A sus quince
años, Georg descubre que su padre le dejó una extensa escrita antes de morir.
¿Qué puede decir una carta para un hijo escrita por un padre antes de morir? El
libro es un relato escrito a dos manos, el niño que cuenta cómo le impactó esa carta
de su padre, y la carta misma que va siendo develada entre comentarios del niño:
la historia de amor de su padre con la joven de las naranjas, con su esposa,
cómo la conoció, cómo la sedujo, el enamoramiento, la pasión entre ambos, de
cómo cada uno fue buscando al otro hasta encontrarse.
Hace apenas una semana,
al volver de la Escuela de Música, me encontré con la visita sorpresa de mis
abuelos, que habían venido en coche desde Tønsberg, la pequeña ciudad donde
viven. Iban a quedarse hasta la mañana siguiente. También estaban allí mamá y
Jørgen, y los cuatro tenían cara de expectación cuando entré en el cuarto de
estar y me puse a quitarme los zapatos. Estaban sucios y llenos de barro, pero
a nadie parecía preocuparle. Daban la impresión de estar pensando en otra cosa,
y tuve la sensación de que algo flotaba en el aire.
La abuela empezó a
explicar que habían encontrado una carta que mi padre me había escrito justo
antes de morir. Se me hizo un nudo en el estómago. Hacía once años que mi padre
había muerto y yo ni siquiera estaba seguro de acordarme de cómo era. Una carta
de mi padre sonaba a algo muy serio, casi como un testamento. De repente la
abuela me alcanzó un gran sobre que tenía en las manos. Estaba cerrado y sólo
ponía «Para Georg». No era la letra de la abuela ni la de mamá, ni tampoco la
de Jørgen. Abrí el sobre lleno de impaciencia y saqué un montón de hojas. Al
ver lo que ponía arriba en la primera de ellas me sobresalté:
¿Estás cómodo, Georg? Es importante
que estés bien sentado, porque voy a contarte una inquietante historia.
Me sentí aturdido. ¿Qué
era aquello? Una carta de mi padre. Pero... ¿era auténtica?
Cuando mi padre estaba
enfermo le dijo a mamá que estaba escribiendo una carta para mí. Se trataba de
una carta que yo leería cuando me hiciera mayor. Pero la presunta carta nunca
apareció, y yo ya tenía quince años. Era algo tan solemne leer una carta de una
persona que ya no vive, que no soportaba la idea de tener a toda la familia
dando vueltas a mi alrededor. Al fin y al cabo, se trataba de una carta de mi
padre muerto hacía once años. Necesitaba tranquilidad.
Me senté en la cama y
empecé a leer.
¿Estás cómodo, Georg? Es importante
que estés bien sentado, porque voy a contarte una inquietante historia. Pero
tal vez te hayas acomodado ya en el sofá de piel amarillo. Bueno, si es que no
lo habéis cambiado por uno nuevo, qué sé yo. O también puedes haberte sentado
en la vieja mecedora del jardín de invierno que tanto te gustaba. ¿O estás en
la terraza?
¡Qué sé yo!
Varias veces he intentado imaginarme
cómo será el mundo dentro de unos años, pero nunca he conseguido forjarme una
buena imagen de ti y de cómo eres ahora. Sólo sé quién fuiste. Ni siquiera sé
la edad que tienes al leer esto. Tal vez tengas doce o catorce años, y yo, tu
padre, salí del tiempo hace mucho.
Hoy, es decir, cuando leas esto,
habrás olvidado la mayor parte de las vivencias que compartimos tú y yo en
aquellos calurosos meses del verano en que tenías tres años y medio. Pero los
días aún son nuestros, y todavía nos quedan muchos buenos ratos juntos. Te diré
en lo que pienso mucho últimamente: con cada día que pasa, y con cada pequeña
cosa que tú y yo nos inventemos juntos, aumenta la posibilidad de que me
recuerdes. Ahora cuento las semanas y los días.
Dije que iba a contarte una historia,
pero no es algo trivial encontrar el tono adecuado para esta carta. Supongo que
he cometido el error de dirigirme al niñito que me parece conocer tan bien,
aunque cuando leas estas líneas ya no serás pequeño. Ya no serás el angelito de
los rizos dorados.
Has de saber que escribir una carta a
un hijo que ya no tiene padre hace que se me parta el corazón, y supongo que a
ti también te dolerá un poco leerla. Pero ahora eres un hombrecito. Si yo he
conseguido plasmar estas líneas en el papel, tú tendrás que tener la fuerza de
leerlas.
Desde que naciste, he soñado con el
día en que te contaría la historia de la Joven de las Naranjas. Hoy, es decir,
en el momento de escribir esto, eres demasiado pequeño para entenderla. De modo
que tendrá que ser mi pequeña herencia para ti. Tendrá que esperarte en algún
lugar y aguardar a que llegue otra etapa de tu vida.
Ahora ha llegado esa etapa.
Jostein Gaarder: La Joven de las Naranjas
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