jueves, 2 de agosto de 2018

EL PASSE-MURAILLE



Entonces pasaron junto a un muro en el que había una curiosa estatua de bronce. Representaba a un hombre que tenía solo la mitad del cuerpo fuera de la pared, como si la estuviera atravesando.
Silvia se detuvo, confundida.
—¿Estás bien? —preguntó él.
—Sí, sí… es solo que he visto esa estatua y me ha recordado algo, algo importante. Pero no tengo ni idea de qué es.
Odysseus sonrió.
—Ya me dijiste eso una vez. La primera noche que pasaste en mi casa, ¿te acuerdas?
Ella lo miró, aún más confusa.
—No. No me acuerdo de nada de eso. ¿Y de qué estaba hablando?
—No entraste en detalles, pero mencionaste la palabra «consejero». Eso creo.
Silvia no tenía ningún recuerdo de aquella conversación. Se dijo que quizá hubiera barajado la posibilidad de recurrir a algún tipo de tratamiento tras los últimos acontecimientos con Alain, pero en realidad nunca llegó a someterse a ninguno. Odysseus apareció tan rápido que no hizo falta.
No le preocupaba haber olvidado aquella conversación de hacía meses. Sin embargo, al ver aquella estatua, la figura del hombre atravesando la pared como si esta fuera de vapor, percibía con intensidad que había algo importante que debería rememorar. Pero no logró rescatar nada de la memoria, tan solo una sensación.
Era algo relacionado con la calidez en el corazón, con la amistad profunda, con una gratitud a la que resultaba imposible corresponder. ¿Cómo podía haberse olvidado de algo o alguien capaz de producir semejantes emociones?
Durante unos minutos, su mente estuvo haciendo esfuerzos por recordar, pero al cabo de un rato, frustrada y confusa, decidió que era mejor rendirse y disfrutar del paseo. Fuera lo que fuese, cuando tuviera que recordarlo, lo recordaría. Y si no lo lograba, sabía que solo tendría que volver ante la estatua del Passe-Muraille para volver a experimentar aquellas emociones que le abrazaban el alma.

Sofía Rhei, Espérame en la Última Página

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