(Jane Austen, 16 diciembre 1775 - 18 julio 1817)
La luz del
atardecer proporcionaba colores con matices increíbles a las agujas, los
arbotantes y las tumbas que salpicaban la hierba alrededor de la catedral. Las
gárgolas del templo parecían sonreír diabólicamente gracias al capricho de las
luces y las sombras. La temperatura era inesperadamente cálida para ser casi
mediados de septiembre y en el aire flotaba una extraña sensación de
intemporalidad. Sobre la hierba del parque, grupos de estudiantes se sentaban
formando corros y charlando despreocupadamente (...)
Gala
suspiró.¿Estaría Jane Austen nerviosa ante la inminente visita de su
admiradora?
Ella era Elinor y su hermana Paula era Marianne.
Lástima que no tuvieran una hermana más pequeña que encarnara el papel de
Margaret. Cuando era niña, a Gala le encantaba imaginar que ella y su hermana
eran las Dashwood, las protagonistas de Sentido y sensibilidad, la primera
novela publicada por Jane Austen en 1811.
Cuando leyó
por vez primera aquella obra, supo que quería ser escritora. Fue una
revelación. Lo sería a toda costa, lo sería aunque no llegara a ser ni la mitad
de buena que Austen, pero lo sería. Y Gala, siempre trabajadora, siempre firme,
lo logró, aunque antes tuviera que pasar por el purgatorio de la universidad,
de las oposiciones a instituto para ser profesora de Lengua y Literatura lejos
de su Valladolid natal. Pero el destino quiso que allí encontrara el amor más
inesperado en la persona del candidato, aparentemente, menos propicio: un
hombretón que impartía clases de Matemáticas y con el que apenas cruzó dos
palabras en el primer trimestre durante los claustros de profesores.
De manera que
Gala había admirado a Jane Austen durante toda su vida, por lo que se
comprenderá sin dificultad su nerviosismo cuando cruzó el umbral de la catedral
sintiéndose observada por las gárgolas. Al poner el pie en el interior del
templo, sus piernas flaquearon, y no solo porque apenas veinte metros la
separaban de la tumba de Austen, sino por aquella galaxia de claves de bóveda y
arcos apuntados que parecían bailar en las alturas. El espectáculo era
extraordinario y sobrecogedor, pero logró reponerse y avanzó lentamente hacia
la nave situada a su izquierda, al norte. Un cartel con el rostro de Austen
anunciaba la tumba de la novelista.
La ahora
mundialmente aclamada escritora murió con solo cuarenta y un años de edad un
maldito 18 de julio de 1817. A su entierro apenas asistieron cuatro personas y
en la primera tumba, la que ahora contemplaba Gala, ni siquiera se hizo mención
a su oficio de escritora porque era mal visto por entonces que una mujer
ejerciera semejante oficio. Pero las costumbres mudan y los principios humanos
se resquebrajan con gran facilidad; por eso, cuando creció su fama, un sobrino
llamado Edward puso una placa de bronce junto a la tumba mencionándola como
escritora. Y, para que la hipocresía rezumara como es debido, aún habría de
colocarse un nuevo recuerdo en su memoria en 1910.
Tres
monumentos para una sola tumba y una única difunta.
Gala no
lograba pasar la saliva. No conseguía decidirse sobre si dejar escapar sus
lágrimas por la emoción o por la rabia ante la hipocresía de los hombres frente
a las mujeres pioneras. Gracias a mujeres como Jane Austen, Gala o la mismísima
Agatha Christie habían podido entregarse al sueño de crear historias sobre un
papel.
Mariano
Urresti, Agatha Escribía con Sangre
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