¡Pardiez, Jonás! Es tiempo de
volver. Despídete de tus primos, de tus amigos de la corte y de esas amigas
que, según me cuenta tu tío Tibald, acumulas como un musulmán en su harén, y
torna a casa para, entre otras cosas igualmente importantes, asistir a las
clases de medicina en el Estudio General Portugués de Lisboa, tal y como
acordamos antes de tu partida. No admitiré excusas ni protestas, pues no te
saqué del cenobio de Ponç de Riba para que te convirtieras en jugador de dados
y bailarín cortesano. Tienes ya veintiún años, Jonás, casi veintidós, y, antes
de que concibas la absurda idea de desobedecerme, déjame decirte que el
caballero de Cristo que te lleva esta misiva, frey Estevão Rodrigues, ha pasado
ya por Taradell con instrucciones claras para tu abuelo y tu tío, de manera que
nadie de la familia te prestará un sueldo más por mucho que supliques y yo,
desde este momento, dejo de mandarte dinero. Vende tu corcel de torneos, así
como tu caballo de carga, pon a buen recaudo tus armas y libera a tus
sirvientes, puesto que, para la tarea que te voy a encomendar, sólo necesitarás
el bridón principal, el de batalla, y por toda compañía, la de frey Estevão,
que te será de gran ayuda en tu venidero quehacer, que paso a detallarte.
Quiero que para tu regreso a
casa utilices, como hace siete años, el Camino de la Vía Láctea, el llamado
Camino de Santiago. El papa Juan XXII y la Orden de los Hospitalarios de San
Juan me habían encargado la recuperación de los tesoros templarios escondidos
en él y tuvimos que recorrerlo como pobres concheiros buscando los signos de la
Tau que marcaban los enclaves secretos. Pues bien, dado que te encuentras muy
cerca del inicio del Camino en Aragón, es mi deseo que cabalgues hasta los
Pirineos y comiences la ruta en el Summus Portus, donde muere una de las cuatro
vías francesas, la tolosana, ya que por allí entramos tú y yo procedentes de
Aviñón llevando una copia del Codex Calixtinus como única guía para el Camino.
Ahora, esta misiva mía que tienes en las manos será tu Liber peregrinationis,
dado que en ella te doy precisas instrucciones que debes seguir, la primera de
las cuales es la siguiente: olvídate del caballero Jonás de Born, déjalo atrás
y parte como peregrino, sólo como peregrino, como viajero, como caminante, y no
te lleves a engaño pensando que se trata exclusivamente de recorrer, por un
extraño capricho de tu padre, una vieja ruta milenaria.
Estoy seguro de que te estarás
preguntando con irritación por qué te humillo de esta forma, arrebatándote de
los brazos de tus damas y obligándote a repetir, en la pobreza más
inconveniente para un rutilante caballero, una ruta de peregrinación que no
tiene nada de sencilla ni de fácil ni de cómoda. Pues bien, además de mi deseo
de que cultives los valores del peregrino, Sara y yo hemos pensado que sería
muy bueno para ti que pudieras reflexionar larga y seriamente sobre tu vida y
tu futuro durante las jornadas que emplearás en culminar el Camino. Descubrirás
que jamás se pierde el tiempo cuando se pasa en compañía de uno mismo y qué
decirte de las ventajas añadidas a ese mudo diálogo si lo estableces mientras
caminas o cabalgas, en contacto con las energías de la Naturaleza. Quiero que
aprendas que, en esta vida, nadie tiene una morada segura en ninguna parte y
que nuestra suerte es siempre la tierra extraña, el difícil acomodo a lo nuevo
y el constante alejamiento de lo acostumbrado. Esto nos obliga a no perder el
tiempo ocupándonos en cosas vulgares. Como la mudanza es nuestro hogar, cuanto
más baja e indefensa sea nuestra situación, tanto más hemos de guardar
interiormente la integridad.
El Camino del Apóstol cambió mi
vida hace siete años, así como la vida de Sara y la tuya. A mí me hizo
comprender que no estaba en mi destino continuar sirviendo a la Iglesia como
monje sanjuanista. A Sara, la judía hechicera de París, la berrieh que estuvo a
punto de morir, siendo niña, a manos de la Inquisición y que tuvo que huir de
su hogar al poco de conocernos, abandonando sus parcas posesiones para salvar
nuevamente la vida, el Camino la liberó de su difícil pasado y le dio un futuro
que no tenía y una felicidad que no esperaba. A ti te devolvió un padre, un
linaje y te ayudó a despertar esa gran inteligencia que hará de ti en el
porvenir, a no dudar, un hombre sabio y de bien. El Camino a nadie deja
indiferente y, por eso, los andariegos lo recorren desde hace miles y miles de
años, siguiendo al sol hacia el oeste, pues no siempre fue el Camino del
Apóstol, pero sí el Camino hacia el Fin del Mundo.
Pero aún hay algo más en mi
extraño deseo de que peregrines nuevamente por la ruta de la Vía Láctea, un
motivo que no conoce nadie, ni siquiera Sara, que acaba de salir por la puerta
en pos de tu veloz y escurridiza hermana Saura —cuyo quinto cumpleaños
celebraremos al mismo tiempo que tu llegada a casa—. El Camino ha sido siempre,
ya lo sabes, la senda por la que ha circulado el conocimiento iniciático y
donde se han preservado los misterios de la antigüedad en el arte y la
arquitectura gracias a los gremios y hermandades de canteros, pontífices y
constructores. Tienes mucho que aprender, caballero Jonás de Born, y frey
Estevão Rodrigues te acompañará, como si fuera yo mismo, en esta nueva e
importante andadura de tu vida. Espero que seas digno, hijo mío, de lo que vas
a recibir.
Matilde Asensí, Peregrinatio
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