Básicamente,
un ghostwriter es una persona que escribe en lugar de otra que, no obstante, es
quien firma el libro. Por ejemplo: un escritor que ha empezado a trabajar en
televisión y ya no tiene tiempo para escribir su novela. Un cómico que quiere
publicar toda una colección de monólogos pero no es capaz de escribir tantos a
la vez. Un VIP que ha prometido publicar su propia autobiografía pero que
escribe como un niño de seis años. O también: un médico que ha inventado una
nueva terapia pero no sabe expresarse con la suficiente claridad como para
explicarla en un artículo; un estadista acostumbrado a responder a entrevistas
pero no a escribir algo ex novo; un empresario que debe aparecer en televisión
pero es mejor que no hable porque destrozaría nuestra lengua inventando
tecnicismos absurdos como branding, «customizar», business-oriented y briefing.
En casos como éstos, los editores dicen sin pestañear: «Usted no se preocupe,
será todo un éxito», abren toda una lista de nombres de esclavos y, en ese
momento, entramos nosotros en acción.
Nos
proporcionan dos o tres directrices acerca de los contenidos, toda una lista de
materiales para consultar si es necesario, un plazo máximo generalmente muy
corto, un salario de miseria para que nos ocultemos de nuevo en las sombras sin
decirle a nadie que lo hicimos nosotros. Y así es como se hace el libro/el
discurso/el artículo.
Éste es el
momento en el que generalmente, cuando explico mi profesión, la gente exclama:
«¡Wow!».
¡Wow! Por
supuesto que no resulta fácil en absoluto meterse en los zapatos de este o ese
o aquel personaje y adoptar su voz, sus conocimientos, su estilo expresivo. Es
necesaria una buena dosis de ductilidad, de velocidad de aprendizaje, de
empatía.
Nada más
cierto. Cualquier escritor fantasma digno de este nombre debe poseer todas
estas cualidades. Debe ser capaz de salir de sí mismo, por decirlo así, entrar
en los zapatos del autor en turno para imaginar no sólo aquello que escribiría,
sino incluso la mejor manera de hacerlo. Y a continuación, hacerlo él. Todo
buen escritor fantasma es un líquido que adopta la forma del recipiente en que
lo vacían, un espejo que replica su rostro, un mutante que absorbe su carácter.
Por supuesto, una especie de juez lúcido e imparcial que, mientras se lleva a
cabo todo este trabajo de identificación, logra mantenerse imperturbable y
elige la manera más eficaz para enunciar las cosas que el autor tiene que
decir. Un maldito camaleón multitasking: esto es justamente un escritor
fantasma digno de tal nombre. Suena complicado, ¿verdad? Pues sí, lo es.
Ésa debe de
ser la razón por la que somos tan pocos. Una especie de camaleones en peligro
de extinción.
Alice
Basso, El Inesperado Plan de la Escritora sin Nombre
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