En este tiempo
vino a posar al mesón un ciego, el cual, pareciéndole que yo sería para
adestralle, me pidió a mi madre, y ella me encomendó a él, diciéndole como era
hijo de un buen hombre, el cual por ensalzar la fe había muerto en la de los
Gelves, y que ella confiaba en Dios no saldría peor hombre que mi padre, y que
le rogaba me tratase bien y mirase por mí, pues era huérfano.
Él le
respondió que así lo haría, y que me recibía no por mozo sino por hijo. Y así
le comencé a servir y adestrar a mi nuevo y viejo amo. Como estuvimos en
Salamanca algunos días, pareciéndole a mi amo que no era la ganancia a su
contento, determinó irse de allí; y cuando nos hubimos de partir, yo fui a ver
a mi madre, y ambos llorando, me dio su bendición y dijo:
«Hijo, ya sé
que no te veré más. Procura ser bueno, y Dios te guíe. Criado te he y con buen
amo te he puesto. Válete por ti».
Y así me fui
para mi amo, que esperándome estaba. Salimos de Salamanca, y llegando a la
puente, está a la entrada della un animal de piedra, que casi tiene forma de
toro, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal, y allí puesto, me dijo:
Yo simplemente llegué, creyendo ser ansí; y
como sintió que tenía la cabeza par de la piedra, afirmó recio la mano y diome
una gran calabazada en el diablo del toro, que más de tres días me duró el
dolor de la cornada, y díjome:
«Necio,
aprende que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo», y rió
mucho la burla.
Parecióme que
en aquel instante desperté de la simpleza en que como niño dormido estaba. Dije
entre mí:
«Verdad dice
éste, que me cumple avivar el ojo y avisar, pues solo soy, y pensar cómo me
sepa valer».
Comenzamos nuestro camino, y en muy pocos días
me mostró jerigonza, y como me viese de buen ingenio, holgábase mucho, y decía:
«Yo oro ni
plata no te lo puedo dar, mas avisos para vivir muchos te mostraré».
Y fue ansí, que después de Dios éste me dio la
vida, y siendo ciego me alumbró y adestró en la carrera de vivir.
Lazarillo de Tormes
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