jueves, 31 de enero de 2019

CONOCIENDO A CONAN DOYLE



—La cena —respondió, despertando de su ensueño— ha sido en el hotel Langham, donde tanto la decoración como la carne están demasiado pasadas. Mi editor, el señor Stoddart, es un encanto. Es norteamericano, de ahí que le rodee ese halo tan lleno de energía y de orgullo. Es el editor del la revista Lippincott's Monthly Magazine...
—¿Y te ha hecho un nuevo encargo? —conjeturé.
—Mejor aún. Me ha presentado a un nuevo amigo. —Arqueé una ceja—. Sí, Robert, esta noche he hecho un amigo nuevo. Te gustará.
Yo estaba ya acostumbrado a los repentinos arrebatos de entusiasmo de Oscar.
—¿Voy a conocerle? —pregunté.
—En breve, siempre que tengas algo de tiempo libre.
—¿Va a venir aquí? —Eché una mirada al reloj de la repisa de la chimenea.
—No, iremos a verle nosotros... para desayunar. Necesito su consejo.
—¿Consejo?
—Es médico. Y también escocés. De Southsea.
—No me extraña que estés inquieto, Oscar —dije, echándome a reír. También él se rió. Siempre se reía con los chistes de los demás. No había la menor sombra de mezquindad en Oscar Wilde—. ¿Por qué estuvo presente en la cena? —pregunté.
—Porque también es escritor... novelista. ¿Has leído Micah Clarke? La Escocia del siglo diecisiete jamás ha resultado más distraída.
—No, no la he leído, pero sé exactamente a lo que te refieres. Hoy había un artículo sobre él en The Times. Es el hombre de moda: Arthur Doyle.
—Arthur Conan Doyle. Le da poca importancia a eso. Sospecho que debe de tener tu edad: veintinueve, quizá treinta años, aunque le envuelve un aire de gravedad que le hace parecer mucho mayor. Es un hombre claramente brillante, un científico que sabe bien jugar con las palabras, y bastante apuesto, siempre que uno sea capaz de imaginar su rostro bajo ese bigote de morsa. A primera vista, parece un cazador de caza mayor recién llegado del Congo, pero aparte de su apretón de manos, que resulta del todo intolerable, no tiene nada de bruto. Es suave como san Sebastián y sabio como san Agustín de Hipona.
Volví a reírme.
—Te veo entusiasmado, Oscar.
—Y presa de la envidia —respondió—. El joven Arthur ha causado sensación con su nueva creación.
—Sherlock Holmes —dije—, detective privado. Estudio en Escarlata. Lo he leído. Es excelente.
—Stoddart opina lo mismo. Quiere la continuación. Y, entre la sopa y el pescado, Arthur le ha prometido que la tendrá. Al parecer, se titulará El Signo de los Cuatro.
—¿Y qué hay de la historia que ibas a escribirle al señor Stoddart?
—La mía también será una novela de misterio, aunque un poco distinta. —De pronto cambió el tono de voz—. Tratará sobre el asesinato que escapa a los mecanismos de detección ordinarios. —El reloj dio el cuarto. Oscar encendió un segundo cigarrillo. Guardó unos segundos de silencio y fijó la mirada en la rejilla vacía—. Esta noche hemos hablado mucho de asesinatos —dijo con voz queda.

Gyles Brandreth, Oscar Wilde y una Muerte sin Importancia

miércoles, 30 de enero de 2019

¿POR QUÉ DEBEMOS HACERNOS LAS GRANDES PREGUNTAS?


La gente siempre ha querido respuestas a las grandes preguntas. ¿De dónde venimos? ¿Cómo comenzó el universo? ¿Qué sentido y qué intencionalidad hay tras todo eso? ¿Hay alguien ahí afuera? Las antiguas narraciones sobre la creación nos parecen ahora menos relevantes y creíbles. Han sido reemplazadas por una variedad de lo que solo se puede considerar supersticiones, que van desde la New Age hasta Star Trek. Pero la ciencia real puede ser mucho más extraña, y mucho más satisfactoria, que la ciencia ficción.

Soy un científico. Y un científico con una profunda fascinación por la física, la cosmología, el universo y el futuro de la humanidad. Mis padres me educaron para tener una curiosidad inquebrantable y, al igual que mi padre, para investigar y tratar de responder a las muchas preguntas que la ciencia nos plantea. He pasado la vida viajando por el universo, en el interior de mi mente. Mediante la física teórica, he tratado de responder algunas de las grandes preguntas. En un cierto momento, creí que vería el final de la física, tal como la conocemos, pero ahora creo que la maravilla de descubrir continuará mucho después de que me haya ido. Estamos cerca de algunas de esas respuestas, pero todavía no las tenemos.

El problema es que la mayoría de la gente cree que la ciencia real es demasiado difícil y complicada para que la puedan entender. No creo sin embargo que este sea el caso. Investigar sobre las leyes fundamentales que rigen el universo requeriría una dedicación de tiempo que la mayoría de la gente no tiene; el mundo pronto se detendría si todos intentáramos hacer física teórica. Pero la mayoría de personas pueden comprender y apreciar las ideas básicas, si son presentadas de forma clara sin ecuaciones, cosa que creo que es posible y que he disfrutado tratando de hacer a lo largo de mi vida.

Ha sido una época gloriosa para vivir e investigar en física teórica. Nuestra imagen del universo ha cambiado mucho en los últimos cincuenta años, y me siento feliz si he contribuido en algo a ello. Una de las grandes revelaciones de la era espacial ha sido la perspectiva que nos ha proporcionado sobre la humanidad. Cuando contemplamos la Tierra desde el espacio, nos vemos a nosotros mismos como un todo. Vemos nuestra unidad y no nuestras divisiones. Es una imagen simple con un mensaje cautivador: un solo planeta, una sola especie humana.

Quiero sumar mi voz a la de aquellos que reclaman una acción inmediata sobre los desafíos clave de nuestra comunidad global. Espero que en el futuro, incluso cuando yo ya no esté, las personas con poder puedan mostrar creatividad, coraje y liderazgo. Dejémosles ponerse al nivel del desafío de los objetivos de desarrollo sostenible, y actuar no por su propio interés sino por el interés común. Soy muy consciente de cuán precioso es el valor del tiempo. Aprovechemos cada momento. Actuemos ahora mismo.

Stephen Hawking, Breves Respuestas a las Grandes Preguntas

martes, 29 de enero de 2019

EL CLUB DE LOS LECTORES CRIMINALES



Cuando Ángela aceptó participar en el club de lectura de novelas de Stephen King, en la Facultad de la Filología de la Complutense, no imaginaba que su vida daría un vuelco terrorífico.

La reunión, donde iban a comentar It, es un fracaso pues acuden pocos participantes: tres o cuatro estudiantes, su novio y el de su amiga Sara, Nando y Rai, quienes enseguida chocan  con Sebas, el promotor del evento.

Ese sábado, Ángela acudirá a la facultad para entrevistarse con Cruzado, su profesor de Literatura Contemporánea; pronto, en el despacho, Ángela se sentirá acosada y violentada, sobre todo cuando el profesor cierra la puerta con llave y la esconde.

Ángela, deprimida, tardará en hablar del hecho con sus amigos, y la mayoría de los integrantes del club de lectura deciden gastársela a Cruzado. Subirán a las redes un video donde aterrorizarán al profesor vestidos como payasos asesinos. Lo malo es que Cruzado termina muerto.

