Padre Lobo
esperó a que los cachorros fueran capaces de corretear. Entonces, la noche en
que se reunía toda la manada, los cogió, junto con Mowgli y Madre Loba, y se
los llevó a la Roca del Consejo. Era una cima rocosa, llena de guijarros. El
espacio era tan amplio que se podían reunir, bien guarecidos, hasta cien lobos.
Allí estaba Akela, el Lobo Gris, enorme y solitario, echado sobre su piedra de
presidente. Su fuerza y su habilidad le habían llevado a jefe de la manada.
Debajo de el había hasta cuarenta lobos de toda edad y pelaje: los fuertes, que
lo habían demostrado cazando en solitario un gamo, y los que sólo podían presumir
de sus futuras hazañas. El Lobo Solitario era el guía de todos ellos desde
hacía un año. Ya era leyenda el que había caído, siendo joven, por dos veces en
una trampa. Y que en otra ocasión había sido apaleado hasta ser dado por
muerto. Así pues, tenía sobrados motivos para conocer lo que eran los hombres. Poco
se habló en aquella reunión. Los lobatos armaban un jaleo enorme. De cuando en
cuando, uno de los lobos viejos se acercaba a un cachorro, lo miraba con la
mayor atención y se volvía a su sitio. Y todo ello se hacía en perfecto
silencio. Luego, la madre acercaba su lobato al círculo para que, a la luz de
la Luna, todos los lobos pudieran ver perfectamente a su cachorro. Akela, desde
su roca, gritaba:
––Ya sabéis lo
que dice la Ley. Lobos, mirad bien.
Y las madres,
nerviosas y preocupadas, insistían en lo que Akela había dicho:
––Lobos, mirad
bien, mirad bien.
Al final
––momento en que Madre Loba sintió un escalofrío––, Padre Lobo empujó hacia el
centro del claro a Mowgli, la Rana. El cachorro humano se sentó y sonrió al
mismo tiempo que jugaba despreocupado con algunos guijarros que brillaban a la
luz de la Luna.
Akela, sin
prestar demasiada atención ni levantar la cabeza, continuó su cantinela: Mirad
bien. Se oyó un rugido detrás de las rocas. Era Shere Khan que gritaba:
––El cachorro
humano es mío. Dádmelo. Nada tiene que ver con el Pueblo Libre de los lobos.
Akela no hizo
un solo movimiento y continuó gritando:
––Mirad bien,
lobos. ¿Tiene algo que ver el Pueblo Libre con lo que venga de alguien ajeno a
él? Miradlo bien.
Se oyó
claramente un coro de gruñidos. Un lobo de unos cuatro años se hizo eco de la
pregunta de Shere Khan y se dirigió a Akela:
––¿Qué tiene
que ver el Pueblo Libre con una cría humana?
Hay una Ley de
la Selva que dice que cuando aparezcan dudas sobre el ingreso de un lobo en la manada,
su derecho tiene que ser defendido al menos por dos congéneres que no sean sus
padres.
––¿Quién
defiende los derechos de este cachorro? ––preguntó Akela––. ¿Quién entre los
miembros del Pueblo Libre habla en su favor?
Hay un animal
de otra especie, el único, que puede tomar parte en el Consejo de la manada. El
oso, siempre soñoliento. Es el encargado de enseñar a los lobatos la Ley de la
Selva. Baloo, con muchos años a sus espaldas, puede ir por todas partes. A
nadie estorba. Sólo come nueces, raíces y miel. Se levantó sobre sus patas
traseras y dijo:
––¿El cachorro
humano? Quiero hablar en su favor. ¿Qué mal puede hacernos? No soy un brillante
orador, pero pienso que debe ser integrado totalmente en la manada. Yo me
encargaré de enseñarle.
––Es preciso
que ahora hable otro ––dijo Akela––. Ya ha hablado Baloo, el maestro de
nuestros lobatos. ¿Quién sigue en el uso de la palabra?
En aquellos momentos se deslizó
hacia el centro del círculo una sombra. Era Bagheera, la pantera negra, de un
negro de tinta desde la cabeza a la cola. La luz hacía aguas en su brillante
piel. Todo el mundo la conocía. Y era temida y respetada. Reunía en sí la
astucia de Tabaqui, la insolencia de un búfalo salvaje y la fiereza de un
elefante herido. Pero su voz era dulce como la miel y su piel más suave que el
plumón.
––Akela ––dijo
como en un susurro––, y también todos vosotros que pertenecéis al Pueblo Libre.
Se que no tengo ni voz ni voto en vuestras asambleas. Pero vengo a recordaros
que hay una Ley en la Selva que otorga la posibilidad de comprar un cachorro
por un precio justo, salvo en el caso de que el cachorro se haya hecho
merecedor de la pena de muerte. Y nada dice la Ley sobre quién puede ofertar
para que la compra se haga efectiva. ¿Estoy o no en la verdad al interpretar la
Ley?
––Está bien
––dijeron los lobos jóvenes, siempre hambrientos––. Que hable Bagheera. Está
claro que se puede poner un precio al cachorro. Es lo que dice la Ley.
––Habla
––gritaron a la vez un montón de voces.
––Pienso que
es una vergüenza matar a un cachorro desnudo. Creo que os puede ser muy útil para
la caza. Baloo ha hablado ya en su defensa. A lo que el ha dicho, añado yo
ahora la oferta de un toro, un animal enorme que acabo de matar y que está
cerca de aquí. El toro por la cría de hombre, según la Ley. ¿Estáis de acuerdo?
Siguió un
confuso clamor que decía:
––No es un
problema. De todos modos, se va a morir en cuanto lleguen las lluvias. Y si
logra pasar el invierno, lo abrasarán los rayos del sol. Una Rana como ésta no
puede perjudicar a la manada. Que sea uno más entre nosotros. Bagheera, ¿dónde
está el toro? Aceptamos tu propuesta.
Entonces
volvió a oírse el ladrido penetrante de Akela, que apremiaba:
––¡Miradlo
bien! ¡Miradlo bien!, lobos de la manada.
Mowgli estaba tan entretenido en sus juegos que
no prestó atención cuando uno a uno se le fueron acercando los lobos. Se
alejaron todos en busca del toro muerto. Se quedaron solos Akela, Bagheera,
Baloo y la familia de Mowgli.
La noche
repetía los rugidos de Shere Khan. Estaba rabioso. Otra vez se le había negado
la presa.
––Amigo, ruge
cuanto quieras ––le dijo insolentemente Bagheera––. Y acuérdese su señoría de
lo que en estos momentos le digo: llegará un día en que esa cosa que tiene ahí
delante desnuda le hará rugir, pero de una manera bien distinta.
––Hemos obrado
sabiamente ––dijo Akela––. Con el tiempo los hombres se hacen muy prudentes. Nos
puede ser de gran utilidad para la caza.
––Sí
––ratificó Bagheera––. Puede sernos de gran utilidad. Nadie es jefe de la
manada para siempre.
Akela pensó
profundamente en un hecho que con el tiempo debía producirse: le empezarían a
faltar las fuerzas. Sería considerado un elemento inútil y le condenarían a
muerte. Otro le sucedería; y así se continuaría el ciclo indefinidamente.
––Llévatelo
––le dijo a Padre Lobo––. Enséñale todo lo que debe saber uno de nuestra raza.
Y ésta es la
historia de cómo Mowgli entró a formar parte de la manada de los lobos Seeonee.
Su rescate fue un toro y su gran defensor, Baloo.
Rudyard
Kipling, El Libro de la Selva
Os dejo con el
trailer de la última versión cinematográfica de esta novela
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