La profesora de Literatura nos
ha encargado que busquemos un pasaje de una novela del siglo XIX. Así que me he
puesto a buscar en el catálogo informatizado de la biblioteca algunas de mis
autoras favoritas de esa época: Elizabeth Gaskell, Jane Austen, las hermanas
Brontë… He apilado unos cuantos libros y me los he llevado a una de las
mesas de estudio, las circulares que hay en el área juvenil, para leerlas
tranquilamente.
Me pongo los cascos y voy
pasando páginas con tranquilidad, aspiro el olor a vainilla que tienen los
libros antiguos, pues la edición de Cumbres borrascosas tiene muchos años.
Por lo visto, los compuestos
químicos presentes en libro, en la tinta, el pegamento y el papel se van
degradando con el paso del tiempo y dan lugar a ese olor tan característico que
me hace sentir como en casa… de hecho, mucho mejor que en casa. De todos los
libros que he cogido, solo uno parece nuevo. Es una nueva edición de Orgullo
y prejuicio y, según reza en el registro de la última hoja, este libro
nunca se ha sacado de la biblioteca; supongo que es una tontería, pero ser la
primera en coger un libro es una alegría inesperada, un pequeño regalo del
azar. Si hay algo que me gusta más que el aroma de los libros antiguos es el de
los libros nuevos, así que lo abro por el medio y meto la nariz para inspirar
profundamente.
Al parecer, mi ritual ha atraído
la atención de un chico que hay frente a mí. Al principio, me ha mirado de
reojo, fingiendo estar muy concentrado en su lectura pero después, cuando he
metido toda la cara en la historia de amor de Elizabeth Bennet y Fitzwilliam
Darcy, ha sonreído abiertamente. Entonces me he dado
cuenta de la pinta de loca que debo de
tener y, cómo no, me he puesto más roja que un tomate, que es uno de mis
peores hábitos.
Antes de que ambos apartásemos
la mirada (yo por razones evidentes, él supongo que por vergüenza ajena) le he
mirado un instante, pero él ha bajado la vista inmediatamente y ha seguido
leyendo Música para camaleones,
de Truman
Capote, que precisamente resulta que es uno de mis volúmenes de cuentos
favoritos. Yo también he vuelto la vista al libro, pero no del todo, porque en
la breve fracción en la que nuestros ojos se han encontrado he sentido lo que
solo podría describir como un ataque de pánico pero al revés. El mismo corazón
desbocado, la misma sensación de irrealidad, el mismo sentido elástico del
tiempo y la misma excitación… solo que al servicio de una incontrolable
sensación de euforia que no puedo entender.
Ángela Armero, Anochece en losParques
PREMIO JAEN DE
NARRATIVA JUVENIL 2016
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