«Alberto es un
chaval encantador, qué educado es Alberto, qué simpático es Alberto, qué
generoso es Alberto, si vas con Alberto estoy tranquila... ».
Todas son
frases habituales en mi vida. El tipo de comentarios que inspiro a las madres de
mis amigas. A veces está bien caer en gracia: me invitan a merendar, me tratan
bien, no discuten la hora de llegada. Otras, me da un poco de vergüenza, como
cuando me revuelven el pelo o me pellizcan la mejilla, igual que cuando tenía
cinco años.
Alguien
debería escribir un manual que fuera de lectura obligada para padres y madres:
«Hijos adolescentes: instrucciones de uso». El primer punto iría acompañado de
una de esas señales amarillas de peligro: « Warning! Nunca trate a un
adolescente como si fuera un niño de tres años. Puede ocurrir cualquier cosa».
Por lo general
me gusta caer bien a las madres de mis amigas, pero a veces me pregunto cosas.
Por ejemplo: ¿Por qué les gusto? ¿Es porque ellas también leen en mi cara que
soy virgen? ¿O porque saco buenas notas? ¿Porque no bebo ni fumo ni me meto en
líos? ¿Porque soy una buena influencia para sus hijas? En resumen, les gusto
sobre todo por lo que no soy: no soy un bebedor, ni un gamberro, ni un
drogadicto, ni un ladrón de bancos, ni un violador en potencia.
Solo hay tres
problemas:
1. Las
hijas no suelen tener los mismos gustos que sus madres.
2. Por
lo general, las chicas piensan que los tíos que gustan a sus madres son unos
pringados.
3. Los
pringados solo sirven para la amistad. Ninguna chica normal se enrollaría con
un pringado.
Como soy un
pringado, soy el amigo perfecto, el amigo universal, el amigo que todas desean
tener. Inspiro confianza, soy simpático, sé escuchar, siempre sé qué palabra
pronunciar si necesitan consuelo, tengo mucha paciencia y sé dar consejos
sensatos.
¿Te pareces a
mí? Entonces, ¿a qué esperas para convertirte en un pringado como yo? Aunque
dudo mucho que me superes, la verdad. He
sido el mejor amigo, el confidente, el paño de lágrimas de todas las chicas que
me han gustado, que hasta hoy han sido cinco (sin contar a Keiko). Todas ellas
me han contado sus líos amorosos con otros tíos, sus dudas, sus desengaños y
algunas veces incluso sus primeras relaciones sexuales. Y todo mientras yo
seguía colgado por ellas.
La verdad es
que todas ellas preferían chicos muy diferentes a mí. Chicos que no son
vírgenes, que están siempre seguros de lo que hacen, que hablan y se ríen muy
fuerte, sueltan muchas palabrotas, juegan a un montón de deportes, no son muy
buenos estudiantes y salen cada viernes y cada sábado. A veces también saben
hacer cosas increíbles, como colarse enuna discoteca sin tener la edad legal o
dónde conseguir pastillas de diseño (y cómo tomarlas para que el colocón sea
más fuerte). Todos esos chicos están siempre muy seguros de todo lo que hacen
(aunque sea un desastre), especialmente con las chicas. La inseguridad es un
gen que la evolución eliminó de su ADN.
Cuando noté
que me estaba enamorando de Keiko (medio minuto después de conocerla), lo
primero que pensé fue: ¿Cuánto tardará en darse cuenta de que soy un pringado y
en contarme todos sus líos con otro tío, a quien odiaré más que a nada en el
mundo?
También pensé:
«Igual esta vez es diferente, porque Keiko es diferente».
En realidad,
fue diferente. Keiko tardó más que el resto de mis amigas en darse cuenta. Unos
dos meses y medio.
Pero fue
porque antes desapareció.
Care Santos, 50 Cosas sobre Mí
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