La musiquita
rompe el silencio.
Más bien es un
silbido agudo de cinco notas.
Marga deja el
libro. En la biblioteca hay dos, tres miradas.
Móvil.
Pantalla. WhatsApp.
«Dónde
estás?».
Y escribe:
«En la
biblioteca».
Lo deja y
vuelve al libro. Tiene que meterse eso en la cabeza. Estudiar, estudiar,
estudiar. En casa es más difícil. En casa no lo consigue. ¿Cómo concentrarse en
medio de...?
Otra vez el
aviso.
Más miradas.
Coge el móvil
y, lo primero, elimina el sonido.
Luego lee el
nuevo mensaje.
«De verdad?».
Se siente
irritada.
Celos, celos,
celos.
Primero le
gustaba. Ramiro celoso. Bien. Comía de la palma de su mano. A más amor, más
celos.
Ahora ya no
está tan segura.
¿Tanto la
quiere?
«Pues claro.
Dónde quieres que esté?».
Tercer intento
de concentración, pero ahora pendiente del teléfono porque sabe que él
insistirá.
Ahí está.
«Haz una
foto».
Se irrita más.
El amor es posesión. ¿No debería ser libertad? No lo entiende. Cada vez es
peor.
No, no hará la
foto.
¿Es que no la
cree?
Ese es su
problema.
No, no, no, no
la hará.
Un minuto.
Dos. Tres.
Nuevo
WhatsApp.
«Marga?».
No la dejará
en paz. No podrá estudiar. Es un agobio.
Peor aún la
llamará por teléfono, y no podrá hablar si está en la biblioteca.
Aprieta las
mandíbulas y hace la foto.
Se la manda.
Espera.
«Has tardado.
Has ido corriendo a hacerla, o ya la tenías en el móvil?».
Siente deseos
de llorar.
Tantos
mensajes, todos los días.
Y tantas
discusiones.
«Capullol»,
escribe.
«Guapa!», le
contesta.
Se acabó. No
le quita ojo a la pantalla y ya no hay más.
Pero no
consigue concentrarse en el libro. No puede. No después de la maldita foto.
Cierra los
ojos y le recuerda como era antes, o al menos como le hizo ver y creer que era.
Tan
diferente...
Aquel primer
día, en la discoteca...
Jordi Sierra i Fabra, Desnuda
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