Enredados en esa muerte, los participantes del club deberán enfrentarse a sus más profundos secretos y a la peor de las amenazas: pues aunque nadie sospecha de ellos, parece que alguien sabe lo que realmente pasó y está dispuesto a vengarse, escribiendo distintas historias en las que asesina a los integrantes del club.

Carlos García Miranda nos ofrece una historia de terror y thriller ambientada en el entorno de la Universidad Complutense de Madrid, construyendo una trama con la moda de los ‘payasos asesinos’, que crea cuentas aterradoras en redes sociales e ingeniosos guiños a la literatura de Stephen King.

La novela te atrapa enseguida,  aumentando en intensidad conforme avanzas, y lo mejor  es que, aunque a veces el desarrollo puede parecernos previsible, de repente la trama da un giro insospechado, no sabiendo hasta el final quién está detrás de todo. Se agradece el empleo de los mensajes de wattsap o los emails.

lunes, 28 de enero de 2019

EL RECITAR DE UN JUGLAR



Era día de mercado y los tenderetes se repartían por la Plaza de Barco en una mezcolanza de colores, aromas y formas. La arena del suelo parecía desprender en volutas de un polvo finísimo todo el calor acumulado en esa mañana ardiente de verano. Algunos niños correteaban entre las columnatas. En una esquina, bajo las arcadas de piedra, un juglar disfrutaba del frescor y la sombra. Estaba sentado sobre un poyete y rodeado de chiquillos y adultos. El hombre estaba terminando de recitar un largo cantar, y de vez en cuando rasgaba la cítara con la que acompañaba su poema.

Los hermanos y hermanas huyeron con gran dolor.
Dejaban sus monasterios, hogares y corazón.
Marcharon hacia la Puerta, pero el grupo se encontró
con el ejército entero que buscaba su extinción.
Bernardo y Yebra primero, con la fuerza de un león,
combatieron con donaire, con grandeza y con tesón.
Y crearon vendavales con el poder de un tifón,
y empujaron a los otros en completa confusión.
Paralizaron a unos, con la fuerza del pavor,
mataron a los ruines en contienda y con fragor.
Y los hermanos lucharon con espadas y pasión.
Pero eran tantos los viles, y tan pocos del Señor,
que hasta la tierra temblaba temiendo su perdición.
Yebra supo que su fin estaba ya alrededor.
«¡Vete tú con los hermanos!», a Bernardo le gritó.
«Ponlos a buen seguro, a la Puerta llévalos.
Tú sabes cómo has de hacerlo, de todo protégelos.»
«Nunca me iría sin ti», y Bernardo se negó.
«Si tú y yo morimos, y bien lo sabes mi amor,
también lo harán los hermanos, y todo lo que Jan amó.
Así que ve tú y vete pronto, antes que se ponga el sol.»
Bernardo no quiso irse, pero ella bien lo empujó.
Arremetió contra él y su alma confundió.
«Vete ahora, vete pronto, y a todos llévatelos.»
Unos pocos se quedaron luchando con gran valor.
Bernardo guió a los hermanos, a la Puerta los llevó.
Pasaron al otro mundo y allí se estableció
una Orden de hombres sabios, de la razón y de Dios.

El juglar terminó su historia, dejó que la cítara desgranase unas últimas notas y sonrió con sus ojillos brillantes a la audiencia.

Susana Vallejo, La Orden de Santa Ceclina

domingo, 27 de enero de 2019

VINO DE HADAS


Me embriagué de aquel vino de miel
del capullo lunar de zarzarrosa,
que recogen las hadas en copas de jacinto:
los lirones, murciélagos y topos
duermen entre los muros o en la hierba,
en el patio desierto y triste del castillo;
cuando el vino derraman en la tierra de estío
o en medio del rocío se elevan sus vapores,
de alegría se colman sus venturosos sueños
y, dormidos, murmuran su alborozo; pues pocas
son las hadas que llevan tan nuevos esos cálices.

Percy Shelley

viernes, 25 de enero de 2019

LOS MISTERIOS DE LA GATA HOLMES



            Enviado por Pedro:

El detective Katayama tiene dos importantes problemas que le impiden ser un policía de primera: por una lado siente pánico ante la sangre, solo con verla se desmaya. Por otro, es tan tímido que es incapaz de hablar con mujeres.

A pesar de esto, deberá unirse a la la investigación del asesinato de una universitaria y le será encomendada la vigilancia de una residencia femenina de la universidad.

Su vida dará un giro inesperado cuando conoce a un catedrático que tiene una mascota a la que llama Holmes y que, para sorpresa del detective, no es una gata corriente…

A partir de aquí nos encontramos con la desaparición del mobiliario de una sala de la residencia o la muerte del decano en una habitación cerrada.

Esta es la primera entrega de una conocida serie de libros de Jiro Akagawa que provocó que los aficionados a las novelas de misterio aumentara vertiginosamente en Japón. Una mezcla de comedia y misterio que se ha convertido en una obra emblemática para los lectores y que ha llevado a su personaje, la gata calicó Holmes a ser uno de los personajes más queridos y populares de la ficción nipona.

La historia se caracteriza por la vertiente cómica propiciada por muchas de las situaciones en las que se ve envuelto nuestro protagonista, y también la policiaca, con unas historias cargadas de crímenes y de detalles siniestros. Katayama es un personaje bastante curioso para su profesión: un detective de la policía atípico con fobias inconcebibles y un talante sin el arrojo de los detectives épicos, que han hecho que se gane el apodo de «princesita» entre sus compañeros. Luego tenemos la gata, Holmes, que conduce a nuestro protagonista a los distintos escenarios del crimen o le señala pistas o posibles sospechosos.

jueves, 24 de enero de 2019

NIÑO LEE, LO QUE SEA, PERO LEE



Vivo ansiosa. Quiero que mis hijos estudien robótica, porque nos gobernarán androides de hojalata. Que hablen mandarín, que con los chinos, tan sospechosos siempre, nunca se sabe. Que toquen el arpa, para ser la envidia de mi rellano. Ah, y las capitales de Europa, que se las sepan toditas, como Franco se sabía los Reyes Godos. Por querer, quiero hasta que arrasen con las de Rusia y compañía, y que me las enseñen, que en la EGB era sólo la URSS y no este sindiós de ahora. Todo por culpa de Gorbachov y su perestroika. Menuda liaste, Mijaíl.
Así que, con esta prisa mía para que hagan currículum, o le doy al Loracepam o me dan taquicardias como tsunamis. En el fondo me aterra que se conviertan en unos paquirrines sin Cantora o en unos borjas sin Thyssen, que esos, con latifundios y Bornemiszas, bien pueden andar todo el día en chándal sin dar palo al agua.
También me atormenta que se apunten a 'Gran Hermano' y hablen con la boca llena; que sean tronistas y metan en casa a una 'mamachicho'; o, siniestro total, que vayan a 'Gandía Shore'. No lo permitan los arcángeles, por Dios, no lo permitan.
Por eso me automedico sin control y les apunto a todo. Y a 'lot of English', pero a 'lot', no me vayan a salir como Rajoy o algo peor. Sobre este particular pongo yo mucha intención y les calzo tantas pelis como puedo en versión original. Sería muy 'cuqui' y muy de pititas cardadas decir que ellos lo aceptan sonrientes, mientras me piden, por favor, unas 'crudités' para merendar.
Pero la realidad es que en cuanto escuchan a Pocoyó en guiri, en mi casa se desata la 'kale borroka'. No me incendian el plasma de milagro. Pero yo, hierática, no doy marcha atrás. Por lo menos hasta que no hablen como los hijos de la Preysler, aunque estas criaturas mías no pisen Miami Beach. Tal es mi empeño que hace años casi me dejé fecundar por un inglés sólo para que fuesen nativos. Aquello no salió bien, así que no queda otra que, 'teacher' va y 'teacher' viene, pulir acento hasta parecer de 'Trafalgar Square'.
Para que se me refinen, todos los días cenamos con Chopin. Y me obsesiona que lean: la 'Eneida', 'Fray Perico' y su borrico o las etiquetas de Inditex. Lo que sea. Mi fe en la letra impresa es inquebrantable.
Desde hace unas semanas estaba pletórica. Mi hijo fagocita cómics (algo es algo) sin solución de continuidad. Va a dos volúmenes por semana. Yo lo dejo caer, así como al descuido, en todas las conversaciones que puedo y veo cómo a mis amigos 'hípsteres' se les crispan los ojillos. Ellos, mucho comprar cuentos y 'muffins' en librerías alternativas pero, a la hora de la verdad, sus hijos están más enganchados al iPhone que los yonquis a la metadona. Mientras, mi vástago, pensaba yo, va para notario. Por fin alguien va a prosperar en esta casa. Tendrá abono 'premium' en la ópera y casa en Sotogrande.
Tururú.
Ayer me asomé a esas viñetas que tanto lo atrapan. "Los dibujos se parecen a Heidi, será manga japonés", pensé. "Pero bueno, es lectura, es lectura", me repetí como un mantra. En uno de los bocadillos leí, en perfecto castellano, "teta" y "culo". Esa era la 'drogaína' de mi ¿niño?
Ay, Dios.
Mar Muñiz

