Aprovechando el tirón de la película, os propongo comentar este texto que ya cayó en la PAEG de Valencia hace unos años:
La clase política española está bajo mínimos.
Ésta es una coincidencia absoluta en la opinión pública española. Radio,
prensa, televisión, series, comedias de teatro, Twitter... Todo el mundo pone a parir
a los políticos y echa de menos los grandes apellidos: Suárez, González, Aznar.
¡Qué tiempos aquéllos!
Sin embargo, tal vez haya que preguntarse sobre
la sociedad a la que estos políticos representan. Concretamente, sobre sus
gustos y aficiones culturales. Este fin de semana, más de un millón de
espectadores ha reventado las salas de cine para disfrutar de Torrente 4, una película cuya primera escena
muestra al grasiento policía ante la estatua de 'El Fary' en el cementerio de
La Almudena diciendo: "El país se ha ido a la mierda, ahora los maricones se
casan, hasta en la Casa Blanca han puesto a un negro, ¡y no para
limpiar!". Ya ves, Fary, cómo han cambiado los tiempos desde que tu
"apatrullabas la ciudad". Santiago Segura pasa por ser un actor de lo
más moderno y encarna a un policía guarro, machista, misógino, grosero, mentiroso, racista, facha
y putero. Todo un compendio de virtudes personales y morales al
que acompaña un elenco de frikis, como 'Kiko' Rivera Pantoja o la Barbie Superstar de la
telebasura, Belén Esteban. Segura es una fiera del marketing y
de las redes sociales. Desde su pedestal de actor celebrado por
crítica, público y colegas de la profesión, se permite incluso interpretaciones
intelectuales de guardarropía sobre su personaje, tales como que la gente acude
a la sala de proyecciones a hacer terapia sobre los pecados capitales de la sociedad española.
Sin embargo, cabe la posibilidad de que las cosas
sean como parecen, sin barniz intelectual ni moral ni psicológico. Si millones
de españoles prefieren ir a ver una película como Torrente antes que otros
títulos, parece claro que España no sólo sufre una crisis económica, sino otro tipo de crisis.
Cada uno que la defina como quiera. Por eso, no cabe rasgarse las vestiduras ante el nivel
de la clase política dirigente si antes no nos examinamos a
fondo a nosotros mismos. Los dirigentes políticos son bastante buenos, en
general, y no desmerecen en nada el ambiente que les rodea. En algunos casos se sitúan
por encima de la media empresarial, bancaria, cultural y hasta
mediática.
Es muy fácil ver la paja -no, claro, en el
sentido que le da Torrente a esa palabra- en el ojo ajeno y no la viga en el
propio. Una cosa sí cabe reprochar a la clase política. Tan centrados están todos en
ponerse a parir de un partido a otro que no se dan cuenta de lo
que está pasando a su alrededor. No analizan las transformaciones sociales, ni
reparan en el deterioro galopante de la educación, ni se
preocupan por el retroceso de ciertas costumbres relacionadas con la civilidad
y hasta con la urbanidad. Son antiguallas tal vez propias de Bergman o de
Rohmer en su versión cine fórum.
Lucía Méndez
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