jueves, 23 de agosto de 2018

EL GUGGENHEIM


Ahora se encontraba a las puertas del museo, impaciente por descubrir qué diantre pensaba anunciar su antiguo alumno. Una ligera brisa agitó los faldones de su chaqueta mientras avanzaba por la explanada de cemento que había entre el edificio y la ribera de la sinuosa ría del Nervión, antaño el alma de una pujante ciudad industrial. El aire olía vagamente a cobre.
Al final, levantó la mirada y se permitió a sí mismo admirar el enorme y resplandeciente museo. La estructura era imposible de abarcar de un simple vistazo. Sus ojos, pues, deambularon de un lado a otro de la estructura de extrañas líneas deformadas.
«Este edificio no se limita a romper las reglas —pensó—. Las ignora por completo. Es un lugar ideal para Edmond.»
El museo Guggenheim de Bilbao daba la impresión de haber salido de una alucinación alienígena: se trataba de un remolineante collage de combadas formas metálicas que parecían haber sido colocadas unas sobre otras de un modo casi aleatorio. Ese caótico amontonamiento de bloques de formas curvas estaba recubierto por más de treinta mil placas de titanio que resplandecían como las escamas de un pez y proporcionaban a la estructura una apariencia a la vez orgánica y extraterrestre, como si un Leviatán futurista hubiera salido del agua para tomar el sol a la orilla del río (...)
A medida que uno se acercaba al edificio, la fachada parecía metamorfosearse a cada paso ofreciendo al visitante una nueva personalidad según el ángulo en el que se encontrara. Finalmente, la ilusión más dramática del museo quedó a la vista de Langdon: por increíble que pudiera parecer, desde esa perspectiva la colosal estructura parecía estar literalmente flotando a la deriva en las aguas de un enorme estanque «infinito» cuyas olas lamían las paredes exteriores del museo.
El profesor se detuvo un momento para maravillarse ante el efecto y luego se dispuso a cruzar el estanque a través del puente minimalista que se arqueaba por encima de la cristalina extensión de agua. A medio camino, un ruido fuerte y siseante lo sobresaltó. Parecía proceder del suelo del puente. Langdon se detuvo de golpe al tiempo que una neblina se arremolinaba y comenzaba a elevarse alrededor de sus pies. El espeso velo de niebla ascendió y se extendió en dirección al museo, engullendo la base de toda la estructura.
«La escultura de niebla», pensó.
Había leído sobre esa obra de la artista japonesa Fujiko Nakaya. La «escultura» era revolucionaria porque estaba hecha de aire: consistía en un muro de niebla que se materializaba cada tanto y luego se disipaba lentamente. Como las brisas y las condiciones atmosféricas nunca eran idénticas de un día para otro, cada vez que aparecía era distinta.
El puente dejó de sisear, y Langdon contempló cómo el muro de niebla se asentaba sobre el estanque, remolineando y cubriéndolo todo como si tuviera mente propia. El efecto era al mismo tiempo etéreo y desorientador. Todo el museo parecía estar flotando sobre el agua, descansando ingrávidamente sobre una nube cual barco fantasma perdido en el mar.
Justo cuando se disponía a seguir adelante, la tranquila superficie del agua se vio sacudida por una serie de pequeñas erupciones. De repente, cinco pilares de fuego salieron disparados del estanque hacia el cielo, retumbando cual cohetes a través del aire neblinoso y proyectando sus relucientes estallidos de luz sobre las placas de titanio del museo.
El gusto arquitectónico del propio Langdon tendía más al clasicismo de museos como el Louvre o el Prado y, sin embargo, mientras contemplaba la niebla y las llamaradas que había sobre el estanque, fue incapaz de pensar en un lugar más adecuado que ese museo ultramoderno para que un hombre que amaba el arte y la innovación y que tenía una visión tan clara del futuro celebrara un evento.
Abriéndose camino entre la niebla, se dirigió finalmente hacia la entrada del edificio, una ominosa abertura negra en la estructura reptiloide. Al acercarse al umbral, no pudo evitar la desasosegante sensación de estar entrando en la boca de un dragón.

Dan Brown, Origen

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