era como si
oyera hablar de una montaña inaccesible, algo así como el Everest de la
literatura, cuya cima solo podía alcanzarse siendo adulto y además, docto
profesor. La verdad es que las primeras veces que se nos dio a conocer, no pudieron
ser más desafortunadas: en fragmentos “escogidos”, y no precisamente por
alguien que conociese, siquiera someramente, una mente infantil. Recuerdo con
congoja aquellas obligadas redacciones —yo debía tener ocho o nueve años—
inspiradas en su lectura. Ni que decir tiene que no entendimos una palabra, y
que mis notas en esas tareas fueron lamentables. Y no era la única: todas mis
compañeras, sin excepción, eran víctimas del mismo mal. Desde entonces, la
sombra del Quijote planeaba sobre nuestras vidas de escolares incipientes como
una amenaza. Para decirlo claramente: nos lo hicieron odiar.
Tuvieron que
pasar muchos años para que la errónea idea que tenía de esta novela extraordinaria,
se tornase en otra completamente distinta. Siendo ya mujer —unos dieciocho años
— me dije a mí misma que, sintiéndome como me sentía escritora, resultaba
imperdonable no haberla leído. Los fragmentos a los que antes me referí habían
pesado sobre mí como una cortina de agua, sin comprender absolutamente nada de
ellos. Y entonces ocurrió el milagro: quedé fascinada. El Quijote no tenía nada
que ver con aquella sombra amenazante, con aquella losa opresora de escolares
que me habían hecho creer. Gocé de su lectura como ninguna otra, me sumergí en
sus páginas con auténtica pasión, y lamenté que una obra de tal magnitud nos
hubiera sido escamoteada, hasta incluso hacérnosla insufrible, por culpa de la
insensibilidad y el desconocimiento de lo que es ser un niño.
Muchos años
han transcurrido desde entonces, y mi pasión por las andanzas y desgarradora humanidad
de don Quijote crecen y crecen cada vez que lo releo. Y sé que los niños,
precisamente, pueden entender su drama y su gloria, pues en muchos aspectos
están más cerca de él que los adultos. Pero se precisa hacérselo accesible. Y
también por este motivo acojo con inmensa alegría esta edición adaptada a
ellos.
Espero que
todos los niños lean este Quijote, magníficamente puesto a su alcance, y se adentren
en sus páginas como lo hubiera hecho yo a su edad; y no lo olvidarán nunca,
como no lo he olvidado yo.
Ana María Matute
PREMIO NACIONAL DE LAS LETRAS ESPAÑOLAS 2007
PREMIO CERVANTES 2010
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