jueves, 19 de julio de 2018

LA GORGONA


Se interrumpió, clavado en el sitio y mirando a un punto detrás de mí. Si no hubiera sido por el color oscuro de su piel, habría dicho que a él también lo habían convertido en piedra. Y no era nada descabellado, reconocí la silueta de la sombra que se proyectaba desde detrás de mí. La madre de Álex había llegado.
—Parabellum, ¿te importa que me lleve a mi hijo? —dijo una voz heladora a mi espalda—. Está un poco intranquilo desde que su chica lo ha dejado, no dice más que tonterías…
Sofía Cantero. La voz, grave y aun así, chirriante que sonaba a mi espalda, era inconfundible. Sofía era descendiente directa de una de las tres gorgonas originales. Por mucho que había intentado sacar información de ella nunca había sido capaz de averiguar cuál de las tres, ni tampoco qué grado de parentesco las unía. Yo llevaba años investigando criaturas sobrenaturales, Sofía llevaba siglos ocultando su rastro.
Todo lo que había podido averiguar había sido a través del método humano. Sofía estaba muy bien integrada en la sociedad barcelonesa y era dueña de una potente cementera, así como de varias empresas más. Eso la obligaba a existir en los registros, y estos son los que me contaron la historia de su vida. Hija de Sofía Cantero, nieta de Sofía Cantero… La gorgona no se había matado a la hora de inventarse nombres, y estaba claro que todos los registros que pude encontrar y que se remontaban hasta finales del siglo XIX hacían referencia a la misma Sofía Cantero, por mucho que ella sobornase a funcionarios del registro civil para convencerles de que era su propia hija.
Lo más lejos que llegué hurgando en su pasado fue hasta una inmigrante griega recién llegada a Barcelona que había amasado una fortuna vendiendo obras de arte: estatuas de un realismo sobrecogedor, que normalmente mostraban rostros desencajados y transmitían una sensación de pavor demasiado real. La famosa Sofía Cantero llamó la atención de todos los críticos de arte de finales de siglo, y también la de un inspector de policía que aseguraba que las estatuas se parecían demasiado a personas que habían sido declaradas en paradero desconocido. Con su última obra, Inspector de policía llorando de rodillas, Sofía dejó el arte e invirtió todo su dinero en el sector de la construcción, donde su hija, de sorprendente parecido, tomó su relevo.
Sofía guardaba con recelo su pasado, y yo mantenía bajo llave lo averiguado sobre su vida como artista, por si en algún momento podía ser útil explotarlo. La gorgona era demasiado poderosa en Barcelona, así que esperaba que ese momento no llegase nunca.

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