miércoles, 23 de enero de 2019

EL AÑO QUE NEVÓ EN ALABAMA


En Alabama no nevaba nunca y, sin embargo, el invierno en que mi padre tenía nueve años nevó. Caía la nieve en sucesivas capas blancas, endureciéndose tan pronto como tocaba el suelo, y acabó por cubrir el paisaje de puro hielo, donde no había forma de abrir brecha. Sorprendido bajo la tempestad de nieve estabas perdido; sobre ella, al menos te daba tiempo a reflexionar sobre tu inminente perdición.
Edward era un muchacho fuerte y silencioso con ideas propias, pero no se le ocurría rechistarle a su padre si había que echar una mano con cualquier tarea, reparar una cerca, atraerse a casa a un novillo descarriado. Cuando la noche de aquel sábado comenzó a nevar, y continuó nevando a lo largo de toda la mañana siguiente, Edward y su padre hicieron un muñeco de nieve, ciudades de nieve y otras construcciones, y sólo más tarde se dieron cuenta de la inmensidad y el peligro de la nevada que no cesaba.
Pero se dice que el muñeco de nieve de mi padre medía dos metros de algo, ni un centímetro menos. Para llegar tan arriba, mi padre diseñó un artefacto a base de ramas de pino y poleas, gracias al cual subía y bajaba a su antojo. Los ojos del muñeco eran viejas ruedas de carro, desechadas años atrás; su nariz, el remate de un silo; y su boca, curvada en una media sonrisa, como si le rondara por la cabeza una idea grata y divertida, estaba hecha de la corteza arrancada del costado de un roble.
Su madre estaba en casa, cocinando. Desde la chimenea se elevaba el humo en regueros de blanco y gris, que caracoleaban hacia el cielo. Oía la madre un distante picar y escarbar, al otro lado de la puerta, pero tan ajetreada andaba que apenas si le prestó atención. Ni siquiera levantó la vista cuando, media hora más tarde, entraron su marido y su hijo, sudorosos a pesar del frío.
—Nos hemos metido en un buen lío —dijo el marido.
—A ver —dijo ella—, cuéntame qué ha pasado.
Entretanto la nieve continuaba cayendo y la entrada volvía a estar casi bloqueada a pesar de que acababan de despejarla. Su padre empuñó la pala y abrió un pasadizo de nuevo.
Edward se quedó mirándolo: padre dando paletadas, la nieve cayendo, padre dando paletadas, la nieve cayendo, hasta que el mismísimo tejado de la cabaña empezó a crujir. Su madre descubrió un alud de nieve en el dormitorio. Decidieron que había llegado el momento de irse de casa.
Pero ¿a dónde? Todo el mundo viviente se había transformado en hielo, duro y de un blanco deslumbrante. Su madre empaquetó la comida que había preparado y recogió unas cuantas mantas.
Pasaron la noche en los árboles.
A la mañana siguiente era lunes. Dejó de nevar, salió el sol. La temperatura cayó por debajo de los cero grados.
—Ya es hora de que vayas a la escuela ¿no te parece, Edward? —dijo su madre.
—Supongo que sí —respondió Edward, sin preguntar nada. Y es que él era así.
Después del desayuno, bajó del árbol y caminó diez kilómetros hasta el pequeño edificio de la escuela. Por el camino vio a un hombre convertido en un bloque de hielo.
También él estuvo a punto de congelarse, pero no se congeló. Consiguió llegar. Un par de minutos antes de la hora de clase, de hecho.
Y ahí estaba el maestro, sentado sobre un montón de leña, leyendo. De la escuela sólo se veía la veleta, el resto estaba sepultado bajo la nevada del fin de semana.
—Buenos días, Edward —dijo el maestro.
—Buenos días —dijo Edward.
Y entonces se acordó: se le habían olvidado los deberes.
Volvió a casa a por ellos.
Es una historia verídica.

Daniel Wallace, El Gran Pez

martes, 22 de enero de 2019

EL SECRETO DE XEIN


Los caminos de Axlin y Xein vuelven a cruzarse, pero ambos parecen estar más alejados que nunca. Ella trabaja en la biblioteca y sigue recopilando información para completar su bestiario, mientras investiga lo que parece una presencia anormal de monstruos dentro de los muros de la Ciudadela. Por otro lado, al intentar ayudar a su amigo Dex con un problema personal se verá envuelta en un conflicto que implica a varias familias aristocráticas de la ciudad vieja.

Xein, por su parte, se ha convertido en uno más de los Guardianes que protegen a los habitantes de la Ciudadela de los monstruos que los acechan. Su lealtad a la Guardia lo obliga a mantener sus nuevos conocimientos ocultos para el resto de la gente y especialmente para Axlin, lo cual levantará un nuevo muro entre los dos.

Todo ello causará conflictos entre ambos cada vez que vuelvan a encontrarse, pero también hará saltar chispas que arderán con más fuerza a causa de su pasado en común.

                En este segundo libro de la serie Guardianes de la Ciudadela, Laura Gallego profundiza en los personajes de Axlin y Xein, sobre todo en éste cuando intenta negar su relación con la primera o averiguar qué hay en ese secreto que guardan celosamente los altos cargos de su orden, y va dando más importancia al bibliotecario Dex (hay que señalar que algunos aspectos de este personaje son una concesión a cierto sector del público, ¡viva la visibilización!) y la guardiana Rox. Tiene menos acción que el primero, pero las intrigas entre las clases altas de la Ciudadela y los secretos nos mantienen en vilo, y con la aparición de nuevos monstruos la historia da un notable giro argumental

lunes, 21 de enero de 2019

YO, MEDEA,


la hija del Sol, confieso y declaro a la comunidad de los dioses y a la turba de los humanos que siempre quise ser una mujer normal, quiero decir, una mujer mortal. En esto, y sólo en esto, me reconozco igual a Blancaflor, la hija del Diablo, que también forcejeó con el Destino para impedir que todo su sufrimiento la devolviera al Castillo de Irás y no Volverás, donde moran las sombras sempiternas, en sempiterna monotonía.

