«¡No puede ser
nadie más que él!» —pensó Alicia—. «¡Estoy tan segura como si llevara el nombre
escrito por toda la cara!»
Tan enorme era
aquella cara, que con facilidad habría podido llevar su nombre escrito sobre
ella un centenar de veces. Humpty Dumpty estaba sentado con las piernas
cruzadas, como si fuera un turco, en lo alto de una pared... pero era tan
estrecha que Alicia se asombró de que pudiese mantener el equilibrio sobre
ella... y como los ojos los tenía fijos, mirando en la dirección contraria a
Alicia, y como todo él estaba ahí sin hacerle el menor caso, pensó que, después
de todo, no podía ser más que un pelele.
—¡Es la
mismísima imagen de un huevo! —dijo Alicia en voz alta, de pie delante de él y
con los brazos preparados para cogerlo en el aire, tan segura estaba de que se
iba a caer de un momento a otro.
—¡No te
fastidia...! —dijo Humpty Dumpty después de un largo silencio y cuidando de
mirar hacia otro lado mientras hablaba—. ¡Qué lo llamen a uno un huevo...!, ¡Es
el colmo!
—Sólo dije,
señor mío, que usted se parece a un huevo —explicó Alicia muy amablemente— y ya
sabe usted que hay huevos que son muy bonitos, —añadió esperando que la
inconveniencia que había dicho pudiera pasar incluso por un cumplido.
—¡Hay gente
—sentenció Humpty Dumpty mirando hacia otro lado, como de costumbre— que no
tiene más sentido que una criatura! (...)
—¡Qué hermoso
cinturón tiene usted! —observo Alicia súbitamente (pues pensó que ya habían
hablado más que suficientemente del tema de la edad; y además, si de verdad
iban a turnarse escogiendo temas, ahora le tocaba a ella). Digo más bien... —se
corrigió pensándolo mejor— qué hermosa corbata, eso es lo que quise decir...no,
un cinturón, me parece... ¡Ay, mil perdones, no sé lo que estoy diciendo!
—añadió muy apurada al ver que a Humpty Dumpty le estaba dando un ataque
irremediable de indignación, y empezó a desear que nunca hubiese escogido ese
tema—. «¡Si solamente supiera —concluyó para sí misma— cual es su cuello y cuál
su cintura!»
Evidentemente,
Humpty Dumpty estaba enfadadísimo, aunque no dijo nada durante un minuto o dos.
Pero cuando volvió a abrir la boca fue para lanzar un bronco gruñido.
—¡Es... el
colmo... del fastidio —pudo decir al fin— esto de que la gente no sepa
distinguir una corbata de un cinturón!
—Sé que revela
una gran ignorancia por mi parte —confesó Alicia con un tono de voz tan humilde
que Humpty Dumpty se apiadó.
—Es una
corbata, niña; y bien bonita que es, como tu bien has dicho. Es un regalo del
Rey y de la Reina. ¿Qué te parece eso?
—¿De veras?
—dijo Alicia encantada de ver que había escogido después de todo un buen tema.
—Me la dieron
—continuó diciendo Humpty Dumpty con mucha prosopopeya, cruzando un pierna
sobre la otra y luego ambas manos por encima de una rodilla —me la dieron...
como regalo de no cumpleaños.
—¿Perdón? —le
preguntó Alicia con un aire muy intrigado.
—No estoy
ofendido —le aseguró Humpty Dumpty.
—Quiero decir
que, ¿qué es un regalo de no cumpleaños?
—Pues un
regalo que se hace en un día que no es de cumpleaños, naturalmente.
Alicia se
quedó considerando la idea un poco, pero al fin dijo:
—Prefiero los
regalos de cumpleaños.
—¡No sabes lo
que estás diciendo! —gritó Humpty Dumpty—. A ver: ¿cuántos días tiene el año?
—Trescientos
sesenta y cinco —respondió Alicia. —¿Y cuántos días de cumpleaños tienes tú?
—Uno.
—Bueno, pues
si le restas uno a esos trescientos sesenta y cinco días, ¿cuántos te quedan?
—Trescientos
sesenta y cuatro, naturalmente.
Humpty Dumpty
no parecía estar muy convencido de este cálculo.
—Me gustaría
ver eso por escrito —dijo.
Alicia no pudo
menos de sonreir mientras sacaba su cuaderno de notas y escribía en él la
operación aritmética en cuestión:
365 -1 = 364
Humpty Dumpty
tomó el cuaderno y lo consideró con atención.
—Sí, me parece
que está bien... —empezó a decir.
—Pero, ¡si lo
está leyendo al revés! —interrumpió Alicia.
—¡Anda! Pues
es verdad, ¿quién lo habría dicho? —admitió Humpty Dumpty con jovial ligereza
mientras Alicia le daba la vuelta al cuaderno.
—Ya decía yo
que me parecía que tenía un aspecto algo rarillo. Pero en fin, como estaba
diciendo, me parece que está bien hecha la resta... aunque, por supuesto no he
tenido tiempo de examinarla debidamente... pero, en todo caso, lo que demuestra
es que hay trescientos sesenta y cuatro días para recibir regalos de no
cumpleaños...
—Desde luego
—asintió Alicia.
—¡Y sólo uno
para regalos de cumpleaños! Ya ves. ¡Te has cubierto de gloria!
—No sé qué es
lo que quiere decir con eso de la «gloria» —observó Alicia.
Humpty Dumpty
sonrió despectivamente.
—Pues claro
que no..., y no lo sabrás hasta que te lo diga yo. Quiere decir que «ahí te he
dado con un argumento que te ha dejado bien aplastada».
—Pero «gloria»
no significa «un argumento que deja bien aplastado» —objetó Alicia.
—Cuando yo uso
una palabra —insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso—
quiere decir lo que yo quiero que diga..., ni más ni menos.
Lewis Carroll, A través del espejo
y lo que Alicia encontró allí
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