Aprovechando que
hoy comienza oficialmente el Viña Rock 2016
¿Qué es el
rock?
Simplemente,
esto: A-wop-bop-a-loo-bop-alop-bam-boom.
Y es que más
de treinta años después de que Little Richard grabara Tutti
frutti, sigue sin existir una definición más válida y al mismo tiempo
más reveladora, por lo menos en la síntesis musical. En el otro extremo, en los
márgenes de la Gran Verdad, el Dogma Único será siempre el mismo, mientras el
rock sea rock y mantenga su espíritu. Me refiero a la frase que da título a
este libro.
Soy de los que
cree que el rock (y al decir esta palabra me refiero a toda la música surgida
en las cuatro últimas décadas) ha sido el fenómeno social más importante de la
segunda mitad del siglo XX, en tanto que el cine lo fue en la primera mitad. La
diferencia entre uno y otro género artístico, y entre una y otra forma de vida,
se concreta en la evolución de ambos fenómenos. Mientras el cine ha pasado su
etapa álgida, de rompimiento, para vivir de la misma progresión que le impulsó
y le mantiene, el rock todavía sufre las convulsiones de su rápido crecimiento,
tras la explosión de los años 60, la crisis de los 70 y la diáspora inquietante
y furtiva de los 80.
Escudriñar en
los entresijos de la historia de la música rock ha sido momento a momento un pasatiempo
tan mágico como fascinante. Cuando vemos una película estamos contemplando en menos
de dos horas el trabajo de muchos meses de un equipo de personas. Cuando oímos
una canción, de tres, cuatro o cinco minutos, nos estamos asomando muchas veces
al alma de su autor o de su intérprete. Cuando asistimos a un gran concierto de
rock, somos testigos de lo más externo y superfluo. Recibimos descargas
decibélicas, adrenalina en dosis total, participamos del shock y de la comunión
como acólitos fieles y somos parte del gran espectáculo. Pero hemos de saber que
el espectáculo no siempre está de cara al escenario, sino a espaldas de éste.
La vida de las estrellas del rock no es fácil, y sin embargo nueve de cada diez
jóvenes firmaría ahora en blanco por llegar a lo más alto, sin importarles las
consecuencias.
Se ha escrito
mucho sobre el poder destructivo del rock, en torno al síndrome de
autodestrucción que genera. Sin embargo el rock no es ni destructivo ni
violento, o cuanto menos, no lo es más que otras formas de vida, aunque sí sea
cierto que el rock las agrupe a todas, porque no en vano vivimos en la Era del
Rock y desde mitad de los años 50 cada nueva generación se ha sumergido en la
música a la búsqueda de su identidad, buceando en todas direcciones. La
realidad y principal verdad, sin pretender decir que sea una verdad absoluta,
es que desde el primer momento la música de la segunda mitad del siglo XX ha
sido un espejo social. El rock es el estilo sónico de las últimas cuatro
décadas, pero los fuertes cambios sociales, a modo de seísmos imparables, de
esas mismas décadas, han ondeado para los jóvenes… y menos jóvenes cada vez, la
bandera del rock como gran evasión.
Cuando dentro
de cien años se hable de nuestro presente, no podrá obviarse al rock, porque él
es la mayor y mejor definición de cuanto somos y de cuanto hacemos, y también
de cual es nuestro estilo de vida. La música de nuestro tiempo es la más
genuina expresión de la rapidez con que vivimos. Ninguna forma artística ha evolucionado
tanto ni tan furiosamente, ni es en la actualidad más rápida y contundente. Una
película necesita un largo proceso de preparación, búsqueda de actores, rodaje,
montaje y distribución. Un libro requiere otro proceso igualmente lento de
edición.
Para que esa
película o ese libro lleguen a otros países, la máquina, el engranaje
industrial, precisa de unos cauces y unos sistemas casi siempre distintos a
tenor de factores geográficos, comerciales o dependientes de simples intereses económicos.
Un disco, por contra, puede grabarse hoy y ser radiado inmediatamente, a las
pocas horas, lanzando su mensaje a los cuatro vientos. Ese mismo disco puede
aparecer en medio mundo en un tiempo relativamente corto.
A partir de
aquí es cuando las diferencias entre una película, un libro o un disco, se
manifiestan con meridiana claridad. La película podrá permanecer en cartel
tanto como dure su éxito, y quedar en el fondo del videoclub de turno otro largo
período de tiempo. Más tarde será ofrecida por televisión, y aún, años después,
habrá ciclos que la incluyan. El libro, mucho más oscuro a no ser que se
convierta en un best-seller, vivirá junto al polvo de las estanterías de una
librería, una biblioteca, una casa… Pero el disco será todo lo contrario. El
disco, salvo que sea el álbum de un monstruo sagrado y quede como pieza de
catálogo, tendrá una efímera vida que puede resumirse en el ejemplo de la
mayoría de éxitos de los últimos años: edición, promoción, ascensión a los
cielos de los rankings, donde puede ser número 1 o un simple Top-10, y en uno o
dos meses… pasar al olvido. Otros cien mil discos esperan su oportunidad.
