«Es solo un sueño», se dijo
Conor, en el jardín trasero de su casa, mirando hacia arriba la silueta del
monstruo recortada contra la luna. No se acababa de creer que hubiera bajado la
escalera de puntillas, hubiera abierto la puerta de atrás y hubiera salido.
Seguía sintiéndose tranquilo. Lo
cual era extraño. Esa pesadilla (porque seguro que era una pesadilla, por
descontado que lo era) era tan distinta a la otra…
Para empezar no había terror, ni
pánico, ni oscuridad.
Y sin embargo allí estaba el
monstruo, tan claro como la noche más clara, diez o quince metros por encima de
él, respirando pesadamente en el aire de la noche.
—Es solo un sueño —dijo otra
vez.
—Pero ¿qué es un sueño, Conor
O’Malley? —El monstruo bajó la cabeza hasta la cara de Conor—. ¿Quién dice que
no es todo lo demás lo que es un sueño?
Cada vez que el monstruo se
movía, Conor oía el crujido de la madera, como un quejido de su cuerpo
gigantesco. Veía la fuerza de sus brazos, enormes cordadas de ramas que se
retorcían dando forma a los músculos del árbol, unidos al enorme tronco que era
el pecho, todo coronado por una cabeza y unos dientes que podría hacerlo trizas
de un mordisco.
—¿Qué eres? —preguntó Conor
abrazándose el cuerpo con fuerza.
—No soy un «qué» —refunfuñó el monstruo—.
Soy un «quién».
—¿Quién eres entonces?
El monstruo abrió mucho los
ojos.
—¿Que quién soy? —dijo, y luego
gritó—. ¿Que quién soy?
Parecía que el monstruo seguía
creciendo, cada vez era más alto y más ancho. Un viento súbito los rodeó, y el
monstruo abrió los brazos tanto que parecía que le llegaban a horizontes
opuestos, tanto que parecían lo bastante grandes como para abarcar el mundo.
—¡He tenido tantos nombres como
años tiene el tiempo! —dijo con un rugido—. ¡Soy Herne el Cazador! ¡Soy
Cernunnos! ¡Soy el eterno Hombre Verde!
El monstruo bajó uno de los
brazos, atrapó a Conor y lo elevó en el aire; el viento se arremolinó en torno
a ellos haciendo que las hojas que formaban la piel del monstruo se agitaran
airadamente.
—¿Que quién soy? —rugió de nuevo—.
¡Soy la espina dorsal que sostiene las montañas! ¡Soy las lágrimas que lloran
los ríos! ¡Soy los pulmones que respiran el viento! ¡Soy el lobo que mata al
gran ciervo, el gavilán que mata al ratón, la araña que mata a la mosca! ¡Soy
el gran ciervo, el ratón, la mosca que son comidos! ¡Soy la serpiente del mundo
que se devora la cola! ¡Soy todo lo que no está domesticado y no se puede
domesticar! —Acercó a Conor uno de sus ojos—. Soy esta tierra salvaje, y he
venido a por ti, Conor O’Malley.
—Pareces un árbol.
El monstruo lo apretó hasta que
Conor empezó a gritar.
—No echo a andar todos los días,
muchacho, solo cuando es cuestión de vida o muerte. Y espero que se me escuche.
El monstruo aflojó la presión y
Conor pudo respirar de nuevo.
—Vale, ¿y qué quieres de mí?
El monstruo esbozó una sonrisa
diabólica. El viento se aplacó y sucedió la calma.
—Por fin —dijo—. La razón por la
que he echado a andar.
Conor se puso tenso, de pronto
tenía miedo.
—Esto es lo que pasará, Conor
O’Malley —continuó el monstruo—: Vendré a ti de nuevo otras noches y… —Conor
sintió que se le encogía el estómago, como si se estuviera preparando para
recibir un golpe— te contaré tres historias. Tres historias de otras veces en
las que tuve que echar a andar.
Conor pestañeó. Luego volvió a
pestañear.
—¿Me vas a contar historias?
—Así es —dijo el monstruo.
—Bueno… —Conor miró a un lado y
a otro sin dar crédito—. ¿Y qué clase de pesadilla es esa?
—Las historias son lo más
salvaje de todo —tronó la voz del monstruo—. Las historias persiguen y muerden
y cazan.
—Eso dicen siempre los
profesores —dijo Conor—. Y tampoco los cree nadie.
—Y cuando yo haya terminado mis
tres historias —continuó el monstruo, como si Conor no hubiera hablado—, tú me
contarás a mí una cuarta.
Conor se revolvió en la mano del
monstruo.
—No se me dan bien las
historias.
—Tú me contarás a mí una cuarta
—repitió el monstruo—, y será la verdad.
—¿La verdad?
—No una verdad cualquiera. Tu
verdad.
—Vale —dijo Conor—, pero dijiste
que antes del final pasaría miedo, y eso no da nada de miedo.
—Sabes que no es cierto —dijo el
monstruo—. Sabes que tu verdad, esa verdad que escondes, Conor O’Malley, es lo
que más miedo te da en el mundo.
Conor dejó de revolverse. No se
referiría a… No podía ser que se estuviera refiriendo a… No podía ser que
supiera eso.
No. ¡No! No le contaría nunca a
nadie lo que pasaba en la pesadilla de verdad. Ni en un millón de años.
—Me la contarás —dijo el
monstruo—. Pues esa es la razón por la que me has llamado.
Conor se sintió todavía más
confundido.
—¿Que yo te he llamado? Yo no te
llamé…
—Me contarás la cuarta historia.
Me contarás la verdad.
—Y si no te la cuento ¿qué?
—dijo Conor.
El monstruo volvió a esbozar su
sonrisa diabólica.
—Entonces te comeré vivo. —Y
abrió la boca hasta lo indescriptible, tanto que podría comerse el mundo
entero, tanto que podría hacer que Conor desapareciera para siempre…
Patrick Ness, Un Monstruo Viene a Verme
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