Entonces
pasaron junto a un muro en el que había una curiosa estatua de bronce.
Representaba a un hombre que tenía solo la mitad del cuerpo fuera de la pared,
como si la estuviera atravesando.
Silvia se
detuvo, confundida.
—¿Estás bien?
—preguntó él.
—Sí, sí… es
solo que he visto esa estatua y me ha recordado algo, algo importante. Pero no
tengo ni idea de qué es.
Odysseus
sonrió.
—Ya me dijiste
eso una vez. La primera noche que pasaste en mi casa, ¿te acuerdas?
Ella lo miró,
aún más confusa.
—No. No me
acuerdo de nada de eso. ¿Y de qué estaba hablando?
—No entraste
en detalles, pero mencionaste la palabra «consejero». Eso creo.
Silvia no
tenía ningún recuerdo de aquella conversación. Se dijo que quizá hubiera
barajado la posibilidad de recurrir a algún tipo de tratamiento tras los
últimos acontecimientos con Alain, pero en realidad nunca llegó a someterse a
ninguno. Odysseus apareció tan rápido que no hizo falta.
No le
preocupaba haber olvidado aquella conversación de hacía meses. Sin embargo, al
ver aquella estatua, la figura del hombre atravesando la pared como si esta fuera
de vapor, percibía con intensidad que había algo importante que debería
rememorar. Pero no logró rescatar nada de la memoria, tan solo una sensación.
Era algo
relacionado con la calidez en el corazón, con la amistad profunda, con una
gratitud a la que resultaba imposible corresponder. ¿Cómo podía haberse
olvidado de algo o alguien capaz de producir semejantes emociones?
Durante unos
minutos, su mente estuvo haciendo esfuerzos por recordar, pero al cabo de un
rato, frustrada y confusa, decidió que era mejor rendirse y disfrutar del
paseo. Fuera lo que fuese, cuando tuviera que recordarlo, lo recordaría. Y si
no lo lograba, sabía que solo tendría que volver ante la estatua del
Passe-Muraille para volver a experimentar aquellas emociones que le abrazaban el
alma.
Sofía Rhei, Espérame en la Última
Página
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