El rock por lo
tanto es rapidez, nervio, un desgarro automático que puede conducir al éxtasis o
a la derrota, y también a las dos cosas a la vez. Durante años, el tipo medio
de artista triunfador ha sido el del muchacho que ha buscado su propio Xanadu,
sufriendo más o menos en el camino, para encontrarse de la noche a la mañana
con el éxito, la fama y un millón de dólares en el bolsillo. Ayer no era nadie
pero en un mes su disco ha sido número 1. ¿Qué pasa cuando al otro mes el sueño
se desvanece? La historia del rock está llena de casos extremos, de éxitos
prematuros y tardíos, de jóvenes que con veinte años ya lo han hecho todo y no
han sabido qué hacer después con sus vidas y de «viejos» de treinta o cuarenta
años que no han resistido el paso del tiempo ni el olvido. Pero en ningún caso
es el rock el culpable, sino el medio. El rock es la fantasía más
extraordinaria de nuestro tiempo, el escape y la respuesta. Cuando en 1976 el
número de parados en Gran Bretaña se disparó, una generación rebelde miró a su alrededor
y se encontró con unas pobres alternativas a su futuro: ser parados, obreros
con miedo al paro como sus padres, o coger una guitarra y probar fortuna en el
Olimpo Rock. Y en 1976 nació el punk y cientos, miles de grupos, se refugiaron
en la música como única salida. Los que fueron destruidos, no lo fueron por el
rock, sino por su misma desesperación.
Ser una
estrella del rock, no es fácil. Millones de ojos están pendientes de los
ídolos, de sus canciones, de sus gestos, de lo que dicen y de cómo visten. En
torno al mundo del rock giran una docena de submundos que van desde los más habituales
a los más oscuros. Vicio, drogas, sexo, corrupción y demás componentes extras,
no son privativos de esas estrellas, pero sí más fácilmente relacionables entre
sí, como la miel que atrae a las moscas. Desde las fans que sueñan con ser violadas
por sus mitos, hasta la droga que muchos utilizan para seguir y seguir, porque
ya no pueden parar, lo que esconde la vida de muchas estrellas es tanto un
infierno como un paraíso.
Después de
veinte años de conocer a la mayoría de grandes artistas de este tiempo, de admirar
y respetar a unos y de rechazar y considerar meros objetos del show-business a otros,
lo que sé, a favor y en contra, carece de importancia frente a lo que siento y
lo que pienso de cada historia. No se puede juzgar nada desde el exterior. Es
más, ni siquiera hay por qué juzgar. Pero lo evidente es que hay una historia
que contar, la de todos aquellos que no lo lograron, o cayeron para lograrlo.
Tal vez la perspectiva global de esa crónica negra del rock, con sus escándalos
y sus muertes, sirva para aprender algo. En todo caso, conocer ya es saber, y
vivir.
Este libro
podría haber tenido un capítulo único, pero he creído más importante
parcelarlo, agrupar hechos y fenómenos, formas y aspectos globales en unos
casos o generales en otros. Es curioso ver cómo todos los pioneros del rock and
roll, cayeron por escándalos que les costaron el éxito… y a veces la vida. Es
curioso comprobar cómo quienes rompieron el fuego, sentando las bases de un
género y de un estilo de vida, pagaron muy alto su arrojo. Es curioso descifrar
las pautas de los años 60 y ver cómo los más importantes innovadores fueron
destruidos o rozaron la sima abierta del fin igual que si caminaran sobre el
filo de la navaja. La historia tiende a mitificar más a los muertos que a los
vivos, y la única justificación es recurrir a uno de los más recónditos y
secretos placeres del ser humano: el morbo.
Cuando un
ídolo del rock muere de la misma forma que ha vivido, automáticamente puebla
las mentes de sus seguidores de miles de respuestas. Es como si les diera la
razón. Aunque la frase no era suya, Mick Jagger popularizó en los 60 lo
de «Vive deprisa, muérete joven, y así tendrás un cadáver bien parecido», y en
los 70 los punks dijeron lo de «No hay futuro». Así que cada muerte en el rock
es una clave. Para los que viven de cerca el fenómeno esa muerte es el chispazo
que electrifica su propia vida. Para los que del rock no saben nada, esa muerte
es la confirmación de sus más recónditas sospechas sobre la peligrosidad social
de la música, pero también el sorprendente descubrimiento de que su interés crece
en proporción a su bien considerado espanto. ¿Quién era el muerto? ¿Por qué lo
hizo? ¿Qué le sucedió?
Tal vez se
haga una película y TODOS lo sepamos.
Este libro,
que en ningún momento busca el morbo sino la exposición de unos hechos y unas realidades,
investiga y muestra las vidas, los entornos, las causas y los porqués, de las
más importantes estrellas de la Era Rock que cayeron con las botas puestas.
Junto a casos muy conocidos popularmente, habrá otros de único acceso a los amantes
de la música, y que sólo las revistas musicales ofrecieron como noticia en su
momento. Sea como sea y por numerosos que parezcan, no son más que la punta del
iceberg, un simple esbozo. Los periódicos no hablan de los chicos jóvenes que
por ignorancia mueren en sus propias habitaciones, al tocar una guitarra o un
micrófono con las manos húmedas, ni de los candidatos a estrellas que imitan a
sus ídolos en todo menos en la música, y mueren con la sangre repleta de heroína.
Tampoco hablan de quienes escapan de sus casas, chicos y chicas, soñando con
cantar en un escenario, y acaban en las trastiendas de locales baratos
prostituyéndose para poder comer. Sólo sabemos que a Lennon le asesinaron y que
Hendrix se ahogó en su vómito, y a veces ni siquiera eso porque el tiempo ha
distorsionado aquella realidad.
Tal vez esta
crónica negra de la trastienda rock aclare algunas ideas trasnochadas o dé luz
a una historias desfiguradas.
En todo caso
siempre quedará como recurso final y manual de supervivencia.
Jordi Sierra I Fabra, Cadáveres
Bien Parecidos. La Crónica Negra Del Rock
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