Erase una vez
una tierra llamada Britania en la que sucedieron estos hechos. El obispo Sansum,
a quien Dios habrá de bendecir por encima de todos los santos vivos y muertos,
opina que estas memorias tendrían que ser arrojadas al pozo sin fondo junto con
las demás inmundicias de la humanidad caída, porque son la historia de los
últimos días antes de que la gran oscuridad se abatiera sobre la luz de Nuestro
Señor Jesucristo. Son las crónicas del país que llamamos Lloegyr, que significa
Tierras Perdidas, otrora nuestro suelo y conocido ahora como Inglaterra por
nuestros enemigos. Son los relatos de Arturo, Señor de la Guerra, el Rey Que No
Fue, el Enemigo de Dios, y que Cristo vivo y el obispo Sansum me perdonen, el
mejor hombre que jamás he conocido. íCuánto he llorado a Arturo! (…)
Pero el frío
no es la peor aflicción de nuestro invierno, sino la helada, que hace
intransitables los caminos e impide a Ygraine visitar el monasterio. Ygraine es
nuestra reina, desposada con el rey Brochvael. Es morena y delgada, muy joven,
dotada de una vivacidad que se agradece como los rayos del sol en un día de
invierno. Acude aquí a orar por la gracia de concebir un hijo, aunque pasa más
tiempo hablando conmigo que orando a Nuestra Señora o a su fruto bendito.
Conversa conmigo porque le gusta escuchar los relatos de Arturo. El verano
pasado le conté cuanto recordaba, hasta agotar la memoria, y entonces, me
entregó un montón de pergaminos, un cuerno de tinta y un puñado de plumas de
ganso para escribir. Arturo se adornaba el casco con plumas de ganso. Éstas no
eran tan grandes ni tan blancas, pero ayer levanté el manojo contra el cielo
invernal y por un pecaminoso momento de gloria me pareció ver su rostro bajo el
penacho y oír el rugido del dragón y el oso por toda Britania para renovado
terror de los infieles, pero entonces estornudé y vi que no sostenía en la mano
sino un puñado de plumas impregnadas de heces de ganso y poco adecuadas para
escribir. La tinta también es mala; mero hollín de bujía mezclado con resma de
corteza de manzano. Los pergaminos son de mejor calidad. Son de piel de
cordero, restos de los tiempos romanos. Una escritura que ninguno de nosotros
sabe descifrar los cubría, pero las mujeres de Ygraine los restregaron hasta
dejar las pieles limpias y blancas. Sansum dice que sería mejor destinar tanta
piel a calzado, pero después de restregada ha quedado demasiado fina para el
zapatero; además Sansum no osaría ofender a Ygraine y perder de ese modo la
amistad del rey Brochvael. Este monasterio se halla a no más de media jornada
de lanceros enemigos y hasta nuestra mermada despensa los tentaría a cruzar el río
Negro y a subir a los montes y al valle de Dinnewrac de no ser por los
guerreros de Brochvael, que tienen orden de protegernos. Con todo, creo que ni
siquiera la amistad de Brochvael reconciliaría a Sansum con la idea de que el
hermano Derfel escribiera un relato de Arturo, enemigo de Dios, motivo por el
cual Ygraine y yo hemos mentido al santo varón diciéndole que dedico mis
esfuerzos a traducir el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo a la lengua de
los sajones. El santo varón no habla la lengua del enemigo ni puede leerla, de
modo que podremos mantener el engaño el tiempo suficiente como para dejar
constancia de esta historia.
Y será
necesario engañarlo porque, poco después de haber empezado a escribir en esta
misma piel, el santo Sansum se personó en la estancia. Se instaló junto a la
ventana a observar el cielo gris, frotándose las delgadas manos.
Bernard
Cornwell, El Rey Del Invierno
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