domingo, 17 de abril de 2016

LA ROCA DEL CONSEJO


Padre Lobo esperó a que los cachorros fueran capaces de corretear. Entonces, la noche en que se reunía toda la manada, los cogió, junto con Mowgli y Madre Loba, y se los llevó a la Roca del Consejo. Era una cima rocosa, llena de guijarros. El espacio era tan amplio que se podían reunir, bien guarecidos, hasta cien lobos. Allí estaba Akela, el Lobo Gris, enorme y solitario, echado sobre su piedra de presidente. Su fuerza y su habilidad le habían llevado a jefe de la manada. Debajo de el había hasta cuarenta lobos de toda edad y pelaje: los fuertes, que lo habían demostrado cazando en solitario un gamo, y los que sólo podían presumir de sus futuras hazañas. El Lobo Solitario era el guía de todos ellos desde hacía un año. Ya era leyenda el que había caído, siendo joven, por dos veces en una trampa. Y que en otra ocasión había sido apaleado hasta ser dado por muerto. Así pues, tenía sobrados motivos para conocer lo que eran los hombres. Poco se habló en aquella reunión. Los lobatos armaban un jaleo enorme. De cuando en cuando, uno de los lobos viejos se acercaba a un cachorro, lo miraba con la mayor atención y se volvía a su sitio. Y todo ello se hacía en perfecto silencio. Luego, la madre acercaba su lobato al círculo para que, a la luz de la Luna, todos los lobos pudieran ver perfectamente a su cachorro. Akela, desde su roca, gritaba:
––Ya sabéis lo que dice la Ley. Lobos, mirad bien.
Y las madres, nerviosas y preocupadas, insistían en lo que Akela había dicho:
––Lobos, mirad bien, mirad bien.
Al final ––momento en que Madre Loba sintió un escalofrío––, Padre Lobo empujó hacia el centro del claro a Mowgli, la Rana. El cachorro humano se sentó y sonrió al mismo tiempo que jugaba despreocupado con algunos guijarros que brillaban a la luz de la Luna.
Akela, sin prestar demasiada atención ni levantar la cabeza, continuó su cantinela: Mirad bien. Se oyó un rugido detrás de las rocas. Era Shere Khan que gritaba:
––El cachorro humano es mío. Dádmelo. Nada tiene que ver con el Pueblo Libre de los lobos.
Akela no hizo un solo movimiento y continuó gritando:
––Mirad bien, lobos. ¿Tiene algo que ver el Pueblo Libre con lo que venga de alguien ajeno a él? Miradlo bien.
Se oyó claramente un coro de gruñidos. Un lobo de unos cuatro años se hizo eco de la pregunta de Shere Khan y se dirigió a Akela:
––¿Qué tiene que ver el Pueblo Libre con una cría humana?
Hay una Ley de la Selva que dice que cuando aparezcan dudas sobre el ingreso de un lobo en la manada, su derecho tiene que ser defendido al menos por dos congéneres que no sean sus padres.
––¿Quién defiende los derechos de este cachorro? ––preguntó Akela––. ¿Quién entre los miembros del Pueblo Libre habla en su favor?
Hay un animal de otra especie, el único, que puede tomar parte en el Consejo de la manada. El oso, siempre soñoliento. Es el encargado de enseñar a los lobatos la Ley de la Selva. Baloo, con muchos años a sus espaldas, puede ir por todas partes. A nadie estorba. Sólo come nueces, raíces y miel. Se levantó sobre sus patas traseras y dijo:
––¿El cachorro humano? Quiero hablar en su favor. ¿Qué mal puede hacernos? No soy un brillante orador, pero pienso que debe ser integrado totalmente en la manada. Yo me encargaré de enseñarle.
––Es preciso que ahora hable otro ––dijo Akela––. Ya ha hablado Baloo, el maestro de nuestros lobatos. ¿Quién sigue en el uso de la palabra?
En aquellos momentos se deslizó hacia el centro del círculo una sombra. Era Bagheera, la pantera negra, de un negro de tinta desde la cabeza a la cola. La luz hacía aguas en su brillante piel. Todo el mundo la conocía. Y era temida y respetada. Reunía en sí la astucia de Tabaqui, la insolencia de un búfalo salvaje y la fiereza de un elefante herido. Pero su voz era dulce como la miel y su piel más suave que el plumón.
––Akela ––dijo como en un susurro––, y también todos vosotros que pertenecéis al Pueblo Libre. Se que no tengo ni voz ni voto en vuestras asambleas. Pero vengo a recordaros que hay una Ley en la Selva que otorga la posibilidad de comprar un cachorro por un precio justo, salvo en el caso de que el cachorro se haya hecho merecedor de la pena de muerte. Y nada dice la Ley sobre quién puede ofertar para que la compra se haga efectiva. ¿Estoy o no en la verdad al interpretar la Ley?
––Está bien ––dijeron los lobos jóvenes, siempre hambrientos––. Que hable Bagheera. Está claro que se puede poner un precio al cachorro. Es lo que dice la Ley.
––Habla ––gritaron a la vez un montón de voces.
––Pienso que es una vergüenza matar a un cachorro desnudo. Creo que os puede ser muy útil para la caza. Baloo ha hablado ya en su defensa. A lo que el ha dicho, añado yo ahora la oferta de un toro, un animal enorme que acabo de matar y que está cerca de aquí. El toro por la cría de hombre, según la Ley. ¿Estáis de acuerdo?
Siguió un confuso clamor que decía:
––No es un problema. De todos modos, se va a morir en cuanto lleguen las lluvias. Y si logra pasar el invierno, lo abrasarán los rayos del sol. Una Rana como ésta no puede perjudicar a la manada. Que sea uno más entre nosotros. Bagheera, ¿dónde está el toro? Aceptamos tu propuesta.
Entonces volvió a oírse el ladrido penetrante de Akela, que apremiaba:
––¡Miradlo bien! ¡Miradlo bien!, lobos de la manada.
 Mowgli estaba tan entretenido en sus juegos que no prestó atención cuando uno a uno se le fueron acercando los lobos. Se alejaron todos en busca del toro muerto. Se quedaron solos Akela, Bagheera, Baloo y la familia de Mowgli.
La noche repetía los rugidos de Shere Khan. Estaba rabioso. Otra vez se le había negado la presa.
––Amigo, ruge cuanto quieras ––le dijo insolentemente Bagheera––. Y acuérdese su señoría de lo que en estos momentos le digo: llegará un día en que esa cosa que tiene ahí delante desnuda le hará rugir, pero de una manera bien distinta.
––Hemos obrado sabiamente ––dijo Akela––. Con el tiempo los hombres se hacen muy prudentes. Nos puede ser de gran utilidad para la caza.
––Sí ––ratificó Bagheera––. Puede sernos de gran utilidad. Nadie es jefe de la manada para siempre.
Akela pensó profundamente en un hecho que con el tiempo debía producirse: le empezarían a faltar las fuerzas. Sería considerado un elemento inútil y le condenarían a muerte. Otro le sucedería; y así se continuaría el ciclo indefinidamente.
––Llévatelo ––le dijo a Padre Lobo––. Enséñale todo lo que debe saber uno de nuestra raza.
Y ésta es la historia de cómo Mowgli entró a formar parte de la manada de los lobos Seeonee. Su rescate fue un toro y su gran defensor, Baloo.

Rudyard Kipling, El Libro de la Selva

Os dejo con el trailer de la última versión cinematográfica de esta novela

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