No sé dónde
nací. Lo primero que recuerdo es que estaba en un lugar umbrío y húmedo, donde me
pasaba el día maullando sin parar. Fue en ese oscuro lugar donde por primera
vez tuve ocasión de poner mis ojos sobre un espécimen de la raza humana. Según
pude saber más tarde, se trataba de un ejemplar de lo más perverso, un shoshei,
uno de esos estudiantes que suelen realizar pequeñas tareas en las casas a
cambio de comida y de alojamiento. En algún sitio he escuchado incluso que, en
ocasiones, esos crueles individuos nos dan caza y nos guisan, y luego se nos
zampan. Aunque he de decir que, debido quizás a mi ignorancia y a mi poca edad,
no sentí nada de miedo cuando lo vi. Simplemente noté que el shoshei en cuestión
me levantaba por los aires en la palma de su mano, y que yo me sentía flotar.
Una vez me acostumbré a esta novedosa perspectiva, tuve ocasión de estudiar
tranquilamente su rostro. El sentimiento de extrañeza todavía permanece en mí
hoy en día. En primer lugar hablaré de su cara: por lo que yo sabía, las caras
de todo bicho viviente suelen estar cubiertas de pelo. Sin embargo, la suya
estaba lisa y pulida como la superficie de una tetera. He conocido a lo largo
de mi vida a muchos gatos, de orígenes diferentes, pero ninguno tenía una
deformidad como la de ese tipo. Pero no solo era eso. Había más. El centro de
su rostro estaba ocupado por una enorme protuberancia, con dos agujeros en
medio por los que, de vez en cuando, emanaban pequeños penachos de humo; algo
que consideré ciertamente sofocante y fastidioso. Durante un rato me sentí
enfermar por causa de esas asfixiantes exhalaciones. Ha sido solo recientemente
cuando he aprendido que aquel humo era producido por el tabaco, una cosa que,
por lo visto, a los humanos les pirra.
Durante un
rato estuve bastante cómodo, allí en su mano. Hasta que, de pronto, las cosas
empezaron a desarrollarse a una velocidad de vértigo. No sabría decir si era el
shoshei quien se movía o si era yo, pero, en cualquier caso, noté que empezaba
a marearme sin remedio y que el estómago se me revolvía. Estaba ya convencido
de que mis días habían llegado a su fin y que el mareo me mataría sin remisión,
cuando, de repente, ¡plaf!, sentí un fuerte golpe y mi visión se nubló con
miles de estrellas. Mi discernimiento, claro hasta ese momento, se nubló. A
partir de ahí, por muchos esfuerzos que haga, no me acuerdo de nada.
Natsume Sōseki, Soy un Gato
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