miércoles, 22 de agosto de 2018

ROUND POND


Charles Pope se enfrentaba a un dilema cerca del estanque Round Pond en Kensington Gardens. Tenía en la mano una carta que había sido entregada en su oficina. Le dio la vuelta una y otra vez mirando la escritura ligera y precisa. ¿Tenía sentido estar allí? ¿Qué conseguiría, aparte de más problemas? Maria Grey le había escrito pidiéndole que la visitara en casa de su madre en Chesham Place, pero Charles había rehusado. Un hombre de su posición no podía visitar a una joven del rango social de Maria, en especial cuando estaba ya comprometida. Así que había enviado una nota sugiriendo un encuentro en el Round Pond a las tres de la tarde. Era un lugar lo suficientemente público y encontrarse por azar mientras daban un paseo no tendría nada de inapropiado. ¿O sí?

Excepto que cuando se acercaba la hora convenida, sintió que le abandonaba el valor. ¿Cómo podía declararle su amor y a la vez estar dispuesto a poner en peligro su buen nombre de aquella manera? Claro que mientras se hacía la pregunta sabía que necesitaba volver a verla.

Cuando llegó al estanque soplaba un viento recio. El agua estaba picada, con olas pequeñas que lamían los bordes y rompían a los pies de Charles. A pesar de la brisa había numerosas damas paseando, algunas en grupos de dos o tres, y niños pequeños correteando en zigzag entre ellas. Otros de mayor edad se esforzaban por hacer volar una cometa color escarlata, seguidos por sus afanosas niñeras que caminaban juntas, unas pocas empujando los nuevos cochecitos para bebé hechos de mimbre, otras llevando a los críos en brazos.

Se sentó en un banco y observó los patos cabecear en la superficie del agua sin dejar de mirar nervioso a su alrededor ni de escrutar los rostros de quienes pasaban. ¿Dónde estaba? Tal vez había decidido no ir. Pasaban ya veinte minutos de la hora. Pues claro que había cambiado de opinión. Habría hablado de ello con alguien, su madre o su doncella, que le habrían hecho percatarse de lo descabellado del plan. Se puso de pie. Estaba haciendo el ridículo. Aquella joven elegante y hermosa estaba por completo fuera de su alcance. ¡Perdía el tiempo!

Julian Fellowes, Belgravia

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