La cultura cambia nuestras vidas, nos hace más felices y mejores y
abre ante nosotros todo un mundo de posibilidades. Por supuesto no la cultura entendida
como acto mediático, sino como transmisión de conocimientos. Así es como
progresa la sociedad.
La economía, la riqueza, el dinero nos hacen más ricos pero no
mejores, ni más lúcidos, ni más luchadores, ni más solidarios. El dinero
convierte una sociedad pobre en una sociedad opulenta, o por lo menos parte de
ella, pero no mejor.
De ahí que la lectura que constituye una de las grandes armas de
la cultura, además de ser una fuente inagotable de placer porque pone en marcha
nuestras facultades mentales, como la fantasía, la memoria, la experiencia o la
inteligencia, sea uno de los elementos más importantes para que la cultura
llegue al interior de nuestras conciencias.
Cualquier conocimiento entrará más profundamente en nuestra mente
si encuentra un terreno abonado, es decir, si encuentra esa mente preparada y
abierta.
Sólo la cultura puede transmitirnos la necesidad profunda de
conocer y defender todos los derechos humanos pero sobre todo los derechos
fundamentales de igualdad, justicia y libertad; a través de ella llegaremos a
sentir el horror que provocan las desigualdades a que están sometidos tantos
seres humanos por cuestiones raciales, religiosas, culturales y económicas, y
entenderemos el descalabro que supone para ellos la falta de educación, la pobreza,
la vida en países asolados por conflictos armados.
Porque con la lectura salimos del reducto de nuestro pequeño
mundo, el que hemos heredado o que nos han impuesto, y vemos la vida y sus conflictos
con los ojos de los demás.
Es así como aprendemos a respetar las ideas ajenas y somos capaces
de encontrar un camino a la solución de los conflictos, y como se forma nuestro
criterio que nos conduce al camino de la libertad.
Por esto son importantes los libros y el placer que proporciona su
lectura, porque ayudan a desarrollar nuestra mente, nuestra imaginación,
nuestras emociones pero sobre todo nuestra inteligencia.
A veces, tanto si somos niños como adultos como ancianos, leer se
nos hace difícil porque no estamos hechos al movimiento de nuestra mente y nos
sentimos cansados, contrariamente a lo que ocurre cuando practicamos tantos
placeres pasivos que dejan a nuestro intelecto inmóvil y tan vacío como estaba
antes de comenzar.
Pero si seguimos fieles a la lectura entramos poco a poco en el
infinito y complejo mundo de una realidad que no tiene fin, que abarca toda la
historia de todos los tiempos, toda la creación que han sido capaces de llevar
a cabo los que nos han precedido y los que viven todavía hoy entre nosotros, y
alcanzamos un placer distinto, el de la plenitud que sentimos al recrear, como
verdaderos creadores, la historia que estamos leyendo, y al poner en marcha
intelecto, emociones, creatividad y más curiosidad para ir en busca de más
conocimiento y de más imaginación.
Con la lectura aprendemos a mirar a nuestro alrededor, al mundo en
que vivimos, a tener nuestro propio criterio sobre lo que ocurre en él, y en
consecuencia a ser más libres y a no aceptar lo que nos digan los poderosos o
los que pretenden convencernos o imponer en beneficio propio sus ideas, sin que
antes haya pasado por nuestro intelecto que ya está preparado para emitir
juicios y tomar decisiones ropias, ni heredadas ni aceptadas a ciegas.
Así es como podremos convertirnos en personas lúcidas y
conscientes, capaces de luchar, cada cual a su manera y con sus posibilidades,
por nuestros derechos y los derechos de los demás.
Porque el conocimiento nos hace solidarios, y no actuamos por obligación,
ni por deber, ni siquiera por caridad con los más necesitados, sino por
justicia. Porque caminamos en libertad y sólo así podremos ayudar a construir
un mundo mejor.
Rosa
Regás
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