Llamadme Ismael. Hace
unos años —no importa cuánto hace exactamente—, teniendo poco o ningún dinero
en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me
iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo. Es un modo
que tengo de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación. Cada vez que
me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un noviembre
húmedo y lloviznoso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las
tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la hipocondría me domina de
tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la
calle con toda deliberación a derribar metódicamente el sombrero a los
transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan
pronto como pueda. Es mi sustitutivo de la pistola y la bala. Con floreo
filosófico, Catón se arroja sobre su espada; yo, calladamente, me meto en el
barco. No hay nada sorprendente en esto. Aunque no lo sepan, casi todos los hombres,
en una o en otra ocasión, abrigan sentimientos muy parecidos a los míos
respecto al océano.
Con estas palabras comienza Moby
Dick, la novela del estadounidense Herman Melville. Narra la travesía del
barco ballenero Pequod, comandado por el capitán Ahab, en la obsesiva y
autodestructiva persecución de una gran ballena blanca..
Ismael entabla una estrecha amistad con el experimentado arponero
polinesio Queequeg, con quien se enrola en el ballenero Pequod, gobernado por
el misterioso y autoritario capitán Ahab, un viejo lobo de mar con una pierna
construida con la mandíbula de un cachalote. Ahab revelará a su tripulación que
el objetivo primordial del viaje, más allá de la caza de ballenas en general,
es la persecución de Moby Dick, la ballena que lo privó de su pierna y que
había ganado fama de causar estragos a todos y cada uno de los balleneros que,
osada o imprudentemente, habían intentado darle caza.
Publicada en 1851, fue un fracaso de crítica y público, pero no
tardó en convertirse en uno de los libros más fascinantes y enigmáticos.
Pero... ¿por qué nos fascina tanto la historia autodestructiva del Capitán Ahab
en su lucha contra la gran ballena blanca? Entre otras interpretaciones podemos
observar la lucha del hombre contra sí mismo y contra la naturaleza.
Grandes autores e ilustradores han intentado responder a esa
pregunta en Moby Dick. La atracción del
abismo, un estudio donde participan escritores como Fernando Savater, Pérez
Reverte, Juan Madrid, Muñoz Molina, y dibujantes como José Ramón Sánchez entre
otros.
El libro se divide en tres partes. En la primera la primera se nos
cuenta quién era Melville, su obra y el tiempo que le tocó vivir, información
que nos permitirá conocer las claves del génesis de Moby Dick.
La segunda parte profundiza más en en la gran ballena blanca, sus
interpretaciones... otros monstruos marinos en la literatura (La Odisea, de
Homero, 20.000 leguas de viaje submarino, de Verne; Pinocho, de Collodi...).
Y la tercera repasa todas las representaciones artísticas del
gigante del mar, desde las primeras ilustraciones hasta la película de
John Huston, pasando por cómics o
pinturas del siglo XIX. Un auténtico festín de imágenes espectaculares que
demuestran la capacidad de la obra de Melville para disparar la imaginación de
cualquier lector y de los mejores artistas de los últimos ciento cincuenta
años.
Hace unos años, el grupo La Frontera grabo la siguiente canción; Aventuras Del Capitán Achab
No necesito presentación
muchos me conocen ya:
el viento es mi aliado
y mi alma está en el mar.
Soy el Capitán Achab.
Es toda mi tripulación,
cien barriles de buen ron.
No tengo miedo a naufragar:
el mar es mi panteón,
mi esposa una sirena
y Odin mi servidor
Todos los tesoros que quieras encontrar,
en esta vida los tendrás,
si vienes conmigo a navegar.
Soy el Capitán Achab
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