Erase una vez un viajero que llegó desde un lugar lejano a un
pueblo en el que no había libros. Se sentó a descansar en la plaza mayor y sacó
de su morral un viejo volumen de cuentos. Cuando empezó a leer en voz alta, los
niños, que nunca habían visto nada semejante, se sentaron a su alrededor para
escucharlo.
El visitante relató historias que fascinaron a sus oyentes y les
hicieron soñar con fantásticas aventuras en reinos maravillosos. Cuando
terminó, cerró el libro para volver a guardarlo en su morral. Nadie se percató
de que, al hacerlo, escapaban de entre sus páginas algunas palabras sueltas que
cayeron al suelo.
El viajero se marchó por donde había venido; tiempo después, los
habitantes del pueblo descubrieron el pequeño brote que elevaba sus temblorosas
hojitas hacia el sol, en el lugar en el que habían caído las palabras perdidas.
Todos asistieron asombrados al crecimiento de un árbol como no se
había visto otro. Cuando llegó la primavera, el árbol exhibió con orgullo unas
hermosas flores de pétalos de papel. Y, con los primeros compases del verano,
dio fruto por primera vez.
Y sus ramas se cuajaron de libros de todas clases. Libros de
aventuras, de misterio, de terror, de historias de liempos pasados, presentes y
futuros. Algunos se atrevieron a coger esos frutos, y había un sabio en el
lugar que les enseñó a leer para poder disfrutarlos.
A veces, la brisa soplaba y sacudía las ramas deí árbol. Las hojas
de los libros se agitaban y dejaban caer nuevas palabras. Y pronto hubo más
brotes por todo el pueblo; y en apenas un par de años, los árboles-libro
estaban por todas partes.
Se corrió la voz; muchos investigadores, curiosos y turistas
pasaron por allí para conocer el lugar donde los libros crecían en los árboles.
Los habitantes del pueblo leían sus páginas con fruición, y cuidaban cada brote
con gran mimo. Y así iban recogiendo más y más historias con cada nueva cosecha
de libros.
Un día, los más sabios del lugar se reunieron y acordaron
compartir su tesoro con el resto del mundo. Eligieron a un grupo de jóvenes y
los animaron a escoger un libro del primer árbol que había crecido en el
pueblo. Después, los enviaron a recorrer los caminos.
Ellos se repartieron por el mundo, buscando un hogar para su
preciada carga, y así, con el tiempo, cada uno dejó su libro en una biblioteca
diferente.
Y cuenta la historia que allí siguen todavía. Que hay algunas
bibliotecas que guardan entre sus estantes un libro especial que deja caer
palabras-semilla. Y que, si aterrizan en el lugar adecuado, cada una de esas
palabras crecerá hasta convertirse en un árbol que dará como fruto nuevos
libros.
Nadie sabe en qué bibliotecas se encuentran estos libros
maravillosos. Se desconoce también cuáles, de entre todos sus volúmenes, son
los que proceden del pueblo donde los libros crecen en los árboles. Podría ser
cualquiera, y podida estar escondido en cualquier rincón de cualquier
biblioteca del planeta.
Animaos a entrar en ellas y a explorar sus estanterías, viajeros;
porque quizá deis por casualidad con un libro cuyas palabras echen raíces en
vuestro corazón y hagan crecer un magnífico árbol de historias cuyas semillas
puedan llegar a cambiar el mundo.
¡Peliz día de la biblioteca!
Laura Gallego
García, Pregón Día De La Biblioteca
24 de Octubre
de 2013
PREMIO CERVANTES CHICO 2011
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