Víctor me
dijo una vez que tengo facilidad para enamorarme de mujeres tristes. Tenía
razón: algo que siempre me gustó de Irina fue su tristeza. A veces Víctor
estaba en lo cierto, incluso cuando no tenía ni la menor idea de lo que pasaba
a su alrededor.
Víctor
nunca supo con certeza lo que yo sentía por Irina. Para mí hubiera sido una
vergüenza tener que reconocerlo, aunque tal vez él lo sospechó alguna vez. Me
temo que mis dotes para el disimulo no eran muy notables hace quince años. El
amor, recién descubierto, resultó un sentimiento muy desagradable, parecido a
una enfermedad nerviosa. Quien se haya enamorado alguna vez sabrá entenderme.
No es necesario que sea de la persona equivocada.
Procuré
que nadie supiera toda la verdad. Víctor, por otra parte, solía estar siempre
demasiado ocupado en sus propios asuntos para prestar atención a los míos. Una
de las virtudes que más aprecio en mi madre es su don para escuchar cuando es
necesario. Nunca le dijo, aunque ella lo supo, que Irina fue la primera chica
que me partió el corazón. Y también la única. Tampoco le mostré jamás el anillo
que llevé tanto tiempo junto a mi pecho. Aunque el anillo fue el más
insignificante de los tesoros que retuve de Irina.
No
sé por qué las personas tenemos tendencia a arrepentirnos de nuestros actos
cuando ya no tienen remedio. Ahora, tantos años después, quisiera que todo
hubiera sucedido de otro modo entre Víctor y yo. Supongo que, tras lo ocurrido,
nuestra separación era inevitable. No me refiero a una separación física: seguí
viéndole, claro, pero sólo porque no podía evitarlo. Y durante aquellas visitas
me mostré cordial, pero más frío de lo que es habitual en mí. Es mi peor
defecto: soy de natural reservado. Algunos lo llaman timidez. Sucede que no me
gusta compartir mis cosas con cualquiera. Víctor, para mí, era un cualquiera. Y
más después del verano en que apareció Irina en las vidas de los dos.
No
podía ser de otra forma. Cometimos la mayor torpeza que pueden cometer dos
hombres: nos enamoramos de la misma mujer
Care Santos, El Anillo de Irina
PREMIO
ALANDAR 2005
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