrosa leyenda ha marcado la historia del pueblo y está asociada a una larga cadena de sucesos trágicos de la que ningún habitante consigue zafarse.

En esta obra han participado diez prestigiosos autores del panorama de la literatura infantil y juvenil: Ana Alcolea, Jesús Díez Palma, David Fernández Sifres, Alfredo Gómez Cerdá, Jorge Gómez Soto, Paloma González Rubio, Daniel Hernández Chambers, Rosa Huertas, Gonzalo Moure y Mónica Rodríguez. Todos ellos aúnan sus esfuerzos para dar vida a Aurora y conformar un puzle tan enigmático como asombroso.

                La primera impresión es que estaba ante una serie de relatos que ocurrían en el mismo escenario. Nada más lejos de la realidad. Aurora o Nunca es, en realidad, una magnífica novela, una novela escrita a diez manos. Cada capítulo se centra en uno de los habitantes del pueblo, y explora en cada uno de ellos el sentimiento de culpa, culpa por algo que hicieron y no tenían que haber hecho, culpa por algo que no hicieron y tenían que haber hecho. Esa culpa es, según Alfredo Gómez Cerdá, lo que va a vertebrar el libro; una culpa que se viene arrastrando desde tiempo atrás, desde el naufragio del Livjatan. También se logra dar unidad al conjunto a través de los personajes, pues un personaje secundario de un capítulo es el protagonista o personaje central del siguiente.

                Algunos de los personajes son inolvidables: Agustín Fóquel, un músico casi retirado, que abre y cierra la historia y a quien los lugareños le cuentan la leyenda del Livjatan; Tesifonte, el industrial arruinado y abandonado por su novia y su mejor amigo, que se va a refugiar en la locura; Sandra, la adolescente que ronda la rebeldía, pues se siente ignorada y menospreciada por Laura, la madre divorciada, y acosada por Abel, el nuevo novio de su madre; Blanca, que convive con el fantasma de su hermana gemela, muerta nada más nacer; Martín Cepeda, el vidente, y Braulio, el dueño del tanatorio, que rivalizan por el amor de la misma mujer; o Eze, el adolescente subsahariano, rebelde e inadaptado, que quiere volver a su África natal, y que, aunque no tiene un capítulo propio, está presente en varias de las historias…

                Todo rodeado por la niebla, la lluvia, las tormentas con sus truenos y relámpagos, los acantilados, el mar que dicta sus propias leyes, creando una atmósfera que agobia y encierra a los habitantes de Aurora.

