Charles Pope
se enfrentaba a un dilema cerca del estanque Round Pond en Kensington Gardens.
Tenía en la mano una carta que había sido entregada en su oficina. Le dio la
vuelta una y otra vez mirando la escritura ligera y precisa. ¿Tenía sentido
estar allí? ¿Qué conseguiría, aparte de más problemas? Maria Grey le había
escrito pidiéndole que la visitara en casa de su madre en Chesham Place, pero
Charles había rehusado. Un hombre de su posición no podía visitar a una joven
del rango social de Maria, en especial cuando estaba ya comprometida. Así que
había enviado una nota sugiriendo un encuentro en el Round Pond a las tres de
la tarde. Era un lugar lo suficientemente público y encontrarse por azar
mientras daban un paseo no tendría nada de inapropiado. ¿O sí?
Excepto que
cuando se acercaba la hora convenida, sintió que le abandonaba el valor. ¿Cómo
podía declararle su amor y a la vez estar dispuesto a poner en peligro su buen
nombre de aquella manera? Claro que mientras se hacía la pregunta sabía que
necesitaba volver a verla.
Cuando llegó
al estanque soplaba un viento recio. El agua estaba picada, con olas pequeñas
que lamían los bordes y rompían a los pies de Charles. A pesar de la brisa
había numerosas damas paseando, algunas en grupos de dos o tres, y niños pequeños
correteando en zigzag entre ellas. Otros de mayor edad se esforzaban por hacer
volar una cometa color escarlata, seguidos por sus afanosas niñeras que
caminaban juntas, unas pocas empujando los nuevos cochecitos para bebé hechos
de mimbre, otras llevando a los críos en brazos.
Se sentó en un
banco y observó los patos cabecear en la superficie del agua sin dejar de mirar
nervioso a su alrededor ni de escrutar los rostros de quienes pasaban. ¿Dónde
estaba? Tal vez había decidido no ir. Pasaban ya veinte minutos de la hora.
Pues claro que había cambiado de opinión. Habría hablado de ello con alguien,
su madre o su doncella, que le habrían hecho percatarse de lo descabellado del
plan. Se puso de pie. Estaba haciendo el ridículo. Aquella joven elegante y
hermosa estaba por completo fuera de su alcance. ¡Perdía el tiempo!
Julian Fellowes, Belgravia
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