Mi nombre es
Elio Galeno, educado en Pérgamo y Alejandría. He sido el médico de la familia
imperial de Roma durante años y he asistido como testigo a numerosos
acontecimientos notables en mi larga vida. Así, a modo de ejemplo, puedo
mencionar que he presenciado la caída de una estirpe de emperadores y el
ascenso de otra. También he acompañado a las legiones de Roma a varias campañas
contra los bárbaros, ya fuera en el norte, más allá del Rin o el Danubio, o en
las remotas tierras de Oriente. He visto dos cruentas guerras civiles, mucha
sangre derramada en combates en los anfiteatros de medio mundo y en infinidad
de campos de batalla. Por fin, seguramente la más terrible de mis experiencias,
he asistido a los devastadores efectos de la peste. Muchos son, pues, los
sucesos de renombre que he presenciado en mi existencia. Entiendo que los
historiadores oficiales del Imperio y otros que se ocupan del recuerdo de lo
que acontece en la existencia de los hombres tomarán debida cuenta de cada uno
de estos eventos, quedando, de ese modo, todos ellos convenientemente
reflejados por escrito para la posteridad. Pero siempre me asalta una duda: ¿y
Julia? ¿Se acordará alguien de su historia? En solo diez años pasó de ser una
desconocida adolescente de la ciudad de Emesa2 en su Siria natal a la augusta
emperatriz de Roma en lo que supone un deslumbrante cursus honorum sin
parangón.
En mi caso,
por gratitud y por justicia, me he asignado un cometido inaudito en mi persona:
he decidido contar su historia desde el principio, al menos, desde el momento en
el que Julia Domna llegó a Roma. Pero en mí no habita ni el sentimiento ni la
pericia de las palabras de un poeta ni de un autor de teatro popular y, aunque
he escrito mucho, siempre han sido tratados de medicina, de plantas y pócimas,
de anatomía, de enfermedades y tratamientos. Huelga decir que esta
circunstancia me situaba ante un problema nunca antes considerado por mi
intelecto: ¿cómo se cuenta la historia de una persona? ¿En qué orden? ¿En una
sucesión cronológica de acontecimientos u organizando estos según temáticas
afines?
Esto es algo
nuevo para mí y confieso que me he sentido perdido durante meses en este punto.
Es complejo
decidir cómo se va a contar una historia. Esto es, si se quiere hacer bien, tal
y como se deben acometer todos los empeños en los que uno se embarca. Lo que
implica, en el caso que nos ocupa, evitar ser uno de esos que se aventuran al
relato sin antes considerar bien cómo organizar las ideas. Si uno va a ser
proclive a semejante desatino entonces es mejor que ni tan siquiera empiece la
empresa. Por eso he dedicado tiempo, esfuerzo e ingenio a pensar sobre esta
cuestión: ¿cómo contar la historia de Julia Domna, la emperatriz más poderosa
de Roma?
Estuve
ponderando acerca de qué elementos o rasgos definen a una persona: unos dicen
que su carácter, que tan relacionado está con los humores y su salud, pero
estas características técnicas son las que nos interesan a los médicos. Yo no
escribo ahora esta historia para otros cirujanos. A ellos les dejo mis manuales
y tratados del arte de Asclepio, detallados y extensos. Limitados también. Solo
yo sé cuánto me duele eso, mas empiezo a dispersarme. Luego volveré sobre este
punto, sobre las fronteras impuestas a mi medicina, sobre la ceguera de
conocimiento en la que me han obligado a trabajar.
Pero volvamos
a Julia.
¿Qué define a
una persona además de su carácter y sus humores? Sus amigos, aquellos a quienes
uno considera merecedores de ser depositarios de su confianza. A la luz de las
amistades de las que alguien se rodea a lo largo de su vida se puede entrever
con claridad qué tipo de persona es la que está en el centro de ese núcleo.
Aristóteles ya hablaba de esto, pero también advertía de que las amistades que
surgen del interés no son realmente tales, pues en esas circunstancias lo que
promueve nuestro acercamiento a la otra persona es conseguir algo, por lo
general un beneficio. De esta forma, en el caso de una emperatriz tan poderosa
como la augusta Julia, si bien podemos encontrar alrededor de ella un círculo
cercano de amistades, en el que yo mismo me incluyo, cabe también preguntarse:
¿quién de nosotros se ha acercado a la emperatriz solo por auténtica amistad
sin perseguir un privilegio, un regalo, una ayuda? Hasta yo mismo me aproximé a
ella en un inicio para obtener cosas que anhelaba. Luego aprendí a respetarla e
incluso a sentir admiración, pero ¿es esa una relación de amistad?
Emperatriz y
poder. Eso me dio finalmente la clave para poner en marcha mi narración y
articular mi discurso de forma coherente: es muy complejo discernir los amigos
auténticos de alguien poderoso, pero es mucho más sencillo, y me atrevo a decir
que hasta más objetivo, determinar quiénes fueron sus enemigos. Resulta, por cierto,
indiscutible que la emperatriz Julia Domna tuvo enemigos formidables, oponentes
mortíferos, y comprender quiénes fueron puede hacernos entender con precisión
quién, en verdad, fue la persona a la que tanto mal intentaron hacer estos. En
consecuencia, ante la incapacidad de definir bien a los amigos reales de la
emperatriz, he decidido narrar su historia organizándola en cinco secciones, en
cinco libros de acuerdo con los cinco grandes enemigos a los que se ha
enfrentado la augusta Julia hasta ahora: nada más y nada menos que cinco
emperadores de Roma. Es un listado imponente que creo que puede trasladar al
lector de este relato la dimensión de la personalidad de Julia. La augusta
nunca se arredró ante nadie.
Eso siempre me
admiró de ella.
Pero vayamos
al principio
Santiago Posteguillo, Yo, Julia
PREMIO PLANETA 2018
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