En realidad,
los últimos años habrían estado mejor situados en otra galaxia, en la antimateria,
o directamente en la basura.
Me alegraba de
que Cloe hubiera encontrado a alguien a quien abrazar y no solo al chelo,
¡claro que me alegraba! Pero, de alguna manera, eso me convertía en un planeta
en órbita diferente.
Intentaba
tomarme a risa aquel vacío que sentía, más negro que uno de esos agujeros por
donde se pierden hasta las estrellas, si entran. Procuraba estar siempre
ocupada con algo, preferentemente urgente; por eso yo me encargaba de los
bolos, de buscar las partituras, ¡de lo que fuera! Sobre todo este año, sin
insti y solo con el conservatorio.
¿¿¡¡Solo!!??
Lo dicho,
estoy peor que mal.
Yo también
necesito alguien de carne y hueso para reposar mi cabeza y dejar de darle
vueltas a esta especie de dolor sordo que me atrapa desde el estómago y me deja
al borde de todos los abismos.
¡Quiero ser
normal! Una más del cuarteto, como Carmen, Carla y Cloe con las caras
iluminadas por una especie de felicidad serena y apasionada. ¡Madre mía, me
estoy poniendo cursi! Lo dicho, me siento como un planeta disidente.
¡Un planeta
disidente!
Por suerte aún
puedo reírme de mí misma. Algo que todo el mundo espera de mí, naturalmente, de
la pelirroja con ojos verdes, autodefinida como venus de burdel. En realidad,
paria planetaria.
Y menos mal
que están ellas.
Tan iguales y
tan diferentes. Como los planetas, vaya. Como cuatro planetas, sin casi nada
más en común que la música. Cada una con su propia órbita, sus miedos y sus
traumas. Cuando ensayamos juntas tengo la impresión de ver cómo se reúnen esos
cuatro planetas, con su pasado y sus partituras. Entonces, me invade la
sensación de que juntas, en esos momentos, creamos un universo diferente.
Recién nacido.
¡Me estoy
poniendo poética!
Me pregunto
por qué voy siempre corriendo.
Bueno, más que
siempre, cuando salgo de mi casa, es como si necesitase salir huyendo a toda
pastilla. A veces, temo volverme medio loca, o loca completa. Menos mal que
esta temporada está Pedro, y mi madre tiene razón cuando me dice: incluso vuelves a vivir en esta casa, hija.
Claro que mi casa es más un hospital que un hogar en estricto sentido, si es
que esto existe y no se trata solo de un invento de cuentos y novelas, de esas que
Carla devora. ¿Qué le encontrará esa niña a tanta literatura?
Bueno, a la
carrera, y no porque llegue tarde sino porque desayunaré con Cloe en Los Tres Reyes,
ante la mirada atenta del camarero ese que nos mira como si fuéramos divas, o
diosas, o algo especial.
Lo dicho, de
mi casa huyo.
Estoy hasta el
moño de ver a mi santa madre ejerciendo de paciente enfermera de un padre que, habrá
sido un genio en pintura, pero ahora está casi muerto y no debe de enterarse ni
siquiera de la cantidad de horas que se pasa ella, mi madre, la abnegada Anne,
sentada a su lado, tomándole la mano y hablándole como si él pudiera
entenderla.
—¿Por qué lo
hace, Pedro?
—Porque se
quieren, pequeñaja.
—¿Se quieren?
Pero si él ni se entera.
—Eso no lo sabemos,
Celia. No lo sabemos.
Pensé que, de
alguna manera, nos consuela imaginar que aquel ser que fue nuestro padre, no es
una momia vegetal, sino alguien «que se entera». ¿De qué? Pues eso, ponemos
donde no hay todo cuanto nos gustaría que hubiera. Dicen que, justamente, en
eso consiste el enamoramiento. Eso sí, ahora mi madre goza de vía libre para
«poner» sobre mi padre, lo que le parezca oportuno. Total, el hombre ni lo
rebatirá, ni lo negará, o sea, no se entera.
Esta misma
madrugada, antes de las seis, hora de tocar diana, allí estaban, en la
cristalera del antiguo estudio paterno, sentados como dos estatuas. Pedro
también los estaba mirando, pero, está claro, no lo vemos del mismo modo.
¡No lo
sabemos! Lo que pasa es que a todos les gustaría creer que el derrame cerebral
del famoso pintor no le ha matado todas las neuronas y que, a fuerza de
palabras, cariño y atención, un día de estos despertará del letargo.
¡Como si fuera
la Bella Durmiente, vaya!
En serio, me
temo que no soportaré mucho tiempo más ese simulacro de familia feliz donde se ha
instalado mi señora madre. Ella, que renunció a su propia carrera de diseñadora
para ponerse al servicio del genio.
¡Qué fuerte!
Blanca Álvarez, Silencio de Flauta
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