jueves, 29 de noviembre de 2018

UN GHOSTWRITER



Básicamente, un ghostwriter es una persona que escribe en lugar de otra que, no obstante, es quien firma el libro. Por ejemplo: un escritor que ha empezado a trabajar en televisión y ya no tiene tiempo para escribir su novela. Un cómico que quiere publicar toda una colección de monólogos pero no es capaz de escribir tantos a la vez. Un VIP que ha prometido publicar su propia autobiografía pero que escribe como un niño de seis años. O también: un médico que ha inventado una nueva terapia pero no sabe expresarse con la suficiente claridad como para explicarla en un artículo; un estadista acostumbrado a responder a entrevistas pero no a escribir algo ex novo; un empresario que debe aparecer en televisión pero es mejor que no hable porque destrozaría nuestra lengua inventando tecnicismos absurdos como branding, «customizar», business-oriented y briefing. En casos como éstos, los editores dicen sin pestañear: «Usted no se preocupe, será todo un éxito», abren toda una lista de nombres de esclavos y, en ese momento, entramos nosotros en acción.

Nos proporcionan dos o tres directrices acerca de los contenidos, toda una lista de materiales para consultar si es necesario, un plazo máximo generalmente muy corto, un salario de miseria para que nos ocultemos de nuevo en las sombras sin decirle a nadie que lo hicimos nosotros. Y así es como se hace el libro/el discurso/el artículo.

Éste es el momento en el que generalmente, cuando explico mi profesión, la gente exclama: «¡Wow!».

¡Wow! Por supuesto que no resulta fácil en absoluto meterse en los zapatos de este o ese o aquel personaje y adoptar su voz, sus conocimientos, su estilo expresivo. Es necesaria una buena dosis de ductilidad, de velocidad de aprendizaje, de empatía.

Nada más cierto. Cualquier escritor fantasma digno de este nombre debe poseer todas estas cualidades. Debe ser capaz de salir de sí mismo, por decirlo así, entrar en los zapatos del autor en turno para imaginar no sólo aquello que escribiría, sino incluso la mejor manera de hacerlo. Y a continuación, hacerlo él. Todo buen escritor fantasma es un líquido que adopta la forma del recipiente en que lo vacían, un espejo que replica su rostro, un mutante que absorbe su carácter. Por supuesto, una especie de juez lúcido e imparcial que, mientras se lleva a cabo todo este trabajo de identificación, logra mantenerse imperturbable y elige la manera más eficaz para enunciar las cosas que el autor tiene que decir. Un maldito camaleón multitasking: esto es justamente un escritor fantasma digno de tal nombre. Suena complicado, ¿verdad? Pues sí, lo es.

Ésa debe de ser la razón por la que somos tan pocos. Una especie de camaleones en peligro de extinción.

Alice Basso, El Inesperado Plan de la Escritora sin Nombre

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