En
una de las búsquedas que Lobo había emprendido para encontrar una vieja joya
que Gustard le había pedido, dio con un cuadro donde una bellísima diosa estaba
naciendo de las aguas, desnuda, sobre una concha. En la imagen, una mujer
estaba a punto de cubrirla con un magnífico manto bordado en oro. Lobo había
pensado que aquella prenda sería muy valorada por Gustard y, aunque nunca había
abandonado a medias un encargo, se lanzó a una realidad en la que le tocó
lidiar con auténticos dioses.
- El problema
es que él no contaba con que la diosa que aparecía en la imagen fuese la diosa
del amor –Grillo se acercó a mí en señal de confidencia.- Venus.
- ¿Venus?
- Shhh…
Intenta no pronunciar demasiado ese nombre –me aconsejó.
Lobo cayó
rendido de amor ante la diosa nada más verla. Completamente enamorado de Venus,
no se veía capaz de abandonar el cuadro ni llevarse el manto que la cubría.
Estaba totalmente decidido a renunciar a su vida anterior por aquella mujer.
Quizá todo hubiese salido de otra manera si Venus no se hubiese fijado en él,
pero la historia fue bien diferente. La diosa también se enamoró de Lobo y,
como el resto de dioses que con ella convivían no entendían que se abandonase a
aquel tipo de amor con una criatura inferior, ambos decidieron huir.
Patricia
García-Rojo, Lobo, El Camino de la Venganza
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