Gorrión, delicias de
mi amada,
con quien ella suele
jugar
y a quien acostumbra
tener en el seno
y darle, cuando se lo
pide, la punta del dedo,
provocando sus agudos
mordiscos,
cuando place a mi
radiante amor
entregarse a no sé
qué agradable distracción
para buscar algún
alivio a sus ansias,
sin duda para calmar
su ánimo ardiente:
¡ojalá pudiera como ella jugar contigo
y disipar mis tristes
pesares!
Llorad, Venus y
Cupidos,
y cuantos hombres
sensibles hay:
ha muerto el
pajarillo de mi amada,
el pajarillo, cosita
de mi amada,
a quien ella quería
más que a sus ojos;
era dulce como la
miel y la conocía
tan bien como una
niña a su propia madre.
No se movía de su
regazo,
pero saltando a su
alrededor, aquí y allá,
a su dueña
continuamente piaba.
Este, ahora, va, por
un camino tenebroso,
a ese lugar de donde
dicen que nadie ha vuelto.
¡Mal rayo os parta,
funestas
tinieblas del Orco,
que devoráis todo lo bello!:
me habéis quitado tan
bello pajarillo.
¡Oh mala ventura!
Pues, ahora, por tu culpa,
desdichado pajarillo,
hinchados por el llanto,
enrojecen los ojillos
de mi amada.
Catulo
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