Ángela se
esforzó por sonreír de nuevo, pero Cruzado se dio cuenta de que seguía
asustada. Sobre todo cuando la luz volvió a temblar.
—Este edificio
está para tirarlo... ¿Seguro que estás bien?
—Es que estaba
en un club de lectura, de una novela de terror, y... Bueno, supongo que tengo
demasiada imaginación.
Cruzado vio el
ejemplar de It que la chica llevaba en las manos. Torció el gesto como se hace
cuando el plato de comida no apetece.
—¿Stephen
King? Te confieso que soy de esos raros que no consiguen conectar con sus
libros.
—¿De veras? Me
alegra saber que no soy la única. A Sebas le encanta, lo considera el mejor
escritor contemporáneo.
—Mis
compañeros de departamento también lo tienen en un altar y yo les sigo la
corriente, pero no he leído ni una línea de ninguna de sus novelas. No se lo
cuentes, pero lo cierto es que dudo de las virtudes que se le atribuyen a la
literatura de terror. El misterio, vale, eso es resolver rompecabezas...
—Sí, a mí
también me gusta. De pequeña era una detective buenísima.
—En el terror
no hay nada que desentrañar, es plano. Y siempre tengo la sensación de que
toda esa niebla que describen cubre más cosas que los tejados de las casas
victorianas... Para empezar, a un escritor con mucho que contar en un
psicoanálisis.
Aliviada,
Ángela le confesó que a ella le pasaba igual, que se alegraba de saber que no
estaba sola en esa guerra y que le guardaría el secreto.
—No soporto a
los payasos, desde niño —le confesó Cruzado, devolviéndole el libro—. Además,
esta historia es de lo más macabra. El payaso de la novela era real.
—¿Real?
—Sí, recuerdo
haber visto de pequeño en las noticias la historia de un asesino en serie de
Norteamérica que se disfrazaba de payaso. Coleccionaba cadáveres en el jardín
de su casa. No recuerdo su nombre, pero sí la fotografía. Se pintaba la cara de
blanco, con una enorme sonrisa roja. Llevaba ese pelo rizado de color naranja
que le crecía a los lados. Y los ojos... eran negros. Toda aquella historia
inspiró a Stephen King para describir al protagonista de su novela.
Carlos García Miranda, El Club de los Lectores Criminales
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