En todo lo demás nos separamos, a pesar de las apariencias que tienden a crear semejanzas entre nosotras. Baste decir que sus artes mágicas son naturales, que no está consagrada a ningún dios, sino a los caprichos de su padre terrible. Y hasta es dudoso, como de él, que posea verdaderamente un cuerpo, dada la facilidad con que se torna en esto o aquello, ya sea animal o cosa.

De mí añadiré, por ahora, que soy en todo digna hija del Sol, aunque he de aclarar enseguida que el verdadero hijo suyo es mi padre, el rey Eetes. Pero es que la dependencia respecto a Aquel que todo lo ilumina y lo calienta es de tal intensidad entre sus descendientes, que cualquiera de ellos puede, y aun debe, reclamarse hijo suyo. Así yo, sin falsedad alguna, proclamo que soy Medea, hija del Sol, y que de él procede tanto el dorado resplandor de mis cabellos, como un centelleo estelar que hay a veces en mis ojos, sobre el glauco marino que es su color. Y no lo digo por vanidad, sino porque gracias a esa cualidad extraña lo reconocí de inmediato, a él, al bellísimo Jasón, como al héroe que me estaba destinado. Pues la primera vez que entró en mis pupilas, con su capa de púrpura, fue como Sirio saliendo del océano. Tan fácilmente se acomodó a mi mirada, quiero decir, que no tuve que acudir a ninguna de mis artes sagradas para cerciorarme; ni abrirle las entrañas a ningún carnero, ni estudiar el vuelo de las gaviotas sobre el horizonte de aquel atardecer, en que el mundo renació para mí. Con sólo el dardo de Cupido lo entendí para siempre. Él inflamó mi pecho y envenenó mi razón de tal manera que hasta hoy, después de tanto tiempo y de tantas calamidades, no dejo de sentir, cada vez que me descuido, la misma turbación repentina y embriagadora, como si acabara de conocerlo.

Antonio R. Almodovar, El Bosque de los Sueños

PREMIO NACIONAL DE LITERATURA JUVENIL 2005

domingo, 20 de enero de 2019

MIS COMPAÑEROS DE COLE


Yo soy este, nigel molesworth, el terror de San Custodio que es mi colejio. Es un sitio húmedo y cutre como voy a dejar claro (espero), aunque en realidad todos los colejios son iguales.

En San Custodio hay bastonazos, latín, geografía, historia, mates, geometría, direztores, un perro que vive en el colejio, salchichas misteriosas, mi hermano molesworth-2 y sobretodo PROFES por todas partes.

Lo único bueno de el colejio son los CHICOS que son nobles y balientes y no le tienen miedo a nada aunque tanbién hay enpollones, habusones, barbilindos, gordos y palurdos con los que no me queda mas remedio que tratar.

¡En realidad el colejio es un balle de lágrimas!


Es increíble que este tan feo no rompiera la camara cuando le hice la foto. Es peason mi mejor amigo. Eso significa que sienpre nos estamos peleando. En realidad no es mala persona, aunque sienpre nos estamos llamando cosas y entonces el otro dice eso lo serás tú eso lo serás tú eso lo serás tú etcetera, asta que los demas enpiezan a decir que se peleen que se peleen que se peleen y no nos queda mas remedio que sacudirnos.


Este es grabber que es el capitán de todos los equipos del colejio y se cree el mejor y el mas duro aunque una vez ganó un premio de trabajos manuales con rafia. Su padre es tope rico. Tiene un rols roiz. Con eso lo digo todo. Es mas grande que yo así que tengo que tener cuidao con él.


Este es el perro de nuestro colejio, pensando. Cuando le hice la foto estaba punto de hechar a correr por el campo de criquet para garrar la pelota. Luego mordió al hárbitro en una pierna. ¡Fue tope divertido! No es un mal perro aunque una vez en un partido de fútbol contra otro colejio nos marcó un gol en propia meta.


Este fotherington-tomas. Como veis salta a la conba como una niñita. Es un blandengue y un barbilindo. Le gusta leer rebistas y sospechamos que en su casa juega con muñecas. Sus personajes faboritos de los cuentos son sienpre los príncipes y si le digo que le voy a poner la cara como un pimiento rojo responde que me va a ignorar por dirigirme a él en términos tan inapropiados.


Siento reconocerlo pero este es molesworth-2, mi hermano. Es tanbién un blandengue llorica y me entristece pensar que conpartimos la misma sangre. Sienpre está zampando y molestando. Cuando fotherington tomas dice cosas como que en las profundidades del jardín de su casa viven hadas, molesworth-2 responde que en las profundidades del jardín de nuestra casa hay una montaña de basura y entonces le tiramos lonbrices para que se calle y pájaros muertos y cualquier otra cosa que tengamos a mano y una vez asta le tiramos el perro de el colejio. Reniego de él con toda mi alma.

Por su puesto hay mas personajes despreciables por aquí, pero creo que esto es bastante para hacerse una idea de como es San Custodio, que junto con los otros colejios que hay en inglaterra esplica como es hoy en día el país. No tengo nada mas que añadir sobre San Custodio con la excepción de que huele a tiza, a libros biejos de latín, a tinta china, a botas de fútbol sudadas y a alpiste.

Geoffrey Willans y Ronald Searle, ¡Abajo el colejio!

viernes, 18 de enero de 2019

TODO EL BIEN Y TODO EL MAL


Reina Gené tiene un marido, un exmarido, un amante, un hijo adolescente, un buen sueldo y un trabajo que le apasiona y al que se dedica en cuerpo y alma. A Reina le gusta su vida. Aparentemente lo tiene todo, o por lo menos eso piensa ella. Hasta que, durante un viaje de trabajo a Bucarest, el intento de suicidio de su hijo repente le demostrará de la peor manera hasta qué punto es vulnerable.

Así es como empieza para Reina un largo camino de regreso a casa, en el que lo peor que tendrá que afrontar no es la extenuante espera en un aeropuerto cerrado por una ola de frío siberiano, sino el vértigo que le provoca revisar su vida en busca de la verdad y tener que enfrentarse a ciertas preguntas incómodas: ¿Cuáles son las personas de verdad imprescindibles en nuestra vida? ¿Qué consecuencias tienen las malas decisiones? ¿Qué seríamos capaces de hacer en las circunstancias más terribles? ¿Conocemos realmente a nuestros hijos? ¿Nos conocemos lo suficiente a nosotros mismos?

Esta novela, que continuará en Seguiré tus pasos, es sin duda una de las novelas más ambiciosas y valientes que ha escrito Care Santos, en la que nos muestra la frágil telaraña de nuestras relaciones familiares y personales, y lo complicado que resulta mirarse al espejo

El ritmo es ágil, gracias a los capítulos cortos que recogen la larga espera de reina en el aeropuerto y los continuos flashbacks sin orden donde repasa su vida y la de su círculo íntimo (marido, hijo, madre, exmarido).   Sus historias, junto con las de otros personajes (Ulf Everink o la ex de su exmarido), se entrecruzan creando una trama que nos atrapa enseguida. Lo malo es que las historias no quedan cerradas y tenemos que esperar al siguiente libro.

