Esta
trama para un cuento jamás escrito de Sherlock Holmes fue descubierta por
Hesketh Pearson, que lo incluyó en su biografía de Conan Doyle.
Una
joven visita a Sherlock Holmes, presa de una gran angustia. Se ha cometido un
asesinato en su pueblo: su tío ha sido encontrado muerto de un balazo en su
dormitorio, y todo hace pensar que le dispararon a través de la ventana. Su
novio ha sido arrestado. Se sospecha de él por diferentes motivos:
1)
Había tenido una discusión violenta con el anciano, que había amenazado con
cambiar su testamento —a favor de la joven—, si volvía a hablar alguna vez con
él.
2)
Se encontró un revólver en casa del novio con sus iniciales grabadas en la
culata, y con una bala de menos. La bala extraída del cadáver del anciano
encaja con dicho revólver.
3)
Posee una escalera ligera, la única que hay en el pueblo, y las huellas de las
patas de la escalera se ven en la tierra que hay debajo de la ventana del
dormitorio, mientras que una tierra similar (fresca) aparece en los extremos de
la escalera.
Su
única respuesta es que jamás ha poseído un revólver, y que había sido
descubierto en el cajón del sombrerero de su recibidor, donde a cualquiera le
habría resultado fácil dejarlo. En cuanto a la tierra de la escalera (que él no
ha usado en un mes) carece de explicación.
Sin
embargo, y sin hacer caso de estas pruebas incriminatorias, la muchacha insiste
en creer que su novio es inocente, al tiempo que sospecha de otro hombre que
también ha intentado seducirla, aunque no tiene ninguna prueba en su contra,
excepto que la intuición le dice que es un villano que no se detendría ante
nada.
En
compañía del detective a cargo del caso, Sherlock Holmes y Watson se dirigen al
pueblo a inspeccionar el lugar del crimen. Las marcas de la escalera atraen de
forma especial la atención de Holmes. Medita —mira a su alrededor— y pregunta
si hay algún sitio donde se podría ocultar algo grande. Lo hay: un pozo de agua
en desuso, y que no ha sido inspeccionado porque en apariencia no falta nada.
No obstante, Holmes insiste en que se inspeccione el pozo. Un niño del pueblo
se presta a bajar con una vela. Antes de descender Holmes le susurra algo al
oído... el chico se muestra sorprendido. Entonces lo bajan y, a una señal, lo vuelven
a subir. ¡Trae a la superficie una pareja de zancos!
—¡Santo
cielo! —exclama el detective—. ¿Quién habría esperado esto?
—Yo
—replica Holmes.
—Pero,
¿por qué?
—Porque
las marcas en la tierra del jardín fueron hechas por dos palos
perpendiculares... Las patas de una escalera, que se halla inclinada, habrían
producido unas depresiones más pronunciadas hacia la pared.
El
descubrimiento eliminaba el peso de la prueba de la escalera, aunque aún
quedaban las otras.
El
siguiente paso, de ser posible, era rastrear a la persona que había utilizado
los zancos. Pero ésta se había conducido de forma muy cauta y en dos
días de búsqueda no fue posible descubrir nada.
En
la vista preliminar el jurado encuentra culpable al joven... pero Holmes sigue
convencido de su inocencia. En tales circunstancias, y como última esperanza,
decide emplear una estratagema extraordinaria.
Holmes
se marcha a Londres y regresa la noche anterior al día del entierro del
anciano. Watson, el detective y Holmes se dirigen a la cabaña del individuo del
que sospecha la muchacha, y llevan con ellos a un hombre que Holmes ha traído
de Londres, el cual ha adoptado un disfraz que le convierte en la viva imagen
del viejo asesinado: cuerpo marchito, cara arrugada y cenicienta, gorro y todo
lo demás. También va provisto de la pareja de zancos.
Al
llegar a la cabaña el hombre disfrazado se monta en los zancos y se dirige
hacia la ventana abierta del dormitorio del otro, al tiempo que grita su nombre
con voz espantosamente sepulcral. El individuo, que ya está medio loco por los
terrores de la culpabilidad, corre a la ventana y contempla bajo la luz de la
luna el terrorífico espectáculo de su víctima que avanza hacia él. Retrocede
lanzando un aullido al tiempo que la aparición, que se acerca a la ventana,
dice con la misma voz sobrenatural:
—¡Tal
como tú viniste a matarme, ahora vengo yo por ti!
Cuando
el grupo corre escaleras arriba, hacia su cuarto, el tipo se lanza a sus
brazos, aferrándose a ellos, jadeando y señalando hacia la ventana, donde la
cabeza del muerto mira con ojos coléricos, y entonces grita:
—¡Sálvenme!
¡Dios mío! Ha venido a matarme tal como yo lo maté a él...
Se
derrumba después de esta escena dramática y realiza una confesión total. El
talló la culata del revólver y lo ocultó en el lugar donde lo encontraron...
También fue él quien manchó las patas de la escalera con tierra del jardín del
viejo. Su objetivo era quitar de en medio a su rival con la esperanza de
conseguir a la muchacha y entrar en posesión de su herencia.
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