No voy a abrir
el telón para alegrar al público con un juego de palabras, ni con un panorama
donde se vea una casa en la que nada ocurre y a donde dirige el teatro sus
luces para entretener y haceros creer que la vida es eso. No. El poeta, con todos
sus cinco sentidos en perfecto estado de salud, va a tener, no el gusto, sino
el sentimiento de enseñaros esta noche un pequeño rincón de realidad. Ángeles, sombras,
voces, liras de nieve y sueños existen y vuelan entre vosotros, tan reales como
la lujuria, las monedas que lleváis en el bolsillo, o el cáncer latente en el hermoso
seno de la mujer, o el labio cansado del comerciante. Venís al teatro con el
afán único de divertiros y tenéis autores a los que pagáis, y es muy justo,
pero hoy el poeta os hace una encerrona porque quiere y aspira a conmover
vuestros corazones enseñando las cosas que no queréis ver, gritando las simplísimas
verdades que no queréis oír.
¿Por qué? Si
creéis en Dios, y yo creo, ¿por qué tenéis miedo a la muerte? Y si creéis en la
muerte, ¿por qué esa crueldad, ese despego al terrible dolor de vuestros
semejantes? ¡Ja, ja, ja! Diréis que esto es un sermón. Y bien, ¿es que es feo
un sermón? Casi todos los que me oyen han dado un portazo y han salido de casa
dejando a su padre o a su madre en un momento en que por su bien les reñían, y
en este instante darían todo lo que tienen, hasta los ojos, por volver a oír
las dulces voces desaparecidas. Lo mismo ahora. Pero ver la realidad es
difícil. Y enseñarla, mucho más. Es predicar en desierto. Pero no importa. Sobre
todo a vosotros, gentes de la ciudad, que vivís en la más pobre y triste de las
fantasías. Todo lo que hacéis es buscar caminos para no enterarse de nada.
Cuando suena el viento, para no entender lo que dice, tocáis la pianola; cubrís
de encajes las ventanas; para poder dormir tranquilos y acallar al perenne
grillo de la conciencia, inventáis las casas de caridad.
¡Sermón!, sí,
¡sermón! ¿Por qué hemos de ir siempre al teatro para ver lo que pasa y no lo
que nos pasa? El espectador está tranquilo porque sabe que la comedia no se va
a fijar en él, ¡pero qué hermoso sería que de pronto lo llamaran de las tablas y
le hicieran hablar, y el sol de la escena quemara su pálido rostro de
emboscado! La realidad empieza porque el autor no quiere que os sintáis en el
teatro, sino en la mitad de la calle; y no quiere, por tanto, hacer poesía,
ritmo, literatura; quiere dar una pequeña lección a vuestros corazones; para
eso es poeta, pero con gran modestia. Cualquiera lo puede hacer. El autor sabe
hacer versos, los ha hecho, a mi juicio, bastante buenos, y no es mal nombre de
teatro, pero ayer me dijo que en todo arte había una mitad de artificio que por
ahora le molestaba, y que no tenía gana de traer aquí el perfume de los lirios
blancos o la columna salomónica turbia de palomas de oro (Hace unas palmas)
¿Quiere traerme un café? Bien cargado. (Se sienta. Se oyen unos violines.) El
olor de los lirios blancos es agradable, pero yo prefiero el olor del mar. Yo
puedo decir que el olor del mar mana de los pechos de las sirenas, y mil cosas
más, pero a él
ni le importa ni lo oye, él sigue llamando a las costas en
espera de nuevos ahogados, esto es lo que le importa al hombre. Pero, cómo se
llevaría el olor del mar a una sala de teatro o cómo
se inunda de estrellas el patio de butacas?
Federico García Lorca, Comedia
sin Título
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