PREMIO WHITE RAVENS 2018

lunes, 17 de septiembre de 2018

LOS RENGLONES TORCIDOS DE LA PROGRAMACIÓN



Cuando el curso comienza hay que redactar un interminable mazo de folios por asignatura llamado programación. El motivo es que un ser siniestro y maligno llamado inspector puede aparecer el día menos pensado para exigirla y, según parece, las siete plagas de Egipto son una broma comparadas con lo que puede ocurrir si no está terminada.
Mentar las programaciones en un claustro de profesores es como hablar de España en casa de Puigdemont, de la República en el Palacio de la Zarzuela o de impuestos en el vestuario de un equipo de fútbol. Simplemente no caen bien. Creo que si a cualquiera de ellos se les apareciera en estos días el genio de la botella y le concediera tres deseos, el primero sería que le redactara las programaciones.
Algún veterano me ha confesado que antes se podían copiar de un año para otro cambiando solo las fechas, pero desde que los políticos se han empeñado en hacer una nueva ley de educación cada vez que salen de fiesta y se exceden con los gin-tonics ese truco ya no funciona. Por eso, circulan entre mesas y pasillos rumores acerca de misteriosas páginas de Internet en las que hay colgadas algunas de las que puede sacarse algún provecho.
Puesto que me ha costado un esfuerzo considerable captar el intríngulis del asunto (qué lindo era todo en el máster de educación) y además llevo una semana con dedicación exclusiva al tema, creo que al fin estoy en condiciones de desvelar el misterio de las programaciones.
Se supone que a lo largo de una extensión que puede oscilar entre cincuenta y cien páginas deben detallarse los datos de la asignatura, quién la imparte, en qué nivel y otros detalles menores. Hasta ahí, bien.
Después se contextualiza, esto es, se determina a qué tipo de alumnado va dirigida para adaptarla a él, como si Felipe V de mi corazón fuera material flexible fabricado con caucho. Luego se enumeran los objetivos de la etapa, o sea, qué se pretende conseguir de los jóvenes a final de curso. Si cito el primero que marca la ley creo que el lector entenderá los espinoso de la cuestión sin necesidad de extenderme en detalles innecesarios: «Ejercer la ciudadanía democrática desde una perspectiva global y adquirir una conciencia cívica responsable, inspirada por los valores de la Constitución Española, así como por los Derechos Humanos, que fomente la corresponsabilidad en la construcción de una sociedad justa y equitativa».
Tras leer el objetivo (cinco veces, por si comenzaba a sufrir trastornos serios de comprensión) las cejas se me empezaron a juntar y mi cabeza empezó a calibrar diversas posibilidades. En concreto una por lectura.
1. Quien redactó esto se excedió muy seriamente con los gin-tonics.
2. Lo hizo en plena resaca.
3. No ha pisado un centro educativo en su vida.
4. No tiene hijos adolescentes.
5. Todas las anteriores son correctas.
Más tarde se especifican los objetivos de la asignatura, que no son aprobarla con nota. No. Ojalá fuera tan simple. Para Historia de España, la cosa no mejora: «En su carácter formativo, subraya el desarrollo de técnicas y capacidades propias del pensamiento abstracto y formal, tales como la observación, el análisis, la interpretación, la capacidad de comprensión y el sentido crítico».
Ya cejijunto perdido, mis alarmas se disparan, porque no estoy muy seguro de saber hacer yo mismo lo que el chupatintas iluminado (achispado, quiero decir) me pide que enseñe a jóvenes de pantalón caído con tan fácil alegría. Desde luego, los profesores de estos políticos deberían admitir que no se esmeraron con sus programaciones. Claro, que como no era la misma ley...
A continuación deben enumerarse los temas (perdón, unidades didácticas) especificando el número de horas que se dedicará a cada uno. Así, de antemano, sin saber si en una clase tendrás cinco einsteins o diez descerebrados.
Aunque según me han contado, además del producto nacional bruto lo normal es enseñar todo eso a tres rumanos, cuatro ecuatorianos, un peruano, quizá algún moldavo o ucraniano, dos dominicanos y diversos chinos cuyo nombre nunca podrás recordar. Ni siquiera podré, me dicen, diferenciarlos por su voz ni por el sitio en el aula (consta que alguna vez se han cambiado y no se ha dado cuenta nadie)… Eso por no hablar de los que llegan de cualquier parte en enero o abril sin entender una palabra de español. Al parecer esos iban antes a un lugar llamado Aula de Enlace para aprender el idioma, pero el curso pasado la suprimieron por falta de presupuesto. En conclusión, más que bilingüe este instituto es decididamente el Aula de Enlace de la ONU.
El siguiente apartado de la programación lleva un título cautivador: «Criterios metodológicos y estrategias didácticas», o lo que es lo mismo, cómo carajo te las vas a apañar para que esos adolescentes con cascos en la cabeza adquieran, entre otras cosas, una conciencia cívica responsable inspirada en la Constitución Española y los Derechos Humanos.
Socorro.
El mamotreto obliga a precisar también cuántas pruebas se realizarán para poner la calificación, el valor de cada una, los mecanismos para recuperar en caso de no haber alcanzado los objetivos… Y termina con un epígrafe que lleva el pomposo título de «Estándares de aprendizaje». De eso no puedo hablar porque aún no sé lo que es.
Creo que mis compañeros tampoco, porque cuando les pregunto cambian de tema, se van con cualquier excusa o se empeñan en invitarme a café.
Ah, y un secreto más sobre las programaciones: existe la sospecha de que nadie las cumple y nadie (ni siquiera el siniestro inspector) las lee nunca.

Miguel Sandín, El Lazarillo de Torpes