Es una ciudad
con arterias, pulmones y una estructura ósea que la sostiene. Su corazón es
azul y los antepasados le pusieron el nombre de Atlántico. Él es quien expande
el aroma salado por toda la costa. Es como si albergase en el interior de sus
aguas un artefacto manejado por misteriosos e incansables animales marinos, que
nunca dejan de bombear con sus patitas mientras exhalan burbujas de aire. En
una zona llamada Berbés el olor es tan denso que si cierras los ojos y te dejas
llevar por un instante, casi consigues trasladarte a las bateas que visten los
alrededores del puente de Rande, una construcción imponente que se eleva sobre
el mar. Allí, en el interior de las aguas, las bateas extienden sus
extremidades como tentáculos invisibles, completamente infestadas de
mejillones. Pero de pronto, vuelves a abrir los ojos y allí continúa el Berbés,
una de las caras más tristes de la ciudad. De día es lonja y pesca de altura,
barcos de nombres bonitos como Santa Mafalda, Capricornius o Destiner, que
desafían el horizonte con sus proas alargadas como picos de pájaro. Las
empresas de congelados de la zona rotulan sus edificios con carteles de letras
grandes y frases hermosas que me despistan cada vez que conduzco por ese lugar,
haciéndome soñar con historias que en realidad no existen: «No importa el frío,
no se nos congelará el corazón» o «Este mar nos ha llevado al mundo». Pero
cuando cae la noche, el Berbés se viste de suburbio. Muchos conductores
circulan por la zona buscando mujeres prostituidas. De noche, el Berbés es una
trampa.
Vigo es
industria, calles, barcos, pescado, edificios antiguos de piedra, caballos,
marineros arrastrando redes. Vigo es una criatura poliédrica y maravillosa. Una
criatura que ha crecido hasta alcanzar la edad adulta. Pero no siempre ha sido
así. La historia que me dispongo a relatar sucedió en un tiempo en el que todo
estaba todavía por hacer. En un tiempo donde el mar y los montes no tenían
barreras. Imagina por un momento una ciudad cualquiera. Empieza a quitarle
edificios. Elimina el ayuntamiento, el teatro, las casas más imponentes, las
esculturas modernas, los semáforos, los automóviles. Quita todo lo que
pertenece a este siglo y también al siglo pasado. Sustituye aquellos lugares en
donde hoy hay chalés a pie de playa, por mar y arena. Retira todo lo actual,
pieza a pieza. Desnúdala hasta reducirla a su esencia. Ahí, en ese momento
concreto es en el que empieza esta historia.
Ledicia
Costa. Verne y la Vida Secreta de las Mujeres Planta
PREMIO LAZARILLO 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario