Marta, una joven que trabaja como auxiliar de
clínica en una residencia de ancianos, se encariña con un anciano de larga
barba blanca, Gandalf, aquejado de alzheimer, que parecer revivir cuando toca
el piano y en esos momentos recuerda a Saya, a la que sabe que quiere, pero no
sabe quién es. Poco antes de morir, creyendo que es Saya, entrega a Marta un
sobre, una partitura y su viejo diario:
Daniel Faura
es un compositor de ascendencia rusa maltratado por la vida y con una única
pasión: el piano. Durante un viaje a las estepas mongolas conoce a Sayá Sansar,
una niña de doce años que posee un don para la música. Daniel, cautivado por el
potencial de Sayá, decide dedicar su vida a hacer de la niña la mejor pianista
del mundo.
Así, lo que
comienza siendo una relación entre tutor y alumna, se convierte en una obsesión
para el compositor que desemboca, finalmente, en un amor apasionado y tortuoso.
Esta novela de
Mónica
Rodríguez nos acerca al mito de Pigmalion (el artista que se enamora de
su obra por la perfección) y nos recuerda la Lolita de Nabokov. Esos
sentimientos obsesivos que el siente por la niña, y en los que Daniel nos
quiere caer, pero, a pesar de todo, él siempre va a buscar relaciones con
chicas jóvenes, nos llevan a una historia dura, que nos sorprende.
Y la música que nos va llevando a través de
toda la vida de Daniel, sobre todo esa romanza rusa Ojos Negros, hasta que
acompañamos a Saya en su concierto en el Teatro Real de Madrid. Y luego esa
sonata que Marta ha escuchado a Gandalf, que remueve su interior y cuya
partitura querrá entregar a Saya, para que la de a conocer a todo el mundo. Por
medio de la música se van sucediendo las reflexiones de Daniel y Marta sobre el
amor, la vida y el arte.
Dos
narradores, Marta y Daniel, que nos llevan a la misma historia: la una para
introducirnos en ella, haciéndonos ver como la enfermedad ha borrado los
recuerdos de Gandalf; el otro ya nos cuenta su vida, con sus angustias, sus
torturas mentales, su huida hacia otras relaciones. Todo ello con una prosa muy
cuidada, casi poética, por la belleza de sus imágenes y por la precisión de los
sentimientos que relata. Insistiendo una y otra vez en la psicología de Daniel.
Hasta que Saya habla, y nos dice que las cosas no son como él las cuenta, insinúa
maltrato, y que igual su versión tampoco es la verdadera.
Pero
tal como cuenta Daniel su historia, si nos atenemos a sus palabras, Saya es
simplemente una obsesión, de la que tan pronto huye como se acerca, no es su
verdadero amor, sino que éste es Vera, la joven actriz que le acompaña a Mongolia,
la única mujer a la que ha amado, la única por la que siente pasión.
Mónica
Rodríguez quiere profundizar en el alma atormentada de un creador, en
la propiedad de las obras de arte, o en hasta dónde podemos forzar a una
persona para que desarrolle ese talento que pensamos que tiene. Por eso la
historia del compositor obsesionado por una alumna que es muy buena,
obsesionado con que sea la mejor pianista del mundo. Y esa canción, esos ojos negros, que nos obsesionan:
Ojos negros, ojos
apasionados
Ojos ardientes,
hermosos
Cómo os quiero, cómo
os temo
Tal vez os conocí en
un momento maldito
Oh, por algo sois más
oscuros que lo profundo del mar
Veo en vosotros el
duelo por mi alma
Veo en vosotros una
llama de victoria
Consumido en ella, un
pobre corazón
Pero no estoy triste,
no estoy triste
Encuentro consuelo en
mi destino:
Todo, lo mejor que en
la vida Dios nos ha dado
Os lo sacrifico, ojos
de fuego
PREMIO ALANDAR 2016
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