Me parece muy
raro no haber hablado aún de Poe. Es mi gato negro. Está gordo, tiene un
colmillo más largo que el otro y le gusta el jamón de York más que nada en el
mundo. Lo adoptamos en el refugio de animales domésticos hará unos tres años.
El nombre se lo puse yo, en una época que me dio por leer cuentos de Edgar
Allan Poe (que, por si no lo sabéis, es el autor de cuentos de terror más
famoso de la historia) y descubrí que tenía uno llamado El gato negro que daba
mucho yuyu. Aclaración: mi gato Poe no da yuyu, pero tiene mucho carácter.
Cuando se enfada, me bufa y pone cara de«te-voy-a-matar». También es muy
melindroso. Cuando está de buenas, me persigue por toda la casa para que le
rasque la papada (también le gusta que le rasquen la tripa, pero la papada es
su debilidad).
Hay personas a
quienes no les gustan los gatos (como Alvaro) y gatos a quienes no les gustan
las personas (como Poe). Juntos son la combinación perfecta: se dejan
mutuamente en paz. Si alguna vez nos visita una persona que no ha venido antes,
encerramos a Poe en la cocina, para que no moleste. Cuando se queda encerrado
en la cocina, Poe rasca la puerta con las patas delanteras para que le dejemos
salir. Si se queda del otro lado, también rasca la puerta, para que le dejemos
entrar. No sé qué escritor inglés dijo que los gatos están siempre del lado
equivocado de la puerta.
En muchas
cosas, me parezco a Poe. Me gusta vestir de negro. Me cuesta decidirme en qué
lado de la puerta quiero estar. A menudo pienso que me he quedado del lado
equivocado. Tengo un poco de tripa. Cuando me enfado, doy un poco de miedo,
pero luego soy como Poe: necesito a los demás, aunque me cueste demostrarlo.
Care Santos, 50 Cosas sobre Mí
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