La historia,
contada a través de los ojos de un niño, gira en torno a un hombre que tras
asistir a un entierro aprovecha la ocasión para regresar a los escenarios de su
infancia, donde ocurrieron unos hechos asombrosos, en los que la magia y el
terror estuvieron muy presentes, dos elementos característicos del universo
literario de Gaiman, ése que le ha hecho famoso en todo el mundo
Una novela
sobre el recuerdo, la magia y la supervivencia; sobre el poder de los cuentos y
la oscuridad que hay dentro de cada uno de nosotros.
Un hombre
regresa por la carretera, después de asistir a un funeral, al pueblo, donde
vivió su propia infancia. Allí visita a su amiga Lettie, con la que cuarenta
años atrás vivió unos asombrosos acontecimientos.
El
protagonista, sin ser consciente de ello, empieza a sumergirse en sus más
profundos y arcaicos recuerdos. Reconstruye un pasado donde la magia y la
fantasía están a la orden del día en su vida diaria. Revive el momento en que
conoció a Lettie, tras la misteriosa muerte de un extraño inquilino que se
hospedaba en su propia casa.
Vacilé un
momento. Luego le dije que, si no le importaba, antes prefería que me indicara
dónde estaba el estanque de los patos.
—¿El estanque
de los patos?
Sabía que
Lettie lo llamaba de otra manera, un nombre curioso.
—Ella lo
llamaba el mar o algo así.
La anciana
dejó el trapo sobre la cómoda.
—El agua del
mar no se puede beber, ¿verdad? Demasiada sal. Sería como beberse la sangre de
la vida. ¿Recuerdas cómo se llega hasta allí? Ve por el lateral de la casa. No
tienes más que seguir el sendero.
Si me lo
hubieran preguntado una hora antes, habría dicho que no, que no recordaba el
camino. Seguramente ni siquiera habría podido recordar el nombre de Lettie
Hempstock. Pero allí, en medio del pasillo, empecé a recordarlo todo. Los
recuerdos se asomaban por el borde de las cosas, y me hacían señas. Si me
hubieran dicho que volvía a ser un niño de siete años, casi lo habría creído,
por un momento.
—Gracias.
Salí. Pasé por
delante del corral, por el viejo establo y seguí por el borde del jardín,
recordando dónde estaba y lo que venía a continuación, emocionándome al ver
que lo sabía. Los avellanos bordeaban el prado. Cogí un puñado de avellanas
todavía verdes y me las guardé en el bolsillo.
«A
continuación está el estanque —pensé—. En cuanto dé la vuelta a ese cobertizo
lo veré.»
Lo vi y me
sentí extrañamente orgulloso de mí mismo, como si ese recuerdo hubiera
despejado algunas de las telarañas de aquel día.
El estanque
era más pequeño de como lo recordaba. Había un cobertizo de madera en el
extremo opuesto y, junto al sendero, un viejo y pesado banco de madera y metal.
Habían pintado las astilladas tablas de verde hacía unos años. Me senté en el
banco, y me quedé mirando el cielo reflejado en el agua, la capa de lentejas de
agua en los bordes y la media docena de nenúfares que flotaban en él. De tanto
en tanto, arrojaba una avellana al estanque, el estanque al que Lettie
Hempstock llamaba…
No era el mar,
¿o sí?
Ahora Lettie
Hempstock debía de ser algo mayor que yo. Tenía algunos años más por aquel
entonces, pese a su curiosa forma de hablar. Tenía once, y yo… ¿cuántos tenía?
Fue después de aquella espantosa fiesta de cumpleaños. De eso estaba seguro.
Así que debía de tener siete.
Me pregunté si
alguna vez nos habíamos caído al agua. ¿No había tirado yo al estanque de los
patos a aquella extraña niña que vivía en la granja que estaba justo al final
de la carretera? Recordaba haberla visto dentro del agua. Quizá también ella me
había tirado a mí.
¿Adónde se
había marchado? ¿A Estados Unidos? No, a Australia. Eso es. A algún lugar muy
lejano.
Y no era el
mar. Era el océano.
El océano de
Lettie Hempstock.
Lo había recordado
y, detrás de ese recuerdo, vinieron todos los demás.
PREMIO LOCUS 2014
Os dejo con una entrevista a Gaiman sobre este libro
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