—¿Quién es ese
tío, Ada?
Nico me
esperaba en la puerta de los aseos. Estaba muy enfadado. Su cara y su lenguaje
corporal me recordaron a aquel día en la cocina.
Fría por
fuera; temblando por dentro.
—¿A ti qué más
te da quién sea? —le dije, tratando de esquivarlo y regresar con Bruno.
—¿Cómo que a
mí qué más me da, niñata? —me respondió, agarrándome fuertemente el brazo—.
Eres mía y de nadie más, ¿me oyes?
De nuevo volví
a sacar fuerzas de donde no las tenía. Jamás sería propiedad de otra persona
que no fuese yo misma, y aquella noche estaba bien dispuesta a dejárselo muy
claro.
Fría por
fuera. Temblando por dentro.
La fuerte
presión de su mano rodeando mi brazo.
Fría por
fuera. Haciendo acopio de fortaleza por dentro.
Aquella cara
de cínico tratando de someterme.
Fría por
fuera. De pronto, un témpano de hielo por dentro.
—Vamos a ver,
Nicolás. Yo no sé qué te ha dado conmigo. Ni siquiera sé cómo pude acabar con
un hombre como tú, si a lo que tú eres se le puede llamar hombre. No te quiero
en mi vida ni cerca de ella. Puedes hacer lo que te plazca, pero ten bien claro
que nunca te pertenecí ni nunca jamás te perteneceré. Y sí, ya... —Lo
interrumpí porque sabía lo que iba a decir, su asquerosa sonrisa lo delató—. Ya
sé que no era eso lo que gritaba la otra noche en la cama. No sé qué coño
grité... porque aún no me explico cómo pude permitir que acabaras cruzando de
nuevo el umbral de mi casa. Y ¿sabes qué? Que voy a dejar de darle vueltas a lo
de la otra noche. Estás aquí ahora mismo porque el destino me ha puesto frente
a ti para que te mande a tomar por culo. Así que, ya sabes, vete a comer mierda
tú solo que este «coñito» va a seguir siendo libre y feliz.
En ese momento
apareció Bruno y me preguntó si todo iba bien.
—Sí, no te
preocupes, ya volvía a la mesa.
Agarré la mano
que me inmovilizaba el brazo y me solté de su presa. Me sentí tremendamente
bien. Aquella noche acabé de ser consciente de lo cobarde que era en realidad
Nico. Se echaba para atrás en cuanto le plantaba cara; lo había hecho hacía un
año en mi cocina y volvió a hacerlo en el Alexis. Era como si sólo supiese
manejar emociones como el miedo o la sumisión. No sé de qué otra manera
explicarlo. De ese modo, la noche anterior pasó a formar parte de un mal sueño.
Clara Peñalver, Cómo Matar a una Ninfa
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