lunes, 19 de noviembre de 2018

AQUEL AÑO PODÍA BORRARLO SIN PENA DEL CALENDARIO



En realidad, los últimos años habrían estado mejor situados en otra galaxia, en la antimateria, o directamente en la basura.
Me alegraba de que Cloe hubiera encontrado a alguien a quien abrazar y no solo al chelo, ¡claro que me alegraba! Pero, de alguna manera, eso me convertía en un planeta en órbita diferente.
Intentaba tomarme a risa aquel vacío que sentía, más negro que uno de esos agujeros por donde se pierden hasta las estrellas, si entran. Procuraba estar siempre ocupada con algo, preferentemente urgente; por eso yo me encargaba de los bolos, de buscar las partituras, ¡de lo que fuera! Sobre todo este año, sin insti y solo con el conservatorio.
¿¿¡¡Solo!!??
Lo dicho, estoy peor que mal.
Yo también necesito alguien de carne y hueso para reposar mi cabeza y dejar de darle vueltas a esta especie de dolor sordo que me atrapa desde el estómago y me deja al borde de todos los abismos.
¡Quiero ser normal! Una más del cuarteto, como Carmen, Carla y Cloe con las caras iluminadas por una especie de felicidad serena y apasionada. ¡Madre mía, me estoy poniendo cursi! Lo dicho, me siento como un planeta disidente.
¡Un planeta disidente!
Por suerte aún puedo reírme de mí misma. Algo que todo el mundo espera de mí, naturalmente, de la pelirroja con ojos verdes, autodefinida como venus de burdel. En realidad, paria planetaria.
Y menos mal que están ellas.
Tan iguales y tan diferentes. Como los planetas, vaya. Como cuatro planetas, sin casi nada más en común que la música. Cada una con su propia órbita, sus miedos y sus traumas. Cuando ensayamos juntas tengo la impresión de ver cómo se reúnen esos cuatro planetas, con su pasado y sus partituras. Entonces, me invade la sensación de que juntas, en esos momentos, creamos un universo diferente.
Recién nacido.
¡Me estoy poniendo poética!
Me pregunto por qué voy siempre corriendo.
Bueno, más que siempre, cuando salgo de mi casa, es como si necesitase salir huyendo a toda pastilla. A veces, temo volverme medio loca, o loca completa. Menos mal que esta temporada está Pedro, y mi madre tiene razón cuando me dice: incluso vuelves a vivir en esta casa, hija. Claro que mi casa es más un hospital que un hogar en estricto sentido, si es que esto existe y no se trata solo de un invento de cuentos y novelas, de esas que Carla devora. ¿Qué le encontrará esa niña a tanta literatura?
Bueno, a la carrera, y no porque llegue tarde sino porque desayunaré con Cloe en Los Tres Reyes, ante la mirada atenta del camarero ese que nos mira como si fuéramos divas, o diosas, o algo especial.
Lo dicho, de mi casa huyo.
Estoy hasta el moño de ver a mi santa madre ejerciendo de paciente enfermera de un padre que, habrá sido un genio en pintura, pero ahora está casi muerto y no debe de enterarse ni siquiera de la cantidad de horas que se pasa ella, mi madre, la abnegada Anne, sentada a su lado, tomándole la mano y hablándole como si él pudiera entenderla.
—¿Por qué lo hace, Pedro?
—Porque se quieren, pequeñaja.
—¿Se quieren? Pero si él ni se entera.
—Eso no lo sabemos, Celia. No lo sabemos.
Pensé que, de alguna manera, nos consuela imaginar que aquel ser que fue nuestro padre, no es una momia vegetal, sino alguien «que se entera». ¿De qué? Pues eso, ponemos donde no hay todo cuanto nos gustaría que hubiera. Dicen que, justamente, en eso consiste el enamoramiento. Eso sí, ahora mi madre goza de vía libre para «poner» sobre mi padre, lo que le parezca oportuno. Total, el hombre ni lo rebatirá, ni lo negará, o sea, no se entera.
Esta misma madrugada, antes de las seis, hora de tocar diana, allí estaban, en la cristalera del antiguo estudio paterno, sentados como dos estatuas. Pedro también los estaba mirando, pero, está claro, no lo vemos del mismo modo.
¡No lo sabemos! Lo que pasa es que a todos les gustaría creer que el derrame cerebral del famoso pintor no le ha matado todas las neuronas y que, a fuerza de palabras, cariño y atención, un día de estos despertará del letargo.
¡Como si fuera la Bella Durmiente, vaya!
En serio, me temo que no soportaré mucho tiempo más ese simulacro de familia feliz donde se ha instalado mi señora madre. Ella, que renunció a su propia carrera de diseñadora para ponerse al servicio del genio.
¡Qué fuerte!

Blanca Álvarez, Silencio de Flauta

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