Axlin casi había olvidado la
desconcertante conversación que había escuchado entre el líder del enclave y su
miembro de mayor edad cuando, días después, el propio Oxis llamó su atención
una mañana, mientras tendía la ropa al sol.
—Ven conmigo —le dijo con cierta
brusquedad.
—¿Cómo...?
—Vamos, sígueme.
Se dio la vuelta sin esperar
respuesta y echó a caminar, muy despacio, apoyándose en su bastón. Axlin dejó
el cesto de la ropa en el suelo y se apresuró a ayudarlo sosteniéndolo por el
otro brazo, pese a que también a ella le costaba mantener el equilibrio. Así,
muy lentamente, llegaron hasta la cabaña de Oxis.
La niña lo ayudó a acomodarse
sobre la silla y se dio la vuelta para marcharse, creyendo que aquello era lo
único que el anciano quería de ella.
—Espera, no te vayas —dijo él—.
Ven.
Axlin se acercó, intrigada. Oxis
alcanzó algo que reposaba sobre una mesita, y ella comprobó con sorpresa que se
trataba del mismo objeto que había despertado su interés en su última visita.
Oxis lo alzó en alto para que lo
viera bien.
—Esto, jovencita —anunció con
gravedad—, es un libro. El único que tenemos en el enclave, por el momento.
—Libro —repitió Axlin; aquella
palabra no significaba nada para ella.
—Sirve para anotar cosas en sus
páginas. Para que otros puedan leerlas más adelante.
Anotar. Páginas. Leer. Eran
tantos conceptos nuevos que el rostro de Axlin se tiñó de confusión. Oxis meneó
la cabeza con un suspiro y la invitó a sentarse junto a él.
Entonces le mostró el libro con
detalle y le habló de la escritura, de cómo se podía plasmar información en
aquel objeto mediante un código que otras personas compartían; de cómo los
hechos, los pensamientos y las conversaciones podían ser descritos allí para
que otros los interpretaran tiempo después.
Le mostró las páginas del
volumen, ya amarillentas y llenas de letras que formaban palabras, que a su vez
componían frases, que se combinaban para conservar información vital para el
enclave.
—En este libro, Axlin —concluyó
Oxis, pasando las páginas con cuidado—, otras personas antes que yo, generación
tras generación, han registrado los acontecimientos más importantes de la
aldea, desde hace más de cien años. Los nacimientos, las muertes, los ataques
de los monstruos, las visitas de los buhoneros y las noticias que nos traen de
otros lugares más allá de la empalizada. Aquí está todo el saber que nosotros
no somos capaces de recordar; aquí lo guardamos para nuestros hijos, y los
hijos de nuestros hijos, y los hijos de los hijos de nuestros hijos; por si morimos
antes de que crezcan lo suficiente como para poder escucharlo de nuestros
propios labios.
Axlin contempló el libro con
respeto, aunque aún le costaba imaginar cómo un objeto tan pequeño podía
contener tantas cosas.
—Yo soy el guardián del libro
—prosiguió Oxis—. También me llaman el escriba. Antes había uno en cada
enclave, o incluso varios, pero ahora quedamos muy pocos, porque es más
práctico aprender a luchar que aprender a leer. Y si yo no hubiese quedado
tullido hace años, probablemente mi antecesor no habría escogido a ningún
aprendiz, y su conocimiento habría muerto con él.
—Pero está en el libro —señaló
Axlin, que aún trataba de entender cómo funcionaba aquella magia extraña.
—Sí, pero no sirve de nada si no
lo sabes interpretar. Dime, ¿tú sabes leer?
La niña contempló los signos del
libro casi hasta quedarse bizca, esperando que su contenido le fuese revelado
de alguna manera; por fin sacudió la cabeza, decepcionada.
—Nadie sabe leer en este enclave
—la consoló Oxis—. Nadie, salvo yo. Así que, por el momento, cuando escribo en
el libro, lo hago sabiendo que solo yo lo puedo leer; y, cuando yo muera, nadie
más podrá. A no ser que hagamos algo para evitarlo, naturalmente.
Se quedó mirando a Axlin con
fijeza, y ella se removió, nerviosa.
—¿Qué quieres decir?
Entonces Oxis sonrió, y le
formuló la pregunta que cambiaría su vida para siempre:
—¿Te gustaría aprender a leer y
a escribir, Axlin, para ser la próxima escriba de la aldea?
Ella se sorprendió al principio;
entonces recordó que el anciano ya había hablado de ese tema con Vexus, cuando
pensaban que ella no los oía. Aun así, dado que no había vuelto a pensar en
ello, no supo qué contestar.
—Yo...
—¿Te gustaría? —insistió él.
Axlin volvió a mirar el libro.
Sentía curiosidad por saber qué secretos podría revelarle. Se le ocurrió una
idea.
—¿En este libro se habla de las
pelusas?
Oxis le dirigió una mirada
penetrante, como si quisiera desentrañar la intención que se escondía tras
aquella cuestión.
—Por supuesto —respondió por
fin—. Por desgracia, se han llevado a muchos de nuestros niños, desde que
tenemos memoria.
Axlin asintió lentamente,
pensando.
—¿Y de los chupones? ¿Habla de
los chupones?
En esta ocasión, fue Oxis quien
se sorprendió.
—¿Los chupones?
—Son unos monstruos que había en
el enclave donde vivían Ixa y Rauxan.
Él la miró pensativo.
—Es posible —reconoció—. No me
sé el libro de memoria.
—Pero ¿Umax no te lo contó? ¿No
te habló de los monstruos que atacaron su aldea?
—Los escuálidos, sí. Hay algo de
información sobre ellos en alguna parte.—Siguió contemplando a Axlin con mayor
curiosidad—. Es cierto que antes se compartía ese conocimiento; algunos
escribas anotaban detalles sobre monstruos desconocidos en estas tierras, pero
yo no lo suelo hacer. No vale la pena, ¿sabes? Ya tenemos bastante con nuestros
propios monstruos, y quedan pocas páginas en blanco; no podemos llenarlas de
cosas inútiles.
«A mí no me parecen inútiles»,
pensó Axlin. Desde la llegada de los forasteros, había soñado a menudo con los
chupones y los escuálidos, y le angustiaba la idea de que el enclave no
estuviese preparado para enfrentarse a ellos. Si ni siquiera habían encontrado
aún la forma de salvar a niños como Pax de monstruos con los que llevaban
siglos conviviendo, ¿cómo se defenderían de criaturas a las que no conocían?
—Yo quiero saber —dijo
solamente.
Oxis sonrió de nuevo.
—No necesitas más para ser mi
aprendiz. Enhorabuena, Axlin; si eres aplicada y prestas atención, algún día
serás la escriba del enclave.
A pesar de que nunca antes había
oído hablar de los escribas, las mejillas de la niña se arrebolaron. «Voy a ser
escriba», se dijo. Y sonrió por primera vez en muchos días.
Laura Gallego, El Bestiario deAxlin
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