Toda la novela gira sobre Reina, una aparente triunfadora hasta que descubrimos su punto débil, Alberto, su hijo. Mientras da vueltas a lo sucedido, tratando de comprender el porqué del suicidio, conocemos mediante los flashbacks a su exmarido Félix y a su actual marido Samuel, dos personajes muy distintos en su forma de ser y carácter. A partir de ellos se tratan temas cercanos como el empoderamiento, las relaciones familiares, los abusos, el suicidio, la infidelidad…

Como música de fondo, encontramos ese viejo bolero que de vez en cuando recuerda Reina: Es la historia de un amor // como no hay otro igual, // que me hizo comprender // todo el bien, todo el mal…



jueves, 17 de enero de 2019

METÁFORA



La gente me provoca confusión. Eso me pasa por dos razones principales.

La primera razón principal es que la gente habla mucho sin utilizar ninguna palabra. Siobhan dice que si uno arquea una ceja puede querer decir montones de cosas distintas. Puede significar «quiero tener relaciones sexuales contigo» y también puede querer decir «creo que lo que acabas de decir es una estupidez».

Siobhan también dice que si cierras la boca y expeles aire con fuerza por la nariz puede significar que estás relajado, o que estás aburrido o que estás enfadado, y todo depende de cuánto aire te salga por la nariz y con qué rapidez y de qué forma tenga tu boca cuando lo hagas y de cómo estés sentado y de lo que hayas dicho justo antes y de cientos de otras cosas que son demasiado complicadas para entenderlas en sólo unos segundos.

La segunda razón principal es que la gente con frecuencia utiliza metáforas. He aquí ejemplos de metáforas.

Se murió de risa.
Era la niña de sus ojos.
Tenían un cadáver en el armario.
Pasamos un día de mil demonios.
Tiene la cabeza llena de pájaros.

La palabra metáfora significa llevar algo de un sitio a otro, y viene de las palabras griegas μετα (que significa de un sitio a otro) y φερειν (que significa llevar), y es cuando uno describe algo usando una palabra que no es literalmente lo que describe. Es decir, que la palabra metáfora es una metáfora.

Yo creo que debería llamarse mentira porque no hay días de mil demonios y la gente no tiene cadáveres en los armarios. Cuando trato de formarme una imagen en mi cabeza de una de estas frases me siento perdido porque una niña en los ojos de alguien no tiene nada que ver con que algo le guste mucho y te olvidas de lo que la persona decía.


PREMIO LIBRO DEL AÑO WITHBREAD 2003
PREMIO AL MEJOR LIBRO PARA JÓVENES LECTORES 2005
PREMIO PARA ESCRITORES DE LA COMMONWEALTH 2004

miércoles, 16 de enero de 2019

SOY UN GATO, AUNQUE TODAVÍA NO TENGO NOMBRE


No sé dónde nací. Lo primero que recuerdo es que estaba en un lugar umbrío y húmedo, donde me pasaba el día maullando sin parar. Fue en ese oscuro lugar donde por primera vez tuve ocasión de poner mis ojos sobre un espécimen de la raza humana. Según pude saber más tarde, se trataba de un ejemplar de lo más perverso, un shoshei, uno de esos estudiantes que suelen realizar pequeñas tareas en las casas a cambio de comida y de alojamiento. En algún sitio he escuchado incluso que, en ocasiones, esos crueles individuos nos dan caza y nos guisan, y luego se nos zampan. Aunque he de decir que, debido quizás a mi ignorancia y a mi poca edad, no sentí nada de miedo cuando lo vi. Simplemente noté que el shoshei en cuestión me levantaba por los aires en la palma de su mano, y que yo me sentía flotar. Una vez me acostumbré a esta novedosa perspectiva, tuve ocasión de estudiar tranquilamente su rostro. El sentimiento de extrañeza todavía permanece en mí hoy en día. En primer lugar hablaré de su cara: por lo que yo sabía, las caras de todo bicho viviente suelen estar cubiertas de pelo. Sin embargo, la suya estaba lisa y pulida como la superficie de una tetera. He conocido a lo largo de mi vida a muchos gatos, de orígenes diferentes, pero ninguno tenía una deformidad como la de ese tipo. Pero no solo era eso. Había más. El centro de su rostro estaba ocupado por una enorme protuberancia, con dos agujeros en medio por los que, de vez en cuando, emanaban pequeños penachos de humo; algo que consideré ciertamente sofocante y fastidioso. Durante un rato me sentí enfermar por causa de esas asfixiantes exhalaciones. Ha sido solo recientemente cuando he aprendido que aquel humo era producido por el tabaco, una cosa que, por lo visto, a los humanos les pirra.

Durante un rato estuve bastante cómodo, allí en su mano. Hasta que, de pronto, las cosas empezaron a desarrollarse a una velocidad de vértigo. No sabría decir si era el shoshei quien se movía o si era yo, pero, en cualquier caso, noté que empezaba a marearme sin remedio y que el estómago se me revolvía. Estaba ya convencido de que mis días habían llegado a su fin y que el mareo me mataría sin remisión, cuando, de repente, ¡plaf!, sentí un fuerte golpe y mi visión se nubló con miles de estrellas. Mi discernimiento, claro hasta ese momento, se nubló. A partir de ahí, por muchos esfuerzos que haga, no me acuerdo de nada.

Natsume Sōseki, Soy un Gato

martes, 15 de enero de 2019

UN BALCÓN A LA LIBERTAD



Elena vive con sus padres y su hermano mayor. Parecen una familia normal, pero la comunicación entre ellos no existe. Un día descubre que un tío abuelo suyo, Liberto Guerra, al que no conocía, ha muerto. En su entorno, nadie había hablado nunca de él y parece que el tema es tabú para sus padres. La única respuesta que obtiene de su padre es que era un delicuente, un vago y un maleante.

El anciano, un fotógrafo testigo de nuestra historia, vivía en plena Puerta del Sol, y amaba ese sitio porque siempre fue un lugar de reivindicación de la libertad. A esa casa, a hurtadillas, entrará Ele. Allí encuentra una caja con fotografías, cartas y una nota que cree que está dirigida a ella y podrá averiguar los secretos ocultos. ¿Qué esconde el pasado oculto y maldito de Liberto Guerra? ¿Qué hizo para que su familia lo abandonase?

Rosa Huertas utiliza dos elementos que aparecen en otros libros suyos. Por una parte, el escenario, ese Madrid castizo, en este caso la Puerta del Sol, testigo de la historia de nuestro país, como podemos observar en la novela. Por otra parte, el recurrir a un muerto que nos cuenta su historia y la de su época (recordad Mala Luna, entre otros libros de la autora). El libro es corto y nos atrapa enseguida cuando vemos cómo Elena quiere averiguar quién era su tío: las fotografías, lo que le va contando Toni, el joven vecino… Pero todo son medias verdades, y Elena y su familia se van a encontrar con lo que no esperan. De esta forma, la autora nos introduce en uno de los temas que está de moda últimamente y que muchos opinan que hay que darle una mayor visibilización: la homosexualidad.

lunes, 14 de enero de 2019

RECORDÁNDOLA



Víctor me dijo una vez que tengo facilidad para enamorarme de mujeres tristes. Tenía razón: algo que siempre me gustó de Irina fue su tristeza. A veces Víctor estaba en lo cierto, incluso cuando no tenía ni la menor idea de lo que pasaba a su alrededor.

