miércoles, 26 de septiembre de 2018

PLÁNTALE CARA



—¿Quién es ese tío, Ada?
Nico me esperaba en la puerta de los aseos. Estaba muy enfadado. Su cara y su lenguaje corporal me recordaron a aquel día en la cocina.
Fría por fuera; temblando por dentro.
—¿A ti qué más te da quién sea? —le dije, tratando de esquivarlo y regresar con Bruno.
—¿Cómo que a mí qué más me da, niñata? —me respondió, agarrándome fuertemente el brazo—. Eres mía y de nadie más, ¿me oyes?
De nuevo volví a sacar fuerzas de donde no las tenía. Jamás sería propiedad de otra persona que no fuese yo misma, y aquella noche estaba bien dispuesta a dejárselo muy claro.
Fría por fuera. Temblando por dentro.
La fuerte presión de su mano rodeando mi brazo.
Fría por fuera. Haciendo acopio de fortaleza por dentro.
Aquella cara de cínico tratando de someterme.
Fría por fuera. De pronto, un témpano de hielo por dentro.
—Vamos a ver, Nicolás. Yo no sé qué te ha dado conmigo. Ni siquiera sé cómo pude acabar con un hombre como tú, si a lo que tú eres se le puede llamar hombre. No te quiero en mi vida ni cerca de ella. Puedes hacer lo que te plazca, pero ten bien claro que nunca te pertenecí ni nunca jamás te perteneceré. Y sí, ya... —Lo interrumpí porque sabía lo que iba a decir, su asquerosa sonrisa lo delató—. Ya sé que no era eso lo que gritaba la otra noche en la cama. No sé qué coño grité... porque aún no me explico cómo pude permitir que acabaras cruzando de nuevo el umbral de mi casa. Y ¿sabes qué? Que voy a dejar de darle vueltas a lo de la otra noche. Estás aquí ahora mismo porque el destino me ha puesto frente a ti para que te mande a tomar por culo. Así que, ya sabes, vete a comer mierda tú solo que este «coñito» va a seguir siendo libre y feliz.
En ese momento apareció Bruno y me preguntó si todo iba bien.
—Sí, no te preocupes, ya volvía a la mesa.
Agarré la mano que me inmovilizaba el brazo y me solté de su presa. Me sentí tremendamente bien. Aquella noche acabé de ser consciente de lo cobarde que era en realidad Nico. Se echaba para atrás en cuanto le plantaba cara; lo había hecho hacía un año en mi cocina y volvió a hacerlo en el Alexis. Era como si sólo supiese manejar emociones como el miedo o la sumisión. No sé de qué otra manera explicarlo. De ese modo, la noche anterior pasó a formar parte de un mal sueño.

Clara Peñalver, Cómo Matar a una Ninfa

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