Vivo ansiosa.
Quiero que mis hijos estudien robótica, porque nos gobernarán androides de
hojalata. Que hablen mandarín, que con los chinos, tan sospechosos siempre,
nunca se sabe. Que toquen el arpa, para ser la envidia de mi rellano. Ah, y las
capitales de Europa, que se las sepan toditas, como Franco se sabía los Reyes
Godos. Por querer, quiero hasta que arrasen con las de Rusia y compañía, y que
me las enseñen, que en la EGB era sólo la URSS y no este sindiós de ahora. Todo
por culpa de Gorbachov y su perestroika. Menuda liaste, Mijaíl.
Así que, con
esta prisa mía para que hagan currículum, o le doy al Loracepam o me dan
taquicardias como tsunamis. En el fondo me aterra que se conviertan en unos
paquirrines sin Cantora o en unos borjas sin Thyssen, que esos, con latifundios
y Bornemiszas, bien pueden andar todo el día en chándal sin dar palo al agua.
También me
atormenta que se apunten a 'Gran Hermano' y hablen con la boca llena; que sean
tronistas y metan en casa a una 'mamachicho'; o, siniestro total, que vayan a
'Gandía Shore'. No lo permitan los arcángeles, por Dios, no lo permitan.
Por eso me
automedico sin control y les apunto a todo. Y a 'lot of English', pero a 'lot',
no me vayan a salir como Rajoy o algo peor. Sobre este particular pongo yo mucha
intención y les calzo tantas pelis como puedo en versión original. Sería muy
'cuqui' y muy de pititas cardadas decir que ellos lo aceptan sonrientes,
mientras me piden, por favor, unas 'crudités' para merendar.
Pero la
realidad es que en cuanto escuchan a Pocoyó en guiri, en mi casa se desata la
'kale borroka'. No me incendian el plasma de milagro. Pero yo, hierática, no
doy marcha atrás. Por lo menos hasta que no hablen como los hijos de la
Preysler, aunque estas criaturas mías no pisen Miami Beach. Tal es mi empeño
que hace años casi me dejé fecundar por un inglés sólo para que fuesen nativos.
Aquello no salió bien, así que no queda otra que, 'teacher' va y 'teacher'
viene, pulir acento hasta parecer de 'Trafalgar Square'.
Para que se me
refinen, todos los días cenamos con Chopin. Y me obsesiona que lean: la
'Eneida', 'Fray Perico' y su borrico o las etiquetas de Inditex. Lo que sea. Mi
fe en la letra impresa es inquebrantable.
Desde hace
unas semanas estaba pletórica. Mi hijo fagocita cómics (algo es algo) sin
solución de continuidad. Va a dos volúmenes por semana. Yo lo dejo caer, así
como al descuido, en todas las conversaciones que puedo y veo cómo a mis amigos
'hípsteres' se les crispan los ojillos. Ellos, mucho comprar cuentos y
'muffins' en librerías alternativas pero, a la hora de la verdad, sus hijos
están más enganchados al iPhone que los yonquis a la metadona. Mientras, mi
vástago, pensaba yo, va para notario. Por fin alguien va a prosperar en esta
casa. Tendrá abono 'premium' en la ópera y casa en Sotogrande.
Tururú.
Ayer me asomé
a esas viñetas que tanto lo atrapan. "Los dibujos se parecen a Heidi, será
manga japonés", pensé. "Pero bueno, es lectura, es lectura", me
repetí como un mantra. En uno de los bocadillos leí, en perfecto castellano,
"teta" y "culo". Esa era la 'drogaína' de mi ¿niño?
Ay, Dios.
Mar Muñiz
No hay comentarios:
Publicar un comentario