Un contagioso sonido de risas
femeninas inundó la cálida y ordenada madriguera.
—¡Ay, Mari! ¡Esa ilustración no
es del mito que acabo de relatarte!
La madre de Mari sostenía en una
mano la hoja de papel casero y, con la otra, se tapaba la boca para intentar
reprimir, sin éxito, otro ataque de risa.
—Mamá, tú te dedicas a contar
historias. Y yo a dibujarlas. Es nuestro juego, ¿no? Nuestro juego favorito.
—Bueno, sí —dijo Leda,
intentando recomponer todavía su expresión para hacerla más comedida—. Yo
cuento las historias, pero tú tiendes a dibujar lo que crees que oyes en ellas.
—Pues yo no veo dónde está el
problema. —Mari se movió para colocarse junto a su madre y examinar con ella el
dibujo recién terminado—. Eso es exactamente lo que me vino a la mente mientras
nos contabas la historia de Eco y Narciso.
—Mari, has dibujado a Narciso
como si fuera un hombre joven que está convirtiéndose en flor. Torpemente. Una
de sus manos es una hoja, pero la otra sigue teniendo aspecto de mano. Y lo
mismo pasa con esto… —Leda reprimió una risilla—. Bueno, y con otras partes de
su anatomía. Y tiene un bigotillo y una mirada tonta en los ojos, si bien tengo
que admitir que tienes un talento asombroso para hacer que una criatura de
aspecto tontorrón, medio hombre y medio flor, cobre vida. —Leda señaló en el
dibujo a la fantasmal ninfa que, de algún modo, Mari había hecho parecer entre
aburrida y molesta mientras observaba la transformación de Narciso—. Y has
conseguido que Eco parezca… —Leda dudó, en un claro intento por encontrar las
palabras adecuadas.
—¿Harta de Narciso y de su ego?
—propuso Mari.
Leda abandonó cualquier atisbo
de reprimenda, y rio en voz alta.
—Sí, ese es exactamente el
aspecto que has conseguido que tenga Eco, aunque esa no es la historia que yo
te he contado.
—Bueno, Leda —Mari pronunció el
nombre de pila de su madre y enarcó las cejas—. Estaba escuchando tu relato y,
mientras dibujaba, decidí que estaba clarísimo que al final le faltaba algo.
—¿Al final? ¿En serio? —Leda
golpeó a su hija con el hombro—. Y no me llames Leda.
—Pero te llamas Leda.
—Para los demás. Para ti, me
llamo Madre.
—¿Madre? ¿De verdad? Es que
suena tan…
—¿Respetuoso y tradicional? —En
esta ocasión, fue Leda quien se ofreció a completar el pensamiento de su hija.
—Más bien aburrido y anticuado
—respondió Mari, esperando con ojos brillantes la predecible respuesta de su
madre.
—¿Aburrido y anticuado? ¿Acabas
de decir que soy aburrida y anticuada?
—¿Qué? ¿Yo? ¿Llamarte a ti
aburrida y anticuada? ¡Nunca haría eso, mamá, nunca! —rio Mari, levantando los
brazos en señal de rendición.
—Así me gusta. Y supongo que
«mamá» está bien. Mejor que Leda.
Mari volvió a reír.
—Mamá, llevamos dieciocho
inviernos con la misma discusión.
—Mari, mi niña, me alegra decir
que, aunque has vivido dieciocho inviernos, no en todos tenías la capacidad de
hablar. Me diste un par de inviernos de respiro antes de que empezaras y nunca
más dejaras de hacerlo.
—¡Mamá! Siempre dices que tú me
animabas a hablar antes de que hubiera cumplido dos inviernos —respondió Mari,
con sorpresa fingida, mientras buscaba la rama carbonizada con la que estaba
dibujando y le quitaba a su madre el dibujo de las manos.
—Sí, yo nunca he dicho que fuera
perfecta. Era una madre joven e inexperta que intentaba hacer las cosas lo
mejor posible —dijo Leda con voz afectada mientras soltaba el dibujo para que
su hija lo cogiera.
—Muy muy joven, ¿no? —dijo Mari,
volviendo a dibujar rápidamente mientras resguardaba el dibujo contra su pecho
para que Leda no pudiera verlo.
—Así es, Mari —dijo Leda,
intentando atisbar algo por encima del brazo de Mari—. Tenía un invierno menos
que tú cuando conocí a tu maravilloso padre y… —Leda se quedó callada, mirando
con el ceño fruncido a su hija, incapaz de contener sus risillas.
—Arreglado —dijo, tendiéndole el
dibujo a Leda para que lo revisara.
—Mari, tiene los ojos bizcos
—respondió su madre.
—El resto de la historia me hace
pensar que no era muy avispado. Así que le he dibujado así para que parezca un
poco tonto.
—Ya veo. —La mirada de Leda se
cruzó con la de su hija, y ambas volvieron a dejarse llevar por la risa.
Leda se secó los ojos y estrechó
a su hija en un breve abrazo.
—Retiro todo lo que he dicho
sobre tu ilustración. Decreto que es perfecta.
—Gracias, madre. —Los ojos de
Mari soltaban chispas.
P.C. Cast, Elegida por la Luna
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