La final
masculina del 9 de julio, sin embargo, es el sueño de todo el mundo. La final
de Nadal contra Federer es una repetición de la final del Open de Francia
celebrada el mes pasado, donde ganó Nadal. Federer solo ha perdido cuatro
partidos en lo que va de año, pero los cuatro los ha perdido ante Nadal. Pese a
todo, la mayoría de esos partidos fueron en pistas lentas de tierra, que son la
especialidad de Nadal. Federer es especialista en hierba. Por otro lado, el
calor de la primera semana ha resecado las pistas de Wimbledon y las ha hecho
menos resbaladizas y más lentas.
También hay
que tener en cuenta que Nadal ha adaptado a la hierba su estilo basado en la
tierra batida: acercándose más a la línea de fondo en los tiros de fondo,
potenciando su servicio y superando su alergia a la red. En la tercera ronda
hizo pedazos a Agassi. Las cadenas de televisión están en éxtasis. Antes de
empezar el partido, en la Pista Central, detrás de las ventanillas estrechas y
alargadas que hay encima de la red de fondo, mientras los jueces de línea salen
a la pista ataviados con esos uniformes nuevos de Ralph Lauren que tanto se
parecen a la ropa naval infantil, a los locutores de los medios se los puede
ver prácticamente dando botes en sus butacas. Esta final de Wimbledon presenta
el argumento de la venganza, la dinámica de rey contra regicida y los
contrastes dramáticos de caracteres. Se enfrentan la virilidad apasionada del
sur del Europa contra el arte intrincado y clínico del norte. Dionisos contra
Apolo. Cuchillo de carnicero contra escalpelo. Zurdo contra diestro. Los
números dos y uno del mundo. Nadal, el hombre que ha llevado a sus límites el
estilo moderno de juego de fondo... contra un hombre que ha transfigurado ese
estilo moderno, cuya precisión y variedad son igual de importantes que su ritmo
y su velocidad de pies, pero que ha demostrado ser peculiarmente vulnerable a
su contrincante, o bien capaz de verse superado psicológicamente por él. Un
periodista deportivo británico, exultante junto con sus compañeros en la
sección de prensa, repite dos veces: «Va a ser una guerra».
Además, el
partido se va a celebrar en esa catedral que es la Pista Central. Y la final
masculina siempre se celebra el segundo domingo de la quincena que dura el
torneo, un simbolismo que Wimbledon siempre subraya dejando sin partidos el
primer domingo. Y el vendaval con rachas de lluvia que llevaba toda la mañana
derribando señales de aparcamiento y poniendo paraguas del revés se detiene en
seco, cuando falta una hora para el partido, permitiendo que salga el sol justo
cuando se está retirando la lona que cubre la pista y se están encajando los
postes de la red.
Federer y
Nadal salen en medio de una salva de aplausos y hacen sus reverencias rituales
ante el palco de la nobleza. El suizo lleva puesta la americana de color crema
que Nike le ha hecho llevar este año en Wimbledon. Tal vez Federer sea el único
individuo del mundo a quien no le queda ridícula con pantalones cortos y
zapatillas de tenis. El español pasa por completo de ropa de calentamiento,
para que le veamos directamente los músculos. Tanto él como el suizo van de
Nike, incluyendo la banda elástica blanca para el pelo atada en torno a la
cabeza y con el simbolito de la marca colocado justo encima del tercer ojo.
Nadal lleva el pelo recogido por debajo de la banda elástica, pero Federer no,
y el hecho de toquetearse y apartarse los mechones de pelo que le caen por
encima de la cinta es el principal tic de Federer que pueden ver los
espectadores; en el caso de Nadal, se trata del acercamiento obsesivo a la
toalla del recogepelotas entre punto y punto. Pero hay más tics y hábitos,
diminutas ventajas de ver el partido en la pista. Por ejemplo, el cuidado
exquisito que Federer pone en colgar la americana sobre el respaldo de la silla
libre de su lado de la pista, para que no se le arrugue: lo ha hecho antes de
cada uno de sus partidos, y es un gesto que resulta infantil y extrañamente
encantador. O la inevitabilidad con que durante el segundo set cambia su
raqueta por otra que viene siempre en la misma bolsa de plástico transparente
cerrada con cinta adhesiva azul, que él quita con cuidado y siempre le da a un
recogepelotas para que la tire. Está el hábito que tiene Nadal de separarse del
trasero los pantalones largos hasta la rodilla mientras hace botar la pelota
antes del saque, su forma de echar vistazos cautelosos de lado a lado mientras
recorre la línea de fondo, como si fuera un presidiario esperando que lo
ataquen con un cuchillo de fabricación casera. Y si uno presta mucha atención,
podrá fijarse en un detalle raro del servicio del suizo. Mientras tiene la
pelota y la raqueta en las manos, justo antes de iniciar el movimiento, Federer
siempre coloca la pelota exactamente en el hueco en forma de V que hay en el
cuello de la raqueta, justo debajo de la cabeza, durante un momento. Y si no
encaja perfectamente, él la ajusta hasta que encaje. Sucede muy deprisa, pero
sucede siempre, tanto en el primer servicio como en el segundo.
Ahora Nadal y
Federer hacen diez minutos exactos de calentamiento; el árbitro lleva el
cómputo de tiempo. Ese calentamiento cuenta con un orden y una etiqueta muy
definidos, aunque la televisión ha decidido que a ustedes no les interesa
verlos. En la pista central caben mil trescientas y pico personas. Varios
millares más han hecho algo que aquí la gente hace de buen grado todos los años,
que es pagar una entrada general bastante cara en las puertas del complejo y
luego congregarse, con cestas de picnic y espray insecticida, para ver el
partido por una pantalla de televisión gigante que hay delante de la Pista 1. A
saber por qué lo harán.
Justo antes de
empezar el partido, en la red, se lleva a cabo el lanzamiento ceremonial de una
moneda para ver quién sirve primero. Se trata de otro ritual de Wimbledon. El
lanzador honorario de moneda de este año es William Caines, asistido por el
árbitro y el juez del torneo. William Caines es un niño de siete años de Kent
que contrajo cáncer de hígado a los dos años y consiguió sobrevivir gracias a
una serie de operaciones y espantosas tandas de quimioterapia. Está aquí en
representación de la organización Cancer Research UK. Es rubio, tiene las
mejillas rosadas y le llega a la cintura a Federer. El público aprueba
clamorosamente el lanzamiento ritual. Federer mantiene una sonrisa distante
todo el tiempo. Nadal, al otro lado de la red, no para de dar saltitos como si
fuera un boxeador y de balancear los brazos de un lado al otro. No estoy seguro
de si las cadenas de televisión americanas enseñan el lanzamiento de la moneda
o no, es decir, de si esta ceremonia forma parte de su obligación contractual o
bien tienen permiso para dar paso a publicidad. Mientras William Caines y sus
acompañantes salen de la pista, se oyen más vítores, pero esta vez dispersos y
desorganizados; la mayor parte del público no sabe muy bien qué hacer. Da la
impresión de que, una vez acabado el ritual, entienden la realidad de por qué
este chaval ha participado en él. Sienten que hay algo importante, algo que
resulta incómodo y al mismo tiempo no, en el hecho de que un niño con cáncer
tire la moneda de esta final soñada. El significado potencial del episodio se
mantendrá esquivo y en la punta de la lengua durante por lo menos los dos
primeros sets.
David Foster Wallace, Federer, en
Cuerpo y en lo Otro
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