                Víctor nunca supo con certeza lo que yo sentía por Irina. Para mí hubiera sido una vergüenza tener que reconocerlo, aunque tal vez él lo sospechó alguna vez. Me temo que mis dotes para el disimulo no eran muy notables hace quince años. El amor, recién descubierto, resultó un sentimiento muy desagradable, parecido a una enfermedad nerviosa. Quien se haya enamorado alguna vez sabrá entenderme. No es necesario que sea de la persona equivocada.

                Procuré que nadie supiera toda la verdad. Víctor, por otra parte, solía estar siempre demasiado ocupado en sus propios asuntos para prestar atención a los míos. Una de las virtudes que más aprecio en mi madre es su don para escuchar cuando es necesario. Nunca le dijo, aunque ella lo supo, que Irina fue la primera chica que me partió el corazón. Y también la única. Tampoco le mostré jamás el anillo que llevé tanto tiempo junto a mi pecho. Aunque el anillo fue el más insignificante de los tesoros que retuve de Irina.

                No sé por qué las personas tenemos tendencia a arrepentirnos de nuestros actos cuando ya no tienen remedio. Ahora, tantos años después, quisiera que todo hubiera sucedido de otro modo entre Víctor y yo. Supongo que, tras lo ocurrido, nuestra separación era inevitable. No me refiero a una separación física: seguí viéndole, claro, pero sólo porque no podía evitarlo. Y durante aquellas visitas me mostré cordial, pero más frío de lo que es habitual en mí. Es mi peor defecto: soy de natural reservado. Algunos lo llaman timidez. Sucede que no me gusta compartir mis cosas con cualquiera. Víctor, para mí, era un cualquiera. Y más después del verano en que apareció Irina en las vidas de los dos.

                No podía ser de otra forma. Cometimos la mayor torpeza que pueden cometer dos hombres: nos enamoramos de la misma mujer

Care Santos, El Anillo de Irina
PREMIO ALANDAR 2005

viernes, 11 de enero de 2019

FRANKENSTEIN RESUTURADO


Enviado por Lourdes:

Al cumplirse 200 años del nacimiento de la criatura de Mary Shelley, en este proyecto dirigido por Fernando Marías, se homenajea a un personaje que cambió la literatura y que se convirtió en un referente tanto de la novela romántica inglesa como de la novela de terror.

¿Cuál habría sido el periplo de la criatura de Frankenstein si hubiese vivido las veinte décadas transcurridas desde su nacimiento oficial hasta hoy? Esta reflexión se la hace Fernando Marías en el prólogo al contemplar a un viejo solitario y la  traslada a veintiún autores y otros tantos ilustradores para que visualicen a la criatura en ese eslabón concreto de la cadena del tiempo: 1818-2018. En los relatos, la criatura sigue sola, con su apariencia terrible, pero sabiendo que el mal no está en ella.

21 relatos, 21 ilustraciones, 2 propuestas musicales incluidas también en el libro.

Y la traducción de la novela por Lorenzo Luengo, que acerca al lector actual la creación del mito de Frankenstein pero sin abandonar el tono romántico que su autora le dio.

                Algunos de los relatos: 

«La dimensión helada» de Irene Gracia: Tras un intento de confundirse entre los hombres y, tras ser aceptado por ellos, la criatura vuelve al Polo huyendo otra vez.

«Descendencia» de Jacinto Muñoz Rengel: ¿Si Frankenstein no creó una compañera para la criatura para evitar su monstruosa descendencia, no sería la esterilización la solución?

«Es imposible que estemos escuchando un columpio en la buhardilla» de Juan Ramón Biedma: Unos niños se refugian en una casa abandonada huyendo del horror de la guerra civil con su maestra. Cada uno representa una parte de la futura sociedad. Encuentran en el desván a la criatura. Solo una niña es capaz de mirarlo a los ojos.

«Victoria» de Elia Barceló: Victor Frank sueña mirando las estrellas con un cohete que lo lleve lejos, a las estrellas, con su ansiada compañera.

«El hijo del agente naranja» de Clara Peñalver: En un Vietnam regado por el agente naranja, la criatura se da cuenta de que no es peor que el resto de seres humanos.

«16 de julio de 1974» de Espido Freire: Ese día nace una niña que buscará durante toda su vida, al mito, al hombre, a la criatura…

jueves, 10 de enero de 2019

PERSIGUIENDO UN ELEMENTO


Cuando era niño, a principios de los años 80, tenía la costumbre de hablar con algo metido en la boca: comida, tubos de dentista, globos que salían volando... De todo. Y, aunque no hubiera nadie a mi alrededor, yo hablaba de todos modos. Esta manía me condujo a mi fascinación por la tabla periódica la primera vez que me dejaron a solas con un termómetro debajo de la lengua. Tuve faringitis un montón de veces durante 2.º y 3.º de Primaria, y me pasaba muchos días sintiendo dolor al tragar. No me importaba faltar a clase y automedicarme con helado de vainilla y sirope de chocolate. Además, estar enfermo siempre me concedía una nueva oportunidad para romper uno de esos anticuados termómetros de mercurio.

Recostado, con ese palito de cristal bajo la lengua, respondía en voz alta a una pregunta imaginaria y el termómetro se me caía de la boca y se hacía trizas sobre el suelo de madera. El mercurio líquido que contenía se desperdigaba en forma de bolitas metálicas. Al rato, mi madre se agachaba en el suelo, a pesar de su artrosis de cadera, y empezaba a recogerlas. Utilizando un mondadientes a modo de palo de hockey, empujaba esas esferas dúctiles entre sí hasta que casi se tocaban. De pronto, con un impulso final, una esfera engullía a la otra. Una única e impoluta bolita quedaba en el lugar donde antes había dos. Mi madre repetía este truco de magia a lo largo y ancho de la habitación, con una bolita grande que iba engullendo a las demás hasta que todas formaban un bloque compacto y plateado.

Una vez que había recopilado todos los trocitos de mercurio, mi madre sacaba el frasco de pastillas de plástico con la etiqueta verde que guardábamos en un estante de la cocina que estaba repleto de trastos, entre un osito de peluche con una caña de pescar y una taza azul de cerámica que conmemoraba una reunión familiar de 1985. Después de meter rodando la bolita en un sobre, añadía cuidadosamente los últimos restos de mercurio del termómetro al pegote del tamaño de una nuez que había dentro del frasco. A veces, antes de volver a guardar el frasco, mi madre vertía el mercurio en la tapa para que mis hermanos y yo admirásemos los movimientos de ese metal futurista, que no paraba de dividirse y volverse a fusionar.

Los alquimistas medievales, a pesar de su pasión por el oro, consideraban que el mercurio era la sustancia más poderosa y poética del universo. De pequeño, yo estaba de acuerdo con esa afirmación. Incluso habría estado dispuesto a creer, igual que ellos, que albergaba espíritus de otro mundo.
El mercurio actúa de esta manera, tal y como descubrí más tarde, porque es un elemento. Al contrario que el agua (H2O), o que el dióxido de carbono (CO2), o que casi cualquier otra cosa con la que te topas en tu día a día, no se puede separar el mercurio en unidades más pequeñas de una forma natural. De hecho, el mercurio es uno de los elementos más clasistas: sus átomos solo quieren estar en compañía de otros átomos de mercurio y reducen al mínimo el contacto con el mundo exterior al comprimirse en forma de esfera. La mayoría de los líquidos que derramé de pequeño no se comportaban así. El agua se extendía por todas partes, igual que el aceite, el vinagre y la gelatina derretida. El mercurio jamás dejaba ni una mota. Mis padres siempre me decían que me calzara cada vez que se me caía un termómetro, para que no me clavara esas invisibles esquirlas de cristal. Pero no recuerdo que me alertaran sobre el mercurio desperdigado.

Durante mucho tiempo seguí la pista del elemento 80 en la escuela y en los libros, tal y como se haría con el nombre de algún amigo de la infancia en el periódico. Provengo de las Grandes Llanuras (Dakota del Sur) y en clase de Historia me hablaron de los famosos exploradores Lewis y Clark, de su expedición a través de Dakota del Sur y por el resto del Territorio de Luisiana. Lo que no sabía en un principio fue que Lewis y Clark llevaban consigo seiscientos laxantes de mercurio, cada uno de ellos cuatro veces más grande que una aspirina corriente. Estos laxantes eran conocidos como las Píldoras Biliosas del Dr. Rush, en honor a Benjamin Rush, uno de los firmantes de la Declaración de Independencia y héroe de la medicina por haber tenido la valentía de quedarse en Filadelfia durante una epidemia de fiebre amarilla en 1793. Su tratamiento favorito, para toda clase de dolencias, era un mejunje a base de cloruro de mercurio que administraba a la gente por la fuerza, a menudo hasta que se les caían el pelo y los dientes. (¡Menos mal que la medicina ha avanzado mucho hoy en día!). ¿Y cómo sabemos que Lewis y Clark lo tomaron? Con los extraños alimentos y el agua de dudosa calidad que se encontraron durante su travesía, siempre había algún miembro de su equipo que se sentía indispuesto y, hasta el día de hoy, aún se encuentran depósitos de mercurio en muchos lugares donde los exploradores excavaron una letrina, quizá después de que una de las «pastillas atronadoras» del Dr. Rush funcionara un poco mejor de la cuenta.

El mercurio acabó apareciendo en la clase de Ciencias. Cuando nos enseñaron por primera vez el batiburrillo de la tabla periódica, la registré en busca del mercurio y no conseguí encontrarlo. Está incluido, claro: entre el oro, que también es denso y maleable, y el talio, que también es venenoso. Pero el símbolo del mercurio, Hg, está compuesto por dos letras que ni siquiera forman parte de su nombre. Resolver ese misterio —procede de hydrargyrum, que en latín significa «agua plateada»— me ayudó a comprender hasta qué punto la tabla periódica estaba influida por las lenguas antiguas y la mitología, algo que aún puede percibirse en los nombres latinos que utilizan los científicos cuando crean nuevos elementos superpesados que se añaden a la última fila.

También encontré el mercurio en clase de Literatura. Antaño, los fabricantes de sombreros utilizaban una solución anaranjada y brillante de mercurio para separar el pelo del pellejo, y los sombrereros que se pasaban el día trabajando entre esas cubetas humeantes acababan perdiendo el pelo y el juicio, como el sombrerero loco de Alicia en el País de las Maravillas. Finalmente, me di cuenta de lo venenoso que es el mercurio. Eso explicaba por qué las Píldoras Biliosas del Dr. Rush purgaban tan bien los intestinos: el cuerpo tiende a desprenderse de cualquier tipo de veneno, incluido el mercurio. Y, por tóxico que pueda resultar ingerir este elemento, sus vapores tienen un efecto incluso peor. Deshilachan los «cables» del sistema nervioso central y provocan agujeros en el cerebro, al igual que hace la enfermedad de Alzheimer en su fase avanzada.

Pero cuantas más cosas aprendía sobre los peligros del mercurio, más me atraía su belleza destructiva. Era un poco como con ese poema de William Blake que dice: «Tigre, tigre, fuego que ardes». Con el paso de los años, mis padres redecoraron su cocina y quitaron el estante donde estaban el osito de peluche y la taza, pero guardaron todos esos trastos en una caja de cartón. Durante una reciente visita, encontré el frasco de la etiqueta verde y lo abrí. Al inclinarlo de un lado a otro, pude notar cómo el peso se deslizaba en círculos por su interior. Cuando miré dentro, me llamaron la atención los trocitos diminutos que se habían desparramado hacia los lados del conjunto principal. Allí estaban, centelleando, como gotitas de agua tan perfectas que solo parece posible encontrarlas en las fantasías. Durante toda mi infancia, asocié el mercurio derramado con la fiebre. Aquella vez, consciente de la pasmosa simetría de esas pequeñas esferas, sentí un escalofrío.

A partir de ese único elemento, aprendí historia, etimología, alquimia, mitología, literatura, psicología y toxicología forense. Y aquellas no fueron las únicas historias relacionadas con elementos que recopilé, sobre todo después de que me metiera a estudiar Ciencias en la universidad y conociera a unos cuantos profesores que tuvieron a bien dejar a un lado sus investigaciones para charlar un rato de ciencia conmigo.

Mientras estudiaba Física con la esperanza de poder escapar del laboratorio para escribir, me sentía fatal entre esos científicos jóvenes, serios y con talento que iban a mi clase, que se apasionaban con los experimentos de ensayo y error de una manera que yo nunca podría. Soporté cinco gélidos años en Minnesota y acabé con un diploma de honor en Física, pero, a pesar de haber pasado cientos de horas en un laboratorio, memorizando miles de ecuaciones y trazando decenas de miles de diagramas de poleas y planos inclinados sin fricción, lo más instructivo para mí fueron las historias que me contaron mis profesores. Historias sobre Gandhi, Godzilla y científicos que creían haber perdido la chaveta. Sobre arrojar bloques de sodio explosivo a los ríos para matar a los peces. Sobre personas que se asfixiaban, sin sufrir apenas durante el proceso, con gas nitrógeno en las estaciones espaciales. Sobre un antiguo profesor de mi facultad que experimentó con un marcapasos accionado por plutonio ¡dentro de su propio pecho!, acelerando y reduciendo su ritmo en función de su proximidad a unas bobinas magnéticas gigantescas.

Me quedé fascinado por esas historias, y recientemente, mientras pensaba en el mercurio durante el desayuno, me di cuenta de que detrás de cada elemento de la tabla periódica hay una historia curiosa, extraña o escalofriante. Al mismo tiempo, esa tabla es uno de los grandes logros intelectuales de la humanidad. Es tanto un logro científico como un libro de cuentos, así que decidí escribir este libro para desprender todas sus capas una por una, como las transparencias de los libros de anatomía que cuentan la misma historia en distintos niveles. En el más básico, la tabla periódica es un catálogo de todos los tipos de materia que hay en nuestro universo, los ciento y pico elementos cuyas marcadas personalidades dan origen a todo lo que vemos y tocamos. La forma de la tabla también nos aporta indicios científicos acerca de cómo esas personalidades se entremezclan en sociedad. A un nivel ligeramente más complicado, la tabla periódica codifica multitud de información forense sobre la procedencia de toda clase de átomos y sobre qué átomos pueden fragmentarse o mutar para dar lugar a otros nuevos. Estos átomos también se combinan de manera natural para formar sistemas dinámicos, como los seres vivos, y la tabla periódica predice cómo se desarrolla ese proceso. Incluso predice qué conjuntos de elementos nocivos pueden afectar o destruir a los seres vivos.

La tabla periódica es, por último, un hito antropológico, un instrumento creado por el hombre que refleja todos los matices del ser humano —su ingenio, sus bondades y también sus cosas malas— y la manera que tenemos de interactuar con el mundo físico. Es la historia de nuestra especie, recopilada de una manera concisa y elegante. Merece un estudio en cada uno de esos niveles, empezando por el más elemental para después ir aumentando progresivamente la complejidad. Además de entretenernos, las historias de la tabla periódica nos proporcionan una forma de entenderla que no se encuentra en los libros de texto ni en los manuales de laboratorio. Respiramos y nos alimentamos de la tabla periódica; la gente apuesta y pierde enormes sumas de dinero en función de ella; los filósofos la utilizan para sondear el significado de la ciencia; envenena a la gente; desata guerras. Entre el hidrógeno, que se encuentra en la esquina superior izquierda, y los insólitos elementos sintetizados por el ser humano, que merodean por los últimos puestos de la lista, puedes encontrar burbujas, bombas, toxinas, dinero, alquimia, políticas mezquinas, historia, crimen y amor. E incluso un poco de ciencia.

Sam Kean, La Cuchara Menguante

miércoles, 9 de enero de 2019

EVOLUCIÓN


No sé, tal vez vuestra experiencia fuera distinta de la mía. Para mí, criarme como ser humano en el planeta Tierra del siglo XXI era una putada. Desde el punto de vista existencial.
Lo peor de ser niño era que nadie me contaba la verdad sobre mi situación. De hecho, se dedicaban a todo lo contrario. Y yo, claro, les creía, porque no era más que un niño y no sabía nada. Pero si ni el cerebro siquiera se me había desarrollado del todo... ¿Qué iba a saber yo, si los adultos no dejaban de engañarme?
De modo que me tragaba todas aquellas patrañas propias de la edad de las tinieblas que me contaban y, después, con el paso del tiempo, ya algo mayor, empecé lentamente a atar cabos y a deducir que la mayoría de ellos me había mentido sobre casi cualquier tema, desde que había salido del vientre de mi madre.
Y ésa fue una revelación alarmante.
Y una de las razones por las que, más tarde, me ha costado confiar en los demás.
Empecé a comprender la cruda verdad tan pronto como inicié la exploración de las bibliotecas gratuitas de Oasis. La verdad estaba ahí mismo, esperándome, oculta en libros viejos escritos por gente que no temía mostrarse sincera. Artistas, científicos, filósofos, poetas, muchos de ellos muertos desde hacía mucho tiempo. A medida que leía las palabras que habían legado a la humanidad, iba comprendiendo cuál era la situación. Mi situación. Nuestra situación. Lo que la mayoría de la gente llamaba «la condición humana».
Y no era nada bueno.
Habría preferido que alguien me hubiera dicho la verdad descarnada apenas fui lo bastante mayor para comprenderla. Ojalá alguien me hubiera dicho, simplemente:
«Así es la cosa, Wade. Tú eres lo que se conoce como "ser humano". Los seres humanos son unos animales muy listos. Y como todos los demás animales de este mundo descendemos de un organismo unicelular que vivió hace millones de años. Eso tuvo lugar gracias a un proceso llamado "evolución", del que ya aprenderás más cosas. Pero, hazme caso, así es como todos nosotros hemos llegado hasta aquí. Existen pruebas en todas partes, enterradas bajo piedras. ¿A ti te han contado eso de que a todos nos creó un tipo superpoderoso llamado Dios que vive en el cielo? Mentira. Cuanto se dice de Dios es, en realidad, una patraña antigua que la gente lleva contándose miles de años. Nos la hemos inventado de cabo a rabo. Como lo de Santa Claus y el Conejito de Pascua.
»Ah, por cierto... Ni Santa Claus ni el Conejito de Pascua existen. Eso también es mentira. Lo siento, niño. Asúmelo.
«Seguramente te estarás preguntando qué pasó antes de que tú llegaras hasta aquí. Pues un montón de cosas horribles, realmente. Una vez que evolucionamos hasta convertirnos en seres humanos, las cosas se pusieron bastante interesantes. Se nos ocurrió la manera de cultivar la comida y de domesticar animales para no tener que ir continuamente de un lado a otro. Nuestras tribus se hicieron mucho mayores y entonces nos extendimos por el planeta como un virus imparable. Y luego, tras combatir en unas cuantas guerras unos contra otros por el control de las tierras, los recursos y nuestros dioses inventados, logramos organizar nuestras tribus en una "civilización global". Pero, si quieres que te diga la verdad, muy organizada no era, ni muy civilizada, y seguimos enzarzándonos en muchas guerras. También se nos ocurrió cómo cultivar la ciencia, que nos ayudó a desarrollar la tecnología. Y teniendo en cuenta que somos un puñado de monos sin pelo, lo cierto es que hemos llegado a inventar algunas cosas increíbles. Los ordenadores. La medicina. El láser. Los hornos microondas. Los corazones artificiales. Las bombas atómicas. Hemos llegado incluso a enviar a algunos tipos a la Luna y hemos conseguido que regresen. También hemos creado una red global de comunicaciones que nos permite hablar con quien queramos en cualquier parte del mundo, en cualquier momento. No está mal, ¿no?
»Pero ahora vienen las malas noticias. Nuestra civilización global se ha creado con un coste muy elevado. Necesitábamos mucha energía para construirla, que obteníamos de los combustibles fósiles que provenían de los restos orgánicos de plantas y animales muertos enterrados en las profundidades del suelo. Consumimos casi todo el combustible fósil antes de que tú llegaras aquí, y ahora no queda casi nada. Eso significa que ya no producimos la energía suficiente para mantener a nuestra civilización en funcionamiento como antes. Y hemos tenido que recortar gastos y retroceder. A lo grande. Se trata de una crisis energética global, que dura ya un tiempo bastante prolongado.
»Es más, quemar todos esos combustibles fósiles tuvo algunos efectos secundarios, como por ejemplo el aumento de la temperatura en nuestro planeta y la contaminación del medio ambiente. De modo que, ahora, los casquetes polares se están derritiendo, ha aumentado el nivel del mar y el clima está patas arriba. Las plantas y los animales mueren en grandes cantidades, y hay mucha gente desnutrida y sin techo. Además de que seguimos organizando guerras entre nosotros, casi todas por el control de los recursos que quedan.
»Básicamente, niño, lo que esto implica es que la vida es más dura que en los Buenos Tiempos, mucho antes de que tú nacieras. Porque antes todo iba bien, pero ahora la situación es más bien terrorífica. Para serte sincero, el futuro no pinta demasiado bien. Tú has nacido en una época de la historia bastante chunga. Y parece que las cosas van a seguir empeorando. La civilización humana está "en decadencia". Hay quien cree que "se derrumba".
«Seguramente te preguntarás qué va a pasar contigo. Pues es muy fácil. Lo mismo que a todos los seres humanos que han existido. Vas a morir. Todos moriremos. Las cosas son así.
»¿Y qué pasa cuando te mueres? De eso no estamos totalmente seguros. Pero las pruebas parecen indicar que no pasa nada. Estás muerto. El cerebro deja de funcionar y dejas de hacer preguntas molestas. ¿Y esas historias que has oído por ahí? ¿Eso de que vas a un lugar maravilloso llamado "cielo" donde no hay más dolor ni muerte y vives eternamente en estado de perpetua felicidad? También mentira. Como lo de Dios. No hay pruebas de la existencia del cielo y no las ha habido nunca. Eso también nos lo hemos inventado. Imaginaciones nuestras. O sea que, a partir de ahora, debes vivir el resto de tu vida sabiendo que algún día morirás y desaparecerás para siempre.
»Lo siento.»

Ernest Cline, Ready Player One
PREMIO